Monseñor Lissón, el Obispo Misionero de los Pobres

María Ángeles Infante, H.C.
11 octubre, 2023

Monseñor Lissón, el Obispo Misionero de los Pobres

por | Oct 11, 2023 | Congregación de la Misión, Formación | 0 Comentarios

Mons. Lissón, cuyo proceso de canonización se inició en Valencia, el día de san Vicente de Paúl del año 2003, era peruano y ejerció su ministerio sacerdotal y misionero en Perú y en España. A los 37 años fue nombrado Obispo de la Diócesis de Chachapoyas, donde dio rienda suelta a su celo misionero. Diez años después es propuesto y aceptado como Arzobispo primado de Lima. Y a los 58 años es desterrado, se va a Roma y, desde allí, recala en España, en Valencia concretamente, donde ejerce su labor misionera desde la humildad y el silencio. Muere en Valencia el año 1961.

Familia de raíces cristianas

Había nacido el día 24 de mayo de 1872 en el seno de una familia cristiana, de Arequipa (Perú), y fue bautizado a los dos días en la parroquia del Sagrario de Arequipa. Se le impusieron los nombres de Juan Francisco Emilio Trinidad. Sus apellidos eran Lissón Chaves. Él firmará siempre como Emilio Lissón. Era de ascendencia española, por línea materna, que procedía de los Fernández de Córdoba, familia afincada en Perú desde hacía muchos años. Entre sus familiares encontramos a algunos poetas clásicos en la literatura peruana y algunos geólogos notables. Fueron sus padres, Dn. Carlos Lissón Hernández y Dña. Dolores Chaves Fernández.

Pero su nombre es conocido, no por sus familiares famosos, sino, sobre todo, por su celo apostólico. Siendo todavía muy niño perdió a su padre y será su madre quien haga frente , en solitario, a la vida, al trabajo y a la educación de sus hijos. Muere su hermano pequeño y se queda solo con su madre.

La experiencia de fe la recibió, no sólo de su madre; también su abuela materna fue transmitiendo su experiencia de fe al pequeño Emilio. Y desde niño fue asimilando la historia de la religión, narrada por el P. José García Mazo, libro conservado, y muy usado, en la biblioteca de la casa.

En septiembre de 1884 ingresó en el colegio-seminario que la Congregación de la Misión tenía en Arequipa. La dirección la llevaban los paúles franceses. A sus 12 años se daba cuenta de cómo trabajaba su madre para que él tuviera un buen porvenir. Permaneció en el Seminario Menor ocho años, en los que manifestó, además de ganas de aprender —era un buen estudiante— responsabilidad, seriedad en todo, obediencia fiel a las normas y a los superiores.

Vocación de misionero

En contacto con los misioneros de san Vicente de Paúl, experimentó el deseo de seguir la carrera sacerdotal, como miembro de la Congregación. Se lo expuso a sus profesores y a su director espiritual, quienes orientaron sus estudios hacia la vida de misionero. Realizó algunos cursos de filosofía y teología en Perú e ingresó en la Congregación de la Misión el año 1892, en París. Allí recibió el orden sacerdotal en 1895, a los 15 días de haber cumplido los 23 años, razón por la que hubo de solicitar la dispensa del Vaticano. La edad canónica ya era entonces de 24 años cumplidos.

Permaneció en Francia tres años, 1892-1895, haciendo el «noviciado» y estudiando teología con el gran sabio P. Pouget, destacado por su saber, su virtud y su sentido eclesial y ecuménico. Una vez ordenado sacerdote, el P. Hipólito Duhamel, superior del seminario de Arequipa, le reclama para los seminarios de Perú. Y el P. Emilio Lissón, el mismo 1895 regresa a su tierra. Inmediatamente es nombrado profesor del colegio-seminario, misión que desempeñó hasta 1909, distribuyendo su tiempo entre el estudio, las clases y los ministerios propios de la Congregación. Ya que, además de profesor, estudia Ciencias Naturales y Jurisprudencia en la Universidad de san Agustín.

Emilio Lissón tenía aptitud particular para el aprendizaje de las lenguas. Además del español, dominaba el francés, el inglés, el italiano, el latín y obtuvo notas brillantes en griego. Desde joven se mostró silencioso, trabajador, con gran espíritu sacerdotal y extremada modestia.

En 1907 muere en Trujillo el P. Teófilo Gaujon, profesor y director espiritual del seminario, y los superiores destinan al P. Emilio Lissón para sustituirle.

