“El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”

Hch 4, 32-37; Sal 92; Jn 3, 7-15.

El cristianismo no se comprende bien si no entendemos lo que Jesús dice en el Evangelio hablando a los judíos: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que soy yo». Como la serpiente en el desierto, en Jesús ha sido elevado el pecado, pero un pecado que busca la salvación, porque se cura allí. El que es elevado es el Hijo del hombre, el Salvador, Jesucristo.

El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer las paces. Estas son las consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos. Y así como en el desierto ha sido elevado el pecado, aquí se ha elevado Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin comprender esta profunda humillación del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo convirtiéndose en siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir. (Cf Papa Francisco, 8 de abril de 2014).

¡Espíritu Santo, lléname del fuego de tu amor para servir a mis hermanos!.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Laica colaboradora de la Parroquia Medalla Milagrosa de Narvarte, ciudad de México