La Cuaresma, tiempo de itinerario ecológico
El verdadero cambio implica una transformación del ser humano en sus diversas dimensiones y entornos en que vive.
Para los cristianos, el Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma. Durante este período de 40 días, la Iglesia invita a los fieles a la conversión (del latín conversio, que significa volverse, transformar). Se espera, por tanto, que una auténtica vivencia de la Cuaresma sea un tiempo de cambio en la vida del cristiano unido al misterio de Jesús en el desierto.
Un verdadero cambio implica una transformación del ser humano en sus diversas dimensiones y entornos en que vive. Desde esta idea, san Juan Pablo II invitó en 2001 a los cristianos a una «conversión ecológica» que supere la ecología puramente ambientalista para llegar a una ecología humana. Francisco ha retomado este pensamiento del Magisterio de la Iglesia y ha presentado algunas pautas para una conversión ecológica.
La conversión ecológica presentada en la encíclica «Laudato Si’, sobre el cuidado de la casa común» forma parte de la riqueza de la espiritualidad cristiana en un esfuerzo por renovar la humanidad. Francisco recuerda que la crisis ecológica es una llamada a la conversión interior que permite que las consecuencias del encuentro con Jesús afloren en las relaciones con el mundo circundante. El mandato bíblico de «cultivar y custodiar» (Gn 2,15) no es algo opcional o secundario en la vida cristiana. Custodiar la creación significa proteger, cuidar, preservar, velar, lo que implica una relación responsable entre los seres humanos y el mundo natural, con implicaciones éticas. Si bien es lícito que el ser humano utilice los recursos necesarios para su supervivencia, también está obligado a proteger y garantizar la continuidad de esos mismos recursos para las generaciones venideras.
La conversión ecológica, arraigada en una ecología integral que opera en todas las dimensiones, no puede limitarse a la esfera individual, ya que podría resultar imposible superar la lógica del razonamiento instrumental. La acción individual para resolver los problemas sociales es infructuosa frente a una red comunitaria. Como dice Romano Guardini, «las exigencias de este trabajo serán tan grandes que las posibilidades de las iniciativas individuales y la cooperación de los individuos, formados de manera individualista, no podrán satisfacerlas. Será necesaria una unión de fuerzas y una unidad de contribuciones». Así pues, la dimensión social de una conversión ecológica implica varias dimensiones institucionales que van desde la propia familia hasta la comunidad local, pasando por la propia nación y la comunidad internacional.
La conversión ecológica implica también varias actitudes. La primera es la percepción de la gratuidad de un mundo recibido del Padre, que nos lleva a gestos de renuncia y generosidad. Ejemplos de estos gestos son la renuncia a nuestra comodidad, al consumo energético superfluo y a consumir lo innecesario. La conversión ecológica implica también una conciencia de reciprocidad con el mundo natural. El ser humano no está fuera de la naturaleza, sino que está inserto en ella y vinculado a ella. Esto implica darse cuenta de que la acción humana tiene implicaciones para otras criaturas que no tienen la misma capacidad de protegerse de la acción humana. Las elecciones que hacemos, por ejemplo, en el supermercado tienen implicaciones para las explotaciones existentes, la destrucción de la selva amazónica, la explotación de adultos y niños en el trabajo infantil. Por último, la creatividad humana, fruto de nuestra imagen y semejanza con Dios, lleva a los seres humanos a desarrollar mecanismos para resolver los dramas del mundo. La turca Elif Bilgin tenía sólo 16 años cuando desarrolló una clase de plástico a partir de cáscaras de plátano, reduciendo el uso de recursos no renovables. Una comunidad del norte de Filadelfia creó «Life Do Grow«, una explotación agrícola organizada por los lugareños que abastecen a los hogares y los restaurantes, y con ello disminuyen la delincuencia y la exclusión social.
«Varias convicciones de nuestra fe contribuyen a enriquecer el sentido de esa conversión […], como, por ejemplo, la conciencia de que toda criatura refleja algo de Dios […]; y también el reconocimiento de que Dios creó el mundo, inscribiendo en él un orden y un dinamismo que los seres humanos no tienen derecho a ignorar. Al oír decir a Jesús en el Evangelio —a propósito de los pájaros— que ninguno de ellos pasa inadvertido ante Dios (Lc 12,6), ¿puede una persona maltratarlos o hacerles daño?
En tiempos como los actuales, en los que se cuestiona la pertinencia de la religión y del cristianismo en particular para responder a los desafíos globales, principios como la sobriedad y el cuidado de la creación, arraigados en la milenaria tradición espiritual cristiana, aparecen como sólidas contribuciones a la reflexión sobre el papel de cada persona en el desarrollo de una conciencia ecológica para la vida presente y la garantía del futuro.
Ricardo Cunha
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
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