Misionero y Obispo de Chapapoyas

Es consagrado Obispo de Chapapoyas el 19 de septiembre de 1909, a los 37 a ños de edad. Una Diócesis tan grande como la mitad de España. Desde el puerto de Pacasmayo a su Sede, en Chapapoyas, tardaba 12 días a lomos de mula. En los nueve años que estuvo al frente de la Diócesis (1909-1918) recorrió tres veces su inmensa jurisdicción. Fiel hijo de san Vicente, y lleno de su espíritu evangélico, pone a disposición de los pobres su talento, su saber, su tiempo y, sobre todo, su fe y su sacerdocio. Se siente pastor, y quiere conocer de cerca a sus ovejas.

De entre los informes solicitados sobre su persona, antes de su nombramiento, se encuentra esta referencia: «El P. Lissón se distingue por su austera vida sacerdotal, su acrisolada piedad, su modestia y su afición al estudio. Es, además, de carácter firme, emprendedor y de grandes iniciativas».

En su primera carta pastoral, de 19 de septiembre de 1909, se ponen de manifiesto sus grandes preocupaciones pastorales: «Venid sacerdotes del Señor… Vengo no para ser servido, sino para serviros». Y añade: «Venid particularmente los pobres, de vosotros dijo el Maestro que es el Reino de los cielos, y vosotros constituís los preciados tesoros de la Iglesia. Cuando el hambre os acose, cuando el frío hiele vuestros miembros, cuando la tristeza embargue vuestro corazón, buscad a vuestro Pastor…» Y exclama: «Si alguno hubiese que atormentado por la duda o la pasión abandonara la fe, que sepa que nuestro corazón está abierto […] Venid todos nuestros feligreses, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, sabios e ignorantes, que aunque nuestro corazón es pequeño y miserable, confiamos en que Dios lo dilate y lo provea de acogida y halléis en él un refugio tranquilo, y que os conduzca al corazón de Dios».

En canoa, en mula, a pie días enteros, en silla, portada por los nativos, para atravesar los ríos y los desfiladeros de la selva. Nada se le ponía por delante para llegar a las aldeas más recónditas y a los lugares más escondidos de la selva. Sabe que el verdadero pastor es el que conoce a sus ovejas. De ahí que le duela el abandono en que encuentra a los indios nativos y piense en la forma de que les llegue el mensaje evangélico.

Tarea misionera en Chapapoyas

Nada m ás tomar posesión se dedica de lleno a la formación del clero. Así lo expresa en una de sus cartas del día de Navidad de 1909, dirigida a Mons. Delgado, Obispo de una Diócesis cercana y amigo de Mons. Lissón: «Estoy ahora ocupado en las más urgentes reparaciones del seminario para abrirlo el año entrante. Como decía a V.E. en mi última carta, me parece que es necesario retardar la venida de los padres: primero porque las cosas están aquí tan a la primitiva que creo los profesores europeos tendrían que andar a tientas mucho tiempo, antes de acertar a acostumbrarse; en segundo lugar, con razón o sin ella, los últimos directores del seminario han dejado tan ingrata impresión en el clero en general que me parece que sería algo imprudente, por ahora, volver a entregar el seminario a una Comunidad. He tomado pues yo la dirección del seminario como Rector y pienso hacer las clases de latín, dogma y derecho canónico; tengo como Vicerector al mejor clérigo de la Diócesis y como profesores a algunos jóvenes.

Para lo que sí necesitaré, y pronto, alguna Comunidad Religiosa, es para la evangelización del Departamento de San Martín; son cuatro o cinco parroquias de dos y tres mil habitantes y puede decirse que están sin cura y que así podrán estar todavía mucho tiempo, pues el seminario no florecerá tan pronto. Pienso, pues, como me lo insinuaba V.E. hacer la visita en este año y por noviembre u octubre del año próximo ir a Roma a buscar una o varias Comunidades que quieran servir a Dios en esas regiones».

Realmente una de las necesidades más fuertes de su Diócesis era la presencia de sacerdotes bien formados. Su predecesor había renunciado al ministerio episcopal por la carencia de sacerdotes y la situación relajada de los que había.

Enseguida pide misioneros al P. Visitador de la Provincia de Madrid y a otras Congregaciones. Los Paúles de Madrid , en aquella ocasión, le dan respuesta negativa, aunque pasados 77 años, en mayo de 1985, se hicieron presentes en la misión de Nueva Cajamarca-Naranjos. Mucho antes habían llegado a Perú los paúles de la Provincia de Barcelona.

