El hombre sencillo es auténtico
La humildad se compara a la quilla de un barco que, escondida bajo el agua, facilita la navegabilidad y es el soporte de las cuadernas o costillas del barco, y la sencillez es la figura, la estampa del buque, el aire con que navega. Aplicando estas cualidades a una Hija de la Caridad, la humildad es el soporte de su vocación y la sencillez es la naturalidad en su comportamiento sin engaño ni doblez. Quien obra en consonancia con su naturaleza es sencillo, quien la disimula y se amanera, se reviste de doblez. Solo el hombre auténtico es sencillo, por ser lo que debe ser. Luisa de Marillac explica la sencillez de una Hermana: “Aunque no le faltan inteligencia ni juicio ni prudencia, va buenamente; y no parece actuar más que dentro de una gran sencillez”. Eso es la sencillez en las Hijas de la Caridad, “ir buenamente”, como dice la Constitución 18b: “la sencillez las conduce a actuar con transparencia, autenticidad y coherencia en sus palabras y en su vida”.
Pero la naturaleza humana, al unirse en Cristo a la naturaleza divina, ha sido elevada al estado sobrenatural y ha recibido el don del Espíritu Santo que forma ya parte de la naturaleza de los hombres. Por ello, la autenticidad o sencillez del vicentino se resume en dejarse guiar por el Espíritu Santo. A la mujer que entra en la Compañía el Espíritu Santo le da el carisma de Hija de la Caridad para que viva con la humildad de su espíritu (c. 577). La Hermana que se preocupa de su apariencia, de lo que la gente piensa de ella, añade a su persona algo artificial, no es sencilla.
El pueblo humilde, asqueado, grita que todo es mentira, al ver a poderosos explotando, a políticos corruptos, a la gente engañándose unos a otros y a eclesiásticos defendiendo lo indefendible, y pide a la Familia Vicenciana que viva con autenticidad, con sencillez para no sentirse engañado. Y si una persona se adhiere a una rama de la Familia Vicenciana, el Espíritu Santo le da fuerzas para revestirse de la sencillez del espíritu que propusieron san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y el beato Federico Ozanam. Para vivir ese espíritu necesitamos el apoyo de un acompañante, hombre o mujer, sacerdote, religioso o seglar que esté a nuestro lado y nos escuche, a poder ser de un miembro de la Familia Vicentina con los mismos ideales que nosotros.
A menudo pensamos que lo complicado y oscuro es profundo, propio de personas inteligentes; la claridad en las ideas da la sensación de vulgaridad. La vida aparece a veces como un cauce de agua; cuando está turbia y no vemos el fondo, nos imaginamos que es hondo, aunque solo tenga un palmo de profundidad, mientras que si el agua va clara pensamos tocar el fondo con la mano, aunque esté a metros de la superficie.
El mundo moderno menosprecia la sencillez, pero, al mismo tiempo, exige que no engañemos. A la gente le molesta ser engañada, aunque alaben a los políticos que saben disimular y aún a los que no dicen la verdad. Sus ídolos pueden ser personas repletas de engaño y doble vida. El ansia de vivir con naturalidad ha invadido de tal modo a una parte de la juventud moderna que ha llegado a la desfachatez y al descaro. La sencillez pone conformidad entre lo que uno piensa y lo que expresa, entre lo que es y lo que aparenta ser. Se llama pureza de intención y quienes la poseen son los limpios de corazón. Su vida es un testimonio y una referencia para los demás. Jesús dice que “la lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará luminoso”.
La sencillez vicenciana crece en un huerto dando savia a un caudal de virtudes. No es exagerado confesar que, si la humildad es el sostén de todas las virtudes, la sencillez las hace virtudes. La sencillez nace de la caridad, y es la raíz de la humildad. De la sencillez surge el desprendimiento y la generosidad de compartir las cosas. La generosidad es algo más que ofrecer cosas materiales, es dar de uno mismo aquello que no tiene precio: paciencia, amistad y apoyo. Con el espíritu de dar prioridad a los demás, los que adoptan la sencillez ofrecen su tiempo gratuitamente. La Hija de la Caridad sencilla puede tener una apariencia carente de atractivo, pero para los que poseen el discernimiento esa Hermana es encantadora. El alma sencilla experimenta la visión de Dios en la oración y le ven en las compañeras a las que mira como a mujeres consagradas a Dios igual que ella, y a los pobres como miembros dolientes de Jesucristo. Si una Hermana humilde no es sencilla, ¿cómo puede ser humilde siendo pretenciosa o amanerada? Si sirve a los pobres sin sencillez los está ofendiendo al tratarlos con doblez. Santa Luisa señaló la sencillez como una cualidad a tener en cuenta en las que hacen los votos[1].
Jesús rechazaba a los fariseos porque eran hipócritas, sepulcros blanqueados; impresiona la advertencia de que el Padre oculta los misterios de la salvación “a los sabios y entendidos y se los revela a los sencillos”, y que sólo los sencillos, los limpios de corazón verán a Dios. Y san Vicente decía que la sencillez era su evangelio y la virtud que más apreciaba, y añadía que Dios da la contemplación “a las personas sencillas” (IX, 385, 546, I, 310). Y santa Luisa lo experimentó en la oración: “Me parece que Dios ha puesto mi alma en una gran paz y sencillez en la oración”. Al final de sus días, Jesús se lo manifestó en una contemplación mística: Al ir a comulgar, “sentí, al ver la Santa Hostia, una sed extraordinaria que partía de un sentimiento de que él quería darse a mí con la sencillez de su divina infancia” (E 109)
Convivir en una comunidad es fácil si hay sinceridad y confianza, si se comparte y todas participan en los trabajos y en los disfrutes, porque, si la comunidad es un grupo de amigas que se quieren, es esencial fiarse unas de otras. Santa Luisa recordaba a una Hermana Sirviente la sencillez con las compañeras, y a estas que no buscasen doble sentido en las actuaciones de aquella, y a todas, lealtad para no descubrir los secretos (c. 657). Pedía que fueran sencillos el vestido, los muebles y la casa en la que vivían[2]. ¡Cuánto le dolió contemplar que algunas de sus hijas en ciertas situaciones pedían alimentos delicados, compraban ropa elegante y se instalaban en su cuarto como “grandes señoras”! E indicaba que las Reglas necesitaban “más de brida que de espuela” (c. 559), y se dolía de que las Damas pensaran que las Hijas de la Caridad ya no eran tan sencillas en el manejo del dinero (c. 721). Tanto valor daba a la sencillez que un día redactó en un papel que su falta podría ser una de las causas de la ruina de la Compañía (E 101). Hoy día es difícil llevar una vida sencilla, pues para servir a los pobres hay que complicarse con el papeleo, la informática y las técnicas.
El servicio sin sencillez puede ser manipulador. El pobre se siente engañado y utilizado por los poderosos, y a la Hija de la Caridad la toma como una aliada suya, si es sencilla y sincera, o del poderoso si descubre el engaño de una vida inauténtica con el Dios al que representa. Adaptarse al ambiente del pobre, equivale a llevar una vida sencilla como un don que ha recibido de Dios. Quien da siente el gozo de hacer felices a otras personas. “Hay más gozo en dar que en recibir” (Hch 20, 35).
Notas:
1] c. 503, 542, 623, 689, 697, 706, 723, E 22.
[2] c. 504, 536, 544, 553, 574.
Jesús da más importancia a la persona que a la ley