La gratitud: la clave (1 Cor 9,16-19; Mc 1,29-39)
Una pregunta: ¿qué es lo que hace que la gente siga dando? ¿Qué es lo que motiva a alguien que no recibe ninguna recompensa o pago a seguir siendo generoso?
¿Gente como quién? Como san Pablo, que en medio de muchas pruebas sigue ofreciendo la buena noticia del Evangelio, como él dice, «gratuitamente». O, para el caso, alguien como el Señor Jesús que, agotado y necesitando alejarse por la noche para rezar, vuelve a salir por la mañana dando todo lo que tiene.
O como san Vicente de Paúl, que después de décadas de desvivirse por los pobres de su tiempo, mantiene esa entrega desbordante hasta el final.
Diversos santos han dado testimonio del origen y la fuente de esta abnegación, de esta capacidad de seguir dando. Y se han centrado en un rasgo esencial: la gratitud. Vivir una vida animada por un profundo agradecimiento por todo lo que se nos ha dado.
Un comentarista señala la gratitud como, en sus palabras, «el primer movimiento de la vida espiritual». El poder de cualquier movimiento desinteresado hacia Dios y el prójimo es una conciencia sincera de la plenitud de lo que Dios nos ha dado. Este autor recomendaría la gratitud como una virtud cotidiana, un hábito que debe practicarse con regularidad a lo largo de toda la vida. Dejarse llevar por la energía del agradecimiento lleva consigo todo lo demás.
Otro escritor sugiere un breve método para mantener esta gratitud continua y constante, que denomina «Detente, mira y actúa». Se centra en la oportunidad que acecha en cada momento.
En primer lugar, reducir la velocidad y detenernos para poder abrir nuestro corazón y nuestros sentidos a lo que nos ofrece el momento presente. En segundo lugar, buscar el regalo y la oportunidad que cada uno presenta. Y por último, hacer lo que la vida nos ofrece en ese momento, sobre todo para disfrutarla, pero también para ayudar a los demás. Cuando apreciamos nuestros propios dones, es más probable que los compartamos con los demás.
Hay un refrán que dice: «practicar la compasión es practicar la gratitud». Dondequiera que miremos, la caridad es necesaria. Por supuesto, en las crisis de todo el mundo, pero también en el mundo que nos rodea. ¿Podría mi reconocimiento de todo lo que se me ha dado traducirse en este cuidado de los demás? ¿Podría mi mayor sentido de la gratitud ampliar el abanico de personas a las que podría ayudar?
Es más que una coincidencia que la palabra Eucaristía sea un derivado de la palabra gracias. Cuando participamos en ella cada semana no sólo nos unimos a la gratitud de millones de fieles de todo el mundo, sino que nos convertimos en parte del agradecimiento que Nuestro Señor Jesús ofrece a su querido Abba. Y, lo que es más importante, es en este sacramento donde vemos representada ante nosotros nuestra razón más profunda para estar agradecidos: la efusión del propio Ser de Jesús, entregado para siempre por nosotros.
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