Dos veces hizo la «Visita ad Limina» a Roma; y se cuenta, él mismo lo confesó, que el Papa Pío X le dijo: «Hijo, necesitas más piernas que cabeza». A lo que Mons. Lissón respondió: «Santidad, esa exigencia pastoral sí que la tengo». Y los dos rieron amablemente.

Otra de las inquietudes misioneras de este Obispo fue la catequesis. Trató de contactar personalmente con los fieles, conocerlos, ver sus problemas y tratar de dar respuesta al estilo vicenciano: Evangelizar enseñando y promocionando a los pobres necesitados. Celoso por la promoción y evangelización de los nativos, escribió un catecismo para los indígenas, organizó cooperativas de cultivos agrícolas y talleres para la explotación de la madera, estableció talleres de mecánica, una imprenta, un aserradero, una carpintería… creó varias escuelas agrarias y hasta se preocupó de la alimentación de sus diocesanos; sin olvidarse jamás de la predicación e instrucción religiosa. Estaba convencido de que sólo así podía anunciarles el Evangelio y hacerles amigos de Dios.

En poco tiempo reconstruyó la residencia episcopal, el seminario y la catedral, con la oposición de casi todos. No comprendían su entrega incondicional y le denunciaron ante el Nuncio Apostólico y a la Congregación de Obispos de Roma.

«Mamá Dolores», como él llamaba a su madre, le acompañó como misionera durante los nueve años de Obispo en Chapapoyas; y con ella fundó las primeras Asociaciones católicas de mujeres en su Diócesis: la Obra de los Sagrarios y las Damas de la Caridad. También le acompañará en los primeros años como Primado en Lima.

El secreto de su actividad nacía de su honda vida espiritual, de su devoción a la Eucaristía y de la contemplación de Jesucristo en el pobre. Así lo expresa en sus reflexiones sobre la Cuestión social, donde se ven claramente sus convicciones, plenamente vicencianas: «El cristianismo resuelve la cuestión social y sólo él puede resolverlo porque Cristo está realmente en el pobre. Es necesario convencerse profundamente de esta verdad que es el quicio de toda sociedad cristiana. Si Cristo está realmente en el pobre, yo debo amar a Cristo en el pobre y, por consiguiente, buscar los medios de que mi amor sea efectivo, no sólo de palabra, como nos enseñó Cristo en su Evangelio. No se debe pensar en resolver la cuestión social para alejar el comunismo, esto es egoísmo. Si el comunismo nos hace amar a Cristo, que venga en el acto…No se debe pensar en resolver la cuestión social y hacer la caridad para conservar el capital, esto es egoísmo hipócrita. La cuestión social se debe resolver por amor a Cristo que sufre en el pobre».

El cambio de Chachapoyas a Lima

En enero de 1918 Monseñor Emilio Lissón fue nombrado Arzobispo primado de Lima. Tenía 46 años. No era limeño ni pertenecía a una familia noble. Tampoco era un doctor en teología. Era simplemente un misionero de la Congregación de la Misión que seguía los pasos de su Fundador san Vicente de Paúl. Era un sacerdote y obispo apasionado por Dios y por los pobres. En nueve años había recorrido con detenimiento por tres veces las parroquias de su vasta diócesis de Chachapoyas… Unas veces a lomos de mula y otras a pie entre caminos difíciles y angostos de la selva amazónica. Había fundado Escuelas, talleres profesionales, un molino, un periódico católico y también había puesto en marcha el Seminario.

Hay que tener en cuenta que entonces la diócesis de Chachapoyas comprendía parte de los departamentos de San Martín y Amazonas…, casi como la mitad de España… Desde el puerto de Pacasmayo a su Sede de Chachapoyas tardaba 12 días a lomo de mula. No le asuntaba el frío ni el calor, las lluvias torrenciales y los desprendimientos de tierras… Tuvo muy claro que ser obispo era ser pastor al estilo de Jesús de Nazaret y Vicente de Paúl. Y a ello se había dedicado de lleno. Esta fue la causa de su propuesta para Arzobispo de Lima. No hubo otra.

