Ver lo que hay (Juan 9,39)
¿Cuántas veces has oído a la gente decir: «Por fin me he despertado»? Nueve de cada diez veces no significa despertar del sueño, sino más bien despertar a algo en lo que no te habías fijado antes, algo a lo que estabas casi ciego.
Un ejemplo personal: Cuando voy al zoo, me gusta visitar el estanque donde están las focas. Recuerdo que un día estaba allí cuando pasó un grupo de jóvenes hablando entre ellos. Como había estado allí muchas veces, pensé que ya había visto todo lo que había que ver. Pero entonces una chica que hablaba con su amiga le preguntó: «¿Cómo salen del agua tan suavemente y luego vuelven a entrar sin apenas chapotear?». En todas las veces que había visto esa misma escena, nunca me había fijado en esa suavidad tan fluída. Fueron necesarios los ojos de otro para que me diera cuenta de la gracia de lo que estaba sucediendo delante de mí.
Esta historia evangélica de Jesús curando al mendigo ciego es ciertamente más dramática que mi historia junto al estanque. Pero hay algo que se puede aplicar a la vida cotidiana, pero sobre todo a la vida de un discípulo de Cristo. Y es la experiencia de despertar a algo que nos habíamos perdido al entrar en la línea de visión de otra persona, al mirar a través de sus ojos. Por supuesto, los ojos a los que nos referimos aquí son los del Señor Jesús. Justo después de devolver la vista a aquel mendigo ciego, declara: «He venido para que los que no ven, vean». Se está refiriendo aquí no sólo a aquel hombre curado, sino a cualquiera que se disponga a seguirle, a cualquiera que se permita empezar a ver con los ojos de Jesús.
Ese día, el Señor camina entre la multitud y se da cuenta de cosas que otros pasan por alto: quién está herido, quién está necesitado, quién está triste, quién tiene los oídos abiertos y quién los tiene cerrados. Con el tiempo, sus discípulos empiezan a percibir lo que Él nota, empiezan a ver su mundo a través de Sus ojos. Los sucesos que no habían captado van apareciendo poco a poco. Las estimaciones de lo que importa y lo que no empiezan a cambiar porque cada vez miran más a través de sus lentes.
¿No ha sido ése el reto planteado a sus seguidores desde entonces, es decir, ver con sus ojos, sentir con su sensibilidad, juzgar con sus valores?
Una pregunta para el cristiano de hoy: ¿hasta qué punto escuchar el Evangelio ha modelado mi forma de mirar el mundo? ¿Intento acercarme a la Palabra de Dios con apertura, con la voluntad de dejar que incline mi línea de visión para que vea cosas que de otro modo no habría notado?
Volvemos a escuchar las palabras de Jesús en este evangelio: «He venido a este mundo para que los que no ven, vean». ¿Ver qué y fijarse en quién? El pariente desatendido, la familia refugiada, las injusticias arraigadas en una sociedad determinada, la viuda solitaria, el adolescente víctima de la trata, el anciano invisible… todo esto y más está en el campo de visión de Jesús. Qué apropiado sería que cualquier miembro de la familia de Vicente de Paúl viera este mismo mundo como lo hizo Vicente cuando miró a través de los ojos de Cristo y vio el favor de Dios derramado sobre los pobres.
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