Regalo infravalorado
Permítanme que comparta una imagen de mí mismo como un niño inmaduro en Navidad con un regalo infravalorado.
Dar por sentado tanto el regalo como el amor de quien lo da
Puede que no sorprenda, pero de pequeño el regalo de cumpleaños o de Navidad que definitivamente no apreciaba era la ropa. Yo quería juguetes. Eran regalos que no apreciaba porque no eran lo que yo quería.
Y lo que es más importante, a menudo me perdía el regalo más importante… el amor que se demostraba a través del regalo. Mis padres no pudieron permitirse una vida mejor hasta más tarde. En una etapa anterior de su vida, sacrificaron mucho para darnos a mi hermana y a mí los regalos que necesitábamos… y queríamos.
En resumen, a veces no apreciaba ni el regalo ni el amor que el regalo simbolizaba.
Pensé en esto cuando nos acercabamos a la celebración anual del «Día de la Tierra».
Tomar conciencia del regalo que damos por sentado
Empiezo a ser consciente del regalo que he dado por sentado toda mi vida. El hogar que llamamos Planeta Tierra. Sospecho que no soy el único.
Nunca presté atención al Ártico. Sabía que había mucho hielo. Nunca pensé en la posibilidad de que el hielo se derritiera al mayor ritmo conocido documentado hasta ahora…
Mucho menos pensé en las implicaciones de la subida del nivel del mar en las zonas costeras bajas. Estamos empezando a experimentar el impacto de la subida del nivel del mar en nuestras zonas de recreo, como Florida. Se acerca el día en que los Everglades [región natural de humedales tropicales en la parte sur del estado de Florida] estarán bajo el mar.
Ya ha llegado el día en que islas enteras del Pacífico están bajo el agua y los indígenas que las habitaban han tenido que abandonar sus hogares y su modo de vida.
Hemos dado por sentado que la vida, tal y como la conocemos, continuará por siempre.
Ir más allá de una celebración laica del Día de la Tierra
El papa Francisco ha escrito algunas cosas que me han hecho detenerme y reflexionar más profundamente.
- Significativamente, nuestra casa común es también la propia casa de Dios, impregnada por el Espíritu de Dios desde los albores de la creación, donde el Hijo de Dios acampó en el acontecimiento supremo de la encarnación.
- Es en esta casa común donde Dios cohabita con la humanidad y de la que se nos ha confiado la custodia, como leemos en el libro del Génesis [2,15].
- La crisis ecológica contemporánea, de hecho, pone de manifiesto precisamente nuestra incapacidad para percibir el mundo físico como impregnado de la presencia divina.
- Hemos cambiado la elevada visión del mundo físico como morada de Dios, santificado por la encarnación del Hijo de Dios, por la perspectiva mecanicista unidimensional de la modernidad.
- En consecuencia, el mundo físico se reduce a un mero almacén de recursos para el consumo humano, sólo bienes inmuebles para la especulación del mercado… Con la contaminación de la tierra, el aire y las aguas del planeta, hemos degradado nuestra casa común, que es también la casa de Dios.
- Hemos convertido esta morada sagrada en un mercado.
La última frase invita a reflexionar sobre la reacción de Jesús ante los cambistas del templo.
Ahora me pregunto: ¿es demasiado pequeño mi concepto de «la casa de mi Padre»?
Vivimos en la casa de Dios como hijos de Dios. Pero como hijos aún no hemos madurado. No apreciamos ni el regalo en sí, ni el amor de quien nos lo da.
Sobre «la casa de mi padre»…
- ¿Es demasiado pequeño mi concepto de «la casa de mi padre»?
- ¿Veo nuestra casa global como un regalo de Dios?
- Y luego la «Pregunta Vicenciana»… ¿Qué se debe hacer?
Publicado originalmente en Vincentian Mindwalk
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