Por aquellos años de 1918 regía en Perú la ley del Patronato. La autoridad civil proponía candidatos a Roma para que pudieran ser nombrados obispos del Perú. De los 138 políticos asistentes al Congreso, 100 votaron por Lissón en la primera votación como candidato para Arzobispo de Lima. Y Roma lo aceptó. Desde 1918 hasta el año 1931, el 22 de Enero, día en que salió para Roma en el barco Orazio, sería el Arzobispo Metropolitano y Primado de Lima. Once años de entrega total a la diócesis más importante de Perú. Monseñor Lissón recibió el nombramiento más como una responsabilidad pastoral más amplia que como un honor. Así comenzó su gobierno practicando la visita pastoral en la sede metropolitana y sus aledaños. Seguidamente visitó las parroquias de Provincias hasta llegar a la Departamento de Ica y a los lugares más apartados de su extensa archidiócesis.

Arzobispo de Lima: programa pastoral y acción misionera

El 25 de febrero de 1918 fue nombrado Arzobispo de Lima. Un cronista de Chachapoyas cuenta cómo recibió la noticia: «Aquella memorable tarde su Ilustrísima lloró también con nosotros… El motivo de su llanto era que Su Santidad Benedicto XV le nombraba Arzobispo Metropolitano de Lima y tenía que dejar esta tierra de Misión». Mons. Lissón siguió siendo misionero en Lima desde 1918 hasta 1931. Se despidió de sus queridos fieles de Chachapoyas con lágrimas visibles en los ojos, valorando su respuesta de fe y la docilidad ante sus propuestas pastorales.

En su primera Carta Pastoral a los fieles de Lima del 20 de julio de 1918, afirma que deja la diócesis de Chachapoyas por voluntad divina y en fidelidad a la obediencia al Papa. Desde los inicios propone su programa de gobierno centrado en el Evangelio: «Si nos pedís programa de gobierno pastoral, os responderemos que el discípulo no puede tener otro programa que el que trazó el Maestro: «Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo… En estos dos mandamientos está cifrada la Ley y los profetas» (Mc. 12, 30). Te¬nemos este mandamiento recibido de Dios, que quien ame a Dios ame también a sus hermanos» (1 Jn. 4, 21).

Su programa pastoral tenía tres ejes bien claros y concretos. Eran los tres pilares que sustentarían toda su labor:

  • • Centralidad de su ministerio en Jesucristo. Como buen vicenciano, se sentía continuador de la misión de Jesucristo,
  • • Promoción de las vocaciones sacerdotales y formación del clero,
  • • Organización de la catequesis y fomento del asociacionismo para ayudar a los más necesitados.

Formador y reformador del clero

Pastor de fe, piedad y caridad, se preocupa en primer lugar del Seminario y de los sacerdotes. A todos les quiere transmitir la convicción de que son continuadores del sacerdocio y misión de Jesucristo. Vivirá en el Seminario mayor. Él había sido director espiritual y profesor del Seminario en Trujillo. Llevaba en el corazón la pasión por la formación de los niños, los jóvenes y los futuros sacerdotes. Los días que se encontraba en Lima dirigía a los seminaristas una plática a las 6,30 de la tarde. Y daba tal importancia a la formación del clero que pedirá a los sacerdotes jóvenes no desligarse de sus formadores durante los quince primeros años. Sabía que estos años son difíciles para los sacerdotes jóvenes y que necesitan mayor cercanía y acompañamiento. Por eso piensa en crear cauces institucionales para lograrlo. Procura esta cercanía, acompañamiento con reuniones comunitarias de apoyo y ánimo sacerdotal.

Como arzobispo de Lima realizó la visita pastoral de toda la archidiócesis que entonces comprendía desde Huacho hasta Ica. Asumió la dirección del seminario de Santo Toribio y fundó tres seminarios menores en Canta, Huayopampa y Barranca. Le preocupaba la formación del clero. Dotó al Seminario Mayor con una Casa de campo para el esparcimiento y la reflexión fuera de la ciudad. Escribió un devocionario para sacerdotes, un catecismo para el pueblo, que Roma aprobó y alabó, y fundó un periódico de pensamiento cristiano llamado «LA TRADICIÓN» contribuyendo con ello a la difusión del pensamiento católico. Logró instalar en Lima una de las mejores imprentas de Perú.

