«Olvidé ponerme los audífonos»
Muchas mañanas me siento con otras cuatro personas en «la mesa de los mayores de ochenta años». La conversación puede llegar a ser hilarante. A veces resulta cómicamente evidente que yo u otro olvidamos ponernos nuestros caros audífonos.
A veces, incluso tiendo puestos todos nuestros audífonos, es obvio que hemos llenado los vacíos con lo que creemos que se está hablando.
Afortunadamente, nos llevamos lo suficientemente bien como para poder bromear e incluso iniciar una serie de juegos de palabras a partir de lo que creemos haber oído.
Esta reflexión continua lo escrito en otra anterior: ¿Necesitas limpiar sus «audífonos espirituales»?
Podemos tener unos audífonos que funcionen perfectamente, pero, si no nos los hemos puesto, no nos enteramos de nada. Sólo oímos lo que queremos oír.
Oír sólo lo que estamos preparados para oír
Cuando leo las Escrituras, me asombra la frecuencia con la que la gente no parece oír hablar a Dios. Tal vez no tenían puestos sus audífonos.
Por supuesto, no me veo como el posadero de Belén, ni como los vecinos de Jesús cuando crecía, ni como la gente piadosa que no podía imaginar nada bueno saliendo de Nazaret. Yo tampoco habría oído hablar a Dios en aquellos acontecimientos.
Es larga la lista de personas que no lo reconocieron o casi se perdieron la transformación al encontrarse con Jesús porque no lo esperaban… ni lo que dijo. Estaban:
- remendando sus redes después de un día de trabajo;
- asistiendo a un banquete en casa de un rico;
- en una comida anual de Pascua;
- tras unas puertas cerradas.
La lista es casi interminable. Cuando pienso en estos diversos encuentros con Dios, me doy cuenta de que su experiencia de Dios se produjo en medio de su actividad ordinaria. No llevaban puestos sus audífonos espirituales.
Vicente y otros que llevaban puestos sus audífonos
Entonces pienso en san Vicente y en cómo empezó a ver a Dios en la gente que sufría en el campo y, más tarde, en los pueblos y ciudades de Francia. Empezó a leer las Escrituras con ojos nuevos, no como historias edificantes sobre el pasado, sino viendo los paralelismos ante sus propios ojos.
Leyendo las Escrituras a través de la lente de su experiencia diaria, Vicente empezó a oír las muchas maneras en que Cristo le llamaba a continuar la misión de llevar la buena nueva de la salvación. Su experiencia del Cristo sufriente de su tiempo le transformó.
Más tarde, Federico Ozanam oyó hablar a Dios a través de una fuente de lo más inverosímil: un ateo que le preguntó qué hacían los cristianos por los pobres y los que sufrían en su época.
Pienso también en sor Rosalía Rendu, que descubrió que nunca rezaba tan bien como cuando caminaba por las calles de un barrio marginal de París.
El caso es que Dios no viene a nosotros como nosotros queremos que venga. Dios viene a nosotros en lo ordinario de nuestra vida cotidiana…
Si abrimos nuestros ojos y oídos para ver y oír, especialmente los gritos de los pobres… oiremos a nuestro Dios.
Llevar nuestros audífonos en el trajín de nuestras vidas
El reto durante la Cuaresma es asegurarnos de que dedicamos tiempo para escuchar al Dios que habla en el trajín de nuestras vidas.
- La enfermedad;
- la pérdida de trabajo;
- el fin de una relación;
- la polarización en la sociedad y en la Iglesia;
- los desastres naturales.
Nombra las cosas que te han perturbado en las últimas 24 horas. Pregúntale a Dios qué te está diciendo en medio del desorden de tu vida.
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