La luz del bautismo en la vida de santa Luisa de Marillac
1. Puerta de la Fe y luz que ilumina su vida
En el texto de la carta apostólica por la que el papa Benedicto XVI convocó el año de la Fe en 2011 que lleva por título “La Puerta de la Fe”, el papa dice que el camino de la fe comienza en el bautismo y se termina en la luz eterna de Dios. Es el comienzo de la carta. Esta afirmación teológica inspiró la vida de Santa Luisa de Marillac. Podemos advertir con claridad la analogía entre el texto citado del Papa Benedicto XVI y la doctrina y experiencia espiritual de nuestra fundadora:
«La puerta de la fe (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)»[1]
Ella es consciente de que el bautismo ha hecho de ella una hija de Dios y durante toda su vida intentó vivir de esta fe. Uno de los primeros escritos de santa Luisa de Marillac nos habla de la importancia que tiene en su vida el Bautismo. Se trata del Escrito número 4. Lleva el título de Acto de Protestación en el que manifiesta su decisión de buscar la voluntad de Dios en todo para ser fiel seguidora de Jesucristo. Está inspirado en el acto de protestación que San Francisco de Sales escribió y propuso para todo cristiano en el Libro: Introducción a la vida devota.
Ella quiere manifestar su profunda unión con Dios, eje y centro de su vida, y para ello se propone hacer su voluntad como seguidora fiel de Jesucristo. Esta resolución es el fruto de su oración, en la que el Bautismo brilla con una intensidad particular. Sabe que Jesús acepta ser bautizado por Juan para cumplir la voluntad de Dios Padre. Por eso ella se compromete a vivir la gracia de su bautismo que la hizo hija de Dios y a darse totalmente a Dios para amarle y servirle con más fidelidad:
“El día de mi sagrado bautismo fui consagrada y dedicada a mi Dios para ser su hija […] Pero confiando en la infinita misericordia de mi Dios […], renuevo la sagrada profesión hecha en mi nombre a mi Dios […], y me resuelvo irrevocablemente a servirle y amarle con más fidelidad, entregándome por completo a Él […]; y abandonarme enteramente al designio de su santa Providencia para que se cumpla en mi su voluntad”[2]
El bautismo es algo esencial en su vida y muy importante. A menudo hablará de los efectos de este sacramento y se sabe que en el momento de su emisión de los votos, en 1642, la fórmula que escribió comienza por la expresión: «Renuevo las promesas de mi bautismo». Para ella el bautismo es la consagración fundamental. Lo vive, lo enseña y lo transmite. Desde entonces hasta hoy, todas las hijas de la Caridad al emitir o renovar los votos, decimos: «Renuevo las promesas de mi bautismo». Y mientras ella vivió, muchas hermanas, en los comienzos de la Compañía, harán los primeros votos el día del aniversario de su bautismo, conscientes de que la consagración del bautismo es la esencial y de que los votos ratifican y perfeccionan aquella. San Vicente y santa Luisa insistieron siempre en el hecho que las Hijas de la Caridad deben ser, en primer lugar buenas cristianas para ser buenas Hijas de la Caridad.
2. El Bautismo un nacimiento espiritual
El Bautismo es el sacramento del nacimiento a la fe. A él se refería Jesús en el diálogo con Nicodemo cuando le dice: “Hay que nacer de nuevo” (Jn 3). Nicodemo es maestro en Israel, pero no entiende nada. Es el hombre de la ley. Atado a un código que excluye toda novedad, se cierra a la acción de Dios. Como fariseo, piensa que Dios ha terminado su obra, que el hombre está en su estado definitivo, que no hay ningún umbral que atravesar. Jesús dice otra cosa: la creación no ha terminado, Dios sigue trabajando (Jn 5,17), el hombre ha de nacer del espíritu. En la catequesis de los primeros siglos, este cambio radical es vivido también como un paso de la sed al agua de la vida (Jn 4), de la ceguera a la luz (Jn 9), de la muerte a la vida (Jn 11).
Santa Luisa meditando el capitulo sexto de la carta a los Romanos de San Pablo entendió y comprendió que el Bautismo es un nacimiento espiritual. Así nos lo ha dejado escrito en las meditaciones que nos ha dejado como herencia espiritual. En el escrito E. 69, titulado Pensamientos sobre el Bautismo afirma convencida:
Nosotros que hemos sido bautizados en Jesucristo, hemos sido bautizados en su muerte[3] Siendo el bautismo un nacimiento espiritual, se desprende que aquel en quien hemos sido bautizados es nuestro Padre y que como buenos hijos debemos parecernos a Él, ya que bautizados en la muerte de Jesucristo, toda nuestra vida debe ser una muerte continua. Por consiguiente, sería muy perjudicial al alma vivir rodeada de delicias, teniendo en cuenta además que esa muerte en la que hemos sido bautizados ha sido causada por el amor que Nuestro Señor tiene por nosotros desde toda la eternidad, amor que no hubiera podido expresarnos mejor que por una muerte anticipada. En efecto, si las creaturas hacen tanto aprecio de esta vida que la prefieren a todo, ¡cuántos motivos no tenía nuestro amado Maestro para estimar la suya, acompañada de toda clase de virtudes y de un cuerpo vigoroso y en plena salud! [4]
Y porque se siente bautizada en la muerte de Jesucristo por el amor que Él nos tiene desde toda la eternidad, vemos que ella misma percibe el Bautismo como un nacimiento espiritual que la impulsa a vivir como hija verdadera de Dios Padre y a amar el sacrificio como participación de la muerte de Jesucristo:
Por eso, como buena hija que quiero ser, con el deseo de imitar a tan buen Padre y para ser verdaderamente hija de su muerte, no quiero ya en adelante, con la ayuda de su santa gracia, sino amar la muerte que debe unirnos a Jesucristo por toda la eternidad, pues no es razonable que los miembros se afanen por huir de lo que su Cabeza buscó[5].