Para una atención espiritual más cercana de sus feligreses, ordenó se habilitasen como Parroquias casi todas las iglesias conventuales de Lima. Obtuvo de la santa Sede para la catedral el título de Basílica menor con sus privilegios pastorales. Como fiel hijo de san Vicente de Paúl puso su misión bajo la protección de la Santísima Virgen. Así al poco tiempo de llegar a Lima realizó una peregrinación mariana al santuario de Cocharcas en Ayacucho. Y coronó canónicamente las imágenes veneradas de Ntra. Sra. de las Mercedes y la del Rosario de santo Domingo.

Trató de ejercer su ministerio pastoral en colaboración con sus sacerdotes cuando todavía el ejercicio de la corresponsabilidad era muy débil en el interior de la Iglesia. Con este fin, convocó y celebró el VIII Concilio Provincial Limense y el XIII sínodo archidiocesano. Buscó por todos los medios la forma de que los sacerdotes llevasen una vida digna de su ministerio, hecho que le acarreó algunas incomprensiones y acusaciones.

Promotor de la acción caritativa y social

En el campo social su labor no fue comprendida. Trató de mantener buenas relaciones con el Gobierno a fin de poder ayudar más y mejor a los necesitados. Así cuando el Presidente del gobierno le regaló un coche, enseguida lo vendió para repartir el importe entre los pobres. Enterado el Sr Augusto Leguía le obligó a recibir otro sólo para usarlo, no como propiedad. Como recompensa a su labor religiosa y social en la archidiócesis, recibió del Supremo gobierno el moderno y actual palacio arzobispal.

Ante la confiscación de bienes que amenazaba a las instituciones de la Iglesia y para lograr una mejor administración de las rentas de la Archidiócesis, creó la Sindicatura Eclesiástica en la que centralizó los bienes para ser administrados desde el Arzobispado como caja de compensación. A tal fin, estableció instituciones como «La Auxiliadora» o el Monte de Piedad para los más pobres. Promovió la construcción de viviendas con fines pastorales y benéficos, aunque los gestores y administradores no respondieron a sus expectativas pastorales y tuvo que afrontar una fuerte crisis económica, causa, en parte, de su cese y obligada dimisión. En sus visitas pastorales se preocupó siempre de los más pobres y defendió con energía la dignidad de los mineros y a la organización de su trabajo de forma más justa y equilibrada. En las visitas pastorales se detenía con los campesinos de las aldeas, conversaba con ellos, les explicaba el catecismo y procuraba hacerlos amigos de Dios. Algunas Parroquias de su extensa archidiócesis no habían recibido la visita pastoral de su obispo desde los tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo, fallecido en 1606.

En 1925 representó a la Iglesia de Perú en el Congreso Eucarístico internacional celebrado en Chicago. En sus pastorales fomenta la propagación de la devoción a Jesucristo en la Eucaristía. Fué realizando una visita pastoral en el año 1931 cuando recibió la noticia de su cese en el gobierno arzobispal por la Santa Sede. El hecho está marcado por múltiples acusaciones y calumnias de sus propios colaboradores. Las acusaciones llegaron a Roma y ésa fue la causa de obligada dimisión y posterior destierro.

Su actividad pastoral, su inteligencia clarividente, su actuación audaz y prudente para defender los bienes de la Iglesia, y su gran actividad pastoral, no caían bien en algunos ambientes civiles y eclesiásticos de su propio entorno. Por ello fue denunciado y acusado a Roma por algunos sacerdotes y obispos de su diócesis, de ambición, ciertas ingerencias en la política de mala administración y poca formación teológica. Por ello, y otras circunstancias que venían bien a Roma y a la Iglesia peruana, fue obligado a dimitir como Arzobispo de Lima. Fiel a la obediencia lo hizo por escrito el 8 de enero de 1931, y enseguida se puso en camino hacia Roma, sin saber el futuro que le esperaba.

A partir de entonces es confinado en Italia y España. Ya en Roma fue nombrado según las bulas Arzobispo de Methimme, jurisdicción de la Isla de Lesbos.

Permanece en Roma desde 1931 hasta 1940 en que llega a España. En Roma no tuvo «ni oficio ni beneficio». No conocemos a ciencia cierta ningún trabajo que le diera el Vaticano, salvo la prohibición de volver al Perú. Mons. Lissón se buscó la forma más digna de trabajar. Mientras, vivía en la Casa internacional que la Congregación de la Misión tiene en Roma. Allí debía pagar su estancia que todo misionero extranjero debía aportar, pero no tenía dinero suficiente para ello. En medio del silencio, la soledad y el destierro, tuvo casi que mendigar.

