Contemplación: Una cultura de acogida (SSVP USA, una reflexión semanal)
Muchas de nuestras Conferencias tienen dificultades para encontrar —y preservar— a nuevos miembros. A menudo, cuando esto ocurre, empezamos a decirnos a nosotros mismos que quizás estamos pidiendo demasiado a los miembros potenciales, asustándoles con la idea de reuniones semanales o dos veces al mes, y visitas a domicilio. Buscamos formas de hacer que la Sociedad de San Vicente de Paúl parezca algo que no es, para que la gente se sienta cómoda con ella. Al final, este planteamiento no sólo no atraerá socios, sino que mermará a la propia Sociedad.
La mayoría de los miembros actuales le dirán que primero se unieron a la Sociedad buscando «vivir su fe, amando y comprometiéndose con el prójimo necesitado» [Regla, Parte I, 3.1]. La mayoría de nosotros deseábamos, como tan memorablemente dijo nuestro Santo Patrón, «amar a Dios… a costa de nuestros brazos, con el sudor de nuestra frente» [SVP ES XI-4, p. 733]. La nuestra es una vocación, una llamada, y ya sea en respuesta a un discurso desde el púlpito, o a un simple impulso de nuestros corazones, todos respondimos a una llamada a servir.
Sólo con el tiempo empezamos a sentir que la presencia de Dios crecía en nuestros corazones a través del servicio a sus pobres. Nos quedamos porque hemos sentido y recibido la gracia transformadora de Dios. Y si estamos verdaderamente transformados, ¿por qué guardar esto para nosotros mismos? ¿No queremos esto para todos nuestros amigos?
Al fin y al cabo, ¡ésa es la finalidad primordial de la Sociedad! Nuestras visitas a domicilio, el corazón de nuestra vocación, siempre se han considerado el medio, no el fin de nuestra asociación. En la visita domiciliaria vemos el rostro de Cristo, llegamos a conocerle. Esta es la vocación universal de todo el pueblo de Dios: buscar la unión con nuestro Creador. San Vicente nos enseña dónde encontrarle: allí mismo, con las manos extendidas. Él es el hambriento. Es el sediento. Es el forastero, el prisionero, el enfermo.
El Presidente General Jules Gossin observó en 1851 que cuando «los recién llegados se sientan sin que nadie los tenga en cuenta… sin palabras de bienvenida y aliento… [se] desaniman, se vuelven tímidos, se apartan, y si no abandonan la Conferencia… tienen menos gusto por ella…» [Gossin, Carta circular, 1851]. Sigue siendo cierto que cuando los posibles miembros asisten a una reunión, nunca debemos dejarles simplemente sentarse y observar. Debemos darles la bienvenida como los amigos que su presencia ya ha demostrado ser, y tan pronto como sea posible acompañarlos, en una visita domiciliaria, ¡para que vean al Señor que los llamó allí!
Así como evangelizamos a través de nuestras acciones amorosas en cada visita a domicilio, también evangelizamos entre nosotros y a todos los futuros miembros con el ejemplo de «nuestra fraternidad, sencillez y alegría cristiana» [Regla, Parte I, 3.4]. Si nuestros corazones están llenos de Cristo por nuestra vocación, es sólo para poder compartirlo mejor. No es nuestro persuasivo discurso de marketing, sino nuestra alegría en servir a Cristo lo que llamará a nuevos miembros a esta vocación, y es nuestra plena amistad y acogida lo que les mantendrá en nuestras Conferencias.
Contemplar
¿Guardo en ocasiones para mí la gracia transformadora de Dios?
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