Hace muchos años tuve el privilegio de visitar el Museo de Arte Moderno del Vaticano con un artista consagrado. Yo ya había estado muchas veces en el museo. De hecho, lo había visitado cada vez que había estado en Roma por reuniones. Creía que lo conocía bien.

Esa vez fue diferente. Mientras caminábamos, nos sentábamos, mirábamos y hablábamos, era como si nunca hubiera estado allí. Su perspicaces comentarios me ayudaron a darme cuenta de lo mucho que había estado «viendo pero sin ver». ¡Vi tantas cosas por primera vez!

La experiencia me hizo comprender mejor las frases de T. S. Eliot, citadas a menudo:

«No dejaremos de explorar, y al final de nuestra búsqueda llegaremos al punto de partida y conoceremos el lugar por primera vez«.

Recientemente me he «empachado» de la serie de Reflexiones de los miércoles del papa Francisco sobre el Padre Nuestro. Voy por mi novena década rezándolo. He leído muchos comentarios reflexivos. Sin embargo, el Santo Padre me está ayudando a rezar el Padre Nuestro como si fuera la primera vez.

Permítanme comenzar compartiendo algunas cosas que me ayudan a rezar de maneras que rara vez he explorado.

Jesús era un hombre de oración… y sus apóstoles se dieron cuenta

Jesús oraba constantemente en todas las circunstancias de su vida.

«Jesús oraba con intensidad en los momentos públicos, compartiendo la liturgia de su pueblo, pero también buscaba lugares retirados, alejados de la turbulencia del mundo, lugares que le permitieran habitar en la intimidad de su alma: es el profeta que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de los montes».

«Las últimas palabras de Jesús antes de morir en la Cruz son palabras de los salmos, es decir, de oración, la oración de los judíos: rezaba con las oraciones que le había enseñado su madre».

Sus discípulos se dan cuenta.

Se dieron cuenta de que la oración era importante para él. Por eso le pidieron: «¡Maestro, enséñanos a orar!».

¿Cuántas veces he leído esto? Sin embargo, ¿cuántas veces me he sentado realmente… y directamente… con esto en mi corazón?. Me pregunto si, para mí, «enséñame» me lleva demasiado rápido a encontrar las palabras adecuadas para exponer mis necesidades.

Es cierto que hay siete cosas específicas por las que Jesús nos enseña a rezar.

«Hay siete peticiones en el «Padre nuestro», fácilmente divisibles en dos subgrupos.

Las tres primeras tienen en el centro el ‘Tú’ dirigido a Dios Padre; las otras cuatro tienen en el centro el ‘nosotros’ y nuestras necesidades humanas.

En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos… dirigiéndose todos al Padre: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad»;

en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal».

Enséñame a rezar

Pero mi impresión ahora es que primero debo pedir: «enséñame a rezar».

«El primer paso de toda oración cristiana es la entrada en un misterio, el de la paternidad de Dios. No se puede rezar como loros. O entras en el misterio, en la conciencia de que Dios es tu Padre, o no rezas. Si quiero rezar a Dios, mi Padre, empiezo por el misterio».

Ahora me pregunto si estoy abierto al misterio de la paternidad… e incluso de la maternidad de Dios.

Lo siguiente más radical para mí es darme cuenta de que si Dios no es sólo mi padre… TODOS… son mis hermanos o hermanas… no sólo los que se parecen a mí o están de acuerdo conmigo.

Y este misterio es lo que cada una de las siguientes meditaciones del Papa Francisco me interpela a explorar.

¿Cómo sería VIVIR dándome cuenta de que todos son mis hermanos?

Publicado originalmente en Vincentian Mindwalk