Misionero durante su destierro en Roma

El día 20 de Febrero de 1931 llegaba a Roma. Como mi­sionero paúl, se hospedó en la Casa internacional de la vía Pompeo Magno.. Solicito la entrevista con Su Santidad Pío XI, pero tuvo que esperar bastantes días para ser recibido. Él mismo refiere en sus cartas parte de la conversación mantenida con el Santo Padre y las expresiones que este le dirigió:

Hemos sabido que en el Perú se dice que no te hemos permitido defender­ te. Así es. No te he­mos permitido defen­derte porque no tienes nada de qué defenderte (No hay contra ti ningún proceso ni acusación canónica de la que debas defenderte ni de palabra, ni por escrito. Es verdad que se han mante­nido contra ti algunos cargos, pero éstos considerados separadamen­te, ni valdría la pena tomarlos en consideración. Ha habido otras circunstancias que me han movido a usar contigo de este procedimiento paterno para tu bien y el bien de el bien de tus feligreses. No tienes, pues de qué defenderte y debes estar tranquilo, porque el acto de dejarnos plena libertad en este asunto, te traerá seguramente mucho bien. Yo te aplaudo mucho por ello.

Fue destituido como Arzobispo, tras unas informaciones y denun­cias de algunos sacerdotes y obis­pos, llegadas a Roma desde Lima. Dirá, más tarde, en una carta al Padre Verdier, Superior General de la Congregación de la Misión, y lo reiterara en su testa­mento de 1936, que no le dejaron defenderse, que no le juzgaron y no sabía todavía por qué le hablan retirado del Arzobispado. Él había firmado la renuncia el 8 de mero de 1931, an­tes de salir de Lima, a instancias de Mons Gaetano Cicognani, Nuncio de la Santa Sede en el Perú, y presionado por la autoridad del representante pontificillo. Los motivos de su destitución, en apariencia renuncia voluntaria, provienen de las denuncias llegadas a Roma: a) injerencias políticas; b) fracasos de los delegados arzobispales encargados de la economía, y c) falta de preparación teológica.

Su itinerario en la ciudad eterna fue realmente duro: incomprensiones, soledad y penuria económica: siempre peregrinando de un lugar a otro en busca de trabajo y acogida.

Según investigaciones realizadas recientemente por el P. Do­mingo Herrero, se ha venido a comprobar que entre las razones para separarle de su sede aparecen también ambiciones y envidias de terceros y arreglos diplomáti­cos. Como, por ejemplo, ser el primer Cardenal propuesto de habla hispana en América, abundantes medias verdades y otras aspiraciones frustradas. El P. Domingo ha encontrado cartas y documentos relativos al nombramiento de Mons. Lissón como Cardenal de la Santa Iglesia. Estas cartas se con­servan en Roma en los archivos de la Embajada de Perú ante la Santa Sede. Entre sus libros y legajos se leen estos textos:

El trece de Marzo de 1924. Mons. Borgognini me declaró: «Si el Gobierno del Perú consiente en hacer renuncia del Patronato Nacional, el Santo Padre no tendría inconveniente, para elevar este mismo año a Mons Lissón a la dignidad carde­nalicia»… «Como tantas veces lo he manifestado a Vd., la conce­sión de la púrpura romana a Mons. Lissón, sólo depende ya de vuestro Parlamento»
(Roma, 19.06.1926).

El Cardenal Gasparri en dos opor­tunidades, manifestó que el reco­nocimiento de la Santa Sede habrá de consistir en otorgar la sagrada púrpura al Arzobispo de Lima.
(Roma, 01.06.1928).

Pasados quince años de estos acontecimientos, uno de los acusa­dores le pidió disculpas. Mons. Lissón no se dio por ofendido y se mostró agradecido por la hospitali­dad de quien había sido artífice de su destierro.

Mons. Lissón estuvo confinado en Roma durante nueve años. En ese tiempo estudia arqueología e historia eclesiástica. Se dedica a confesar a los seminaristas, sacer­dotes y religiosas, da retiros espiri­tuales… y se convierte en guía de turistas para peregrinos. A cambio recibe un salario ocasional y algu­nas «propinas» por ejercer de «ci­cerone». En muchas ocasiones se ofrece tanto a Propaganda FIDE como al Superior General de la Congregación de la Misión para volver a Perú o para ir a otro lugar de África o Asia, como simple mi­sionero. Se siente urgido en su co­razón a ir a los lugares más aparta­dos de la selva, no como Arzobispo sino como simple misionero. Pero el Vaticano, sin explicaciones, se niega a que salga de Roma.