Hasta ahora el curso de su meditación y oración ha tenido una dimensión puramente personal. Pero antes de terminar, antes de concretar las resoluciones, cambia de tono. Su expresión es plural, se siente miembro de una comunidad, de una Compañía que es célula viva de la Iglesia y miembro del cuerpo místico de Cristo. Se expresa con un tono de autoridad. No es una invitación, es un imperativo de autoridad para vivir las exigencias del Bautismo en plenitud:
Vivamos, pues, como muertas en Jesucristo y por lo tanto, ya no más resistencia a Jesús, no más acciones que por Jesús, no ya más pensamientos que en Jesús, en una palabra, no ya más vida que para Jesús y el prójimo, para que en este amor unitivo ame yo todo lo que Jesús ama, para que por este amor cuyo centro es el amor eterno de Dios por sus creaturas, alcance de su bondad las gracias que su misericordia quiere concederme[6].
Es la expresión de la consagración bautismal que ella vivía y la que quiere que viva cada una de las Hijas de la Caridad de la Compañía.
También el Papa Benedicto XVI se refirió al nacimiento espiritual que supone el sacramento del bautismo en la primera fiesta del bautismo de Jesús que vivió como papa. Era el 8 de enero de 2006:
Por primera vez, esta mañana, también yo he tenido la alegría de bautizar en la capilla Sixtina a diez niños recién nacidos. […] El bautismo de los niños expresa y realiza el misterio del nuevo nacimiento a la vida divina en Cristo: los padres creyentes llevan a sus hijos a la pila bautismal, que representa el «seno» de la Iglesia, por cuyas aguas benditas son engendrados los hijos de Dios. El don recibido por los niños recién nacidos les exige que, cuando sean adultos, lo acojan de modo libre y responsable: este proceso de maduración los llevará luego a recibir el sacramento de la Confirmación, que, precisamente, confirmará el bautismo y conferirá a cada uno el «sello» del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, ojalá que esta solemnidad sea ocasión propicia para que todos los cristianos redescubran con alegría la belleza de su bautismo, que, si lo vivimos con fe, es una realidad siempre actual: nos renueva continuamente a imagen del hombre nuevo, en la santidad de los pensamientos y de las acciones. Además, el bautismo une a los cristianos de las diversas confesiones. En cuanto bautizados, todos somos hijos de Dios en Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor. La Virgen María nos obtenga comprender cada vez mejor el valor de nuestro bautismo y testimoniarlo con una conducta de vida digna[7].
Vemos la actualidad de las enseñanzas de Santa Luisa sobre el Bautismo, en coherencia total con el magisterio actual de la Iglesia. Su experiencia espiritual y su legado de doctrina es una llamada a abrir y reabrir la puerta de la Fe de nuestro Bautismo para vivir la consagración fundamental que nos constituye en hijos e hijas de Dios.
3. El Bautismo abre el cielo
El 13 de enero de 2008 en la fiesta del bautismo de Jesús, el papa Benedicto XVI comentando el evangelio sobre el Bautismo de Jesús, afirmó lo siguiente:
¿Cuál es el significado del Bautismo que Jesús quiso realizar –a pesar de la resistencia del Bautista– para obedecer a la voluntad del Padre (Cf. Mateo 3, 14-15)? El sentido profundo emergerá sólo al final de la vida terrena de Cristo, es decir, en su muerte y resurrección. Al hacerse bautizar por Juan junto a los pecadores, Jesús comenzó a tomar sobre sí el peso de la culpa de toda la humanidad, como el Cordero de Dios que «quita» el pecado del Angelus del domingo mundo (Cf. Juan 1, 29). Tarea que llevó a cumplimiento en la cruz, cuando recibió también su «bautismo» (Cf. Lucas 12, 50).
De hecho, al morir, se «sumergió» en el amor del Padre y difundió el Espíritu Santo para que los creyentes en Él pudieran renacer gracias a ese manantial inagotable de vida nueva y eterna. Toda la misión de Cristo se resume en esto: bautizarnos en el Espíritu Santo para liberarnos de la esclavitud de la muerte y «abrirnos el cielo», es decir, el acceso a la vida auténtica y plena, que será «sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría» (Spe salvi, 12)[8].
Durante 27 años, santa Luisa de