Y allí se ve obligado a buscar alguna capellanía con asignación económica mensual. Con el dinero que recibe, más los estipendios de misas que recibe del Vaticano, paga la pensión de su residencia en la Casa de la Congregación de la Misión. Pasó necesidades y hasta llegó a proponer pasar a la Provin­cia de Roma, como misionero, por­que no tenía dinero su­ficiente para proveer a sus mínimas necesidades.

Sólo la Congregación de las Madres Reparadoras del Sagrado Corazón, de fundación peruana, le dio la mano y le ayudó a vivir con dignidad en Roma. Estuvo de capellán con ellas hasta los últimos días de su permanencia en Italia.

Las cartas de Mons. Lissón a la Madre Tere­sa expresan la hondura de su forma de vivir el misterio de la cruz. La Madre Teresa es de las pocas personas que en Roma le valoraron, respetaron y sintieron de corazón su partida.

Poco antes de verse Italia asediada por los horrores de la segunda guerra mundial, Mons. Listón había decidido pedir autorización para viajar a España, donde poder realizar alguna actividad pastoral. Ini­ció su viaje de salida por barco el 24 de mayo de 1940, dejando constancia en su agenda personal de los lugares recorridos y detalles del viaje.

Misionero en España (1940-1961)

En 1940 «se le permite» venir a España. Viene invitado por Mons. Marcelino Olaechea, con la idea de fijar su residencia en el Semina­rio menor que tienen los PP. Paúles en Pamplona. Había conocido a Mons. Olaechea en Roma, mientras actuaba de «cicerone» en las cata­cumbas de San Calixto. Estas cata­cumbas estaban confiadas al cui­dado de los sacerdotes salesianos y D. Marcelino Olaechea estaba allí de Superior.

Ante el peligro y las amenazas de inseguridad provocados por la segunda guerra mundial, D. Marce­lino, ya obispo de Pamplona, invitó a Mons. Lissón a venir a España. Fue muy bien recibido por Mons. Olaechea, así como por el Carde­nal Segura, a quien había conocido también en Roma. A su llegada a España, el 6 de junio de 1940, fue invitado por los Padres Paúles y las Hijas de la Caridad a peregrinar a las tierras de San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Aceptó, agradeci­do, la invitación, realizada durante los meses de julio y agosto de 1940.

Movido por el único deseo de cumplir la voluntad de Dios y servir a la iglesia, se establece en Sevilla, en la Casa de los Misioneros de la Congregación de la Misión, y, poco después, en Valencia, junto al San­tuario de Muestra Señora de Monte-olivete. El Cardenal Segura le hace que actúe como obispo auxiliar y delegado suyo para procesiones, confirmaciones y fiestas populares de las Cofradías sevillanas. Pero tenía que al­ternar entre Sevilla y Valencia, ya que también era reque­rido por Mons. Olaechea. Tanto en una ciudad como en la otra, estaba disponible para el servicio que se le pidiera desde cualquier punto de ambas diócesis.

Durante estos años de postgue­rra había aún muchas diócesis vacantes en España, ya que 13 de sus obispos habían sido perseguidos y asesinados. Conocida su disponibilidad misionera, a través de sus cohermanos de la Congregación de la Misión, es requerida su actividad pastoral por varios administradores apostólicos. Algunos obispos le reclaman como obispo auxiliar, con carácter temporal. Así las diócesis de Sevilla, Valencia, Badajoz, Alicante, Teruel, Albacete, Murcia… pero serán los pue­blos y aldeas los que reciban aten­ción especial, en su visita pastoral. Viajaba a
caballo. la mayoría de las ve­ces, y otras, en al­gún automóvil viejo. Muchos pueblos llevaban años sin recibir visita de su obispo, debido a la agitación política de los años de la República y a la persecu­ción de sacerdotes y obispos durante la guerra civil. Muchos niños, jóvenes y adultos recibieron el sacramento de la Confirmación en la risita de Mons. Lissón.

Uno de los sacerdotes acompañantes, decía: «Acompañarle es como hacer unos Ejercicios Espirituales».

Y D. Marcelino Olaechea, Arzobispo de Valencia, dejó escrito: ‘Es un santo. De Valencia no sale ni vivo mi muerto’.

Los gitanos y pobres de Sevilla que le conocían bien, decían de él: «Monseñor er zanto». Les daba hasta lo más personal, para que lo vendieran; hasta su anillo. Ya en Lima, había que «prestarle» las cosas y advertírselo para que, no siendo suyas, no las pudiera dar. Como en el caso del coche.

A pesar de tanta actividad pastoral, le queda tiempo para investigar en el Archivo de Indias de Sevilla. Sus trabajos de investigación son publicados en cinco tomos bajo el titulo: «La Iglesia de España en el Perú».

A pesar de la buena acogida, no fue fácil para él la vida en España. Trabajó mucho y hasta el último momento en los ambientes más di­fíciles. Los compañeros de Congre­gación que le acompañaron en sus viajes dicen que quedaron impactados por su gran mortificación en todo. Buscaba la gloria de Dios y hacer el bien a todos; lo demás, no le importaba.

No siempre fue bien recibido. Pero, pasados los años, en todos los lugares donde estuvo. quienes le trataren y conocieron, llegan a la conclusión de que su conducta era la de un santo.

Misionero y obispo con fama de santo

El 22 de mero de 1931 habla salido de su patria, Perú, para no volver más. Nadie ni en Italia ni en España ha escuchado de sus labios una defensa, una crítica, una murmuración. Menos aún un desprecio o una injuria contra los que influyeron en su obligada renuncia. En los archivos de Roma aparecen cartas, fechadas con anterioridad a su deposición como Arzobispo de Lima, que prueban la trama tejida por sus detractores.

Ante estos hechos manifiesta una humildad a toda prueba, un amor Ileso de misericordia para sus perseguidores y una extraordi­naria caridad para cm los pobres, «Lo daba todo», dicen quienes le conocieron. Faceta de su virtud heroica es el silencio sobre sus «enemigos», y detractores, temen do siempre ante w mirada la con­signa de Jesús sobre el perdón a los enemigos.

A cambio del capelo cardenalicio, el destierro

Ante los rumores de que su nombre había sido propuesto para Cardenal, algunas personas de su entorno más cercano hicieron lle­gar a Roma cartas con acusaciones muy notorias, carentes de funda­mento.

Los últimos trece años de su diócesis de Valencia. A partir del año 1958, la salud de Mons. Lissón comenzó a resentirse y a flojear. Las fuerzas le iban abandonando. En 1960 se quedó sin casi poder hablar, era difícil entender lo que decía, aunque su cabeza le rigió hasta el fin. El último año de su vida ya no pudo celebrar la santa misa a diario y hubo de contentar­se con la sagrada comunión.

Durante su enfermedad, pasaba el día entero con el rosario en la mano desgranando Ave Marías por las necesidades de la Iglesia. Lela el libro de la Imitación de Cristo de Tomás Kempis, y pasaba largas horas en oración ante el Sagrario.

Le llegó la muerte en el Palacio arzobispal de Valencia, el día 24 de diciembre de 1961, después de quince días en estado de coma. El día 26 de diciembre se celebró el funeral en la Catedral, presidido por D. Marcelino Olaechea. Multitud de sacerdotes, religiosos y fie­les llenaban la Catedral. Entre ellos una representación numerosa de Hijas de la Caridad y de Misioneros paúles. Fueron muchas las voces que exclamaron: «Ha muerto un santo». Y con este sentimiento fue enterrado en la catedral de Valencia.

Muchos sacerdotes y religiosos de Sevilla, Valencia y Madrid han expresado sus testimonios de edifi­cación en torno a la virtud heroica de Mons. Lissón.

El 24 de Julio de 1991, treinta años después de su muerte, volvían sus restos al Perú, a su Arqui­diócesis de Lima, de donde había salido y a la que no pudo volver nunca en vida. Fueron recibidos por los Obispos peruanos, sus co­hermanos de la Congregación de la Misión, una buena representa­ción de Hijas de la Caridad, sacer­dotes y fieles, como las reliquias de un santo. En Febrero de 1992, los 55 Obispos de la Conferencia Episcopal Peruana, después de un largo debate, votaron, por unani­midad, que era necesario iniciar los pasos para introducir la causa de canonización del que fuera vi­gésimo séptimo arzobispo y me­tropolitano de Lima, el misionero Paúl, Mons. Emilio Lissón. Y en ésas estamos.

Sor María Ángeles Infante, H.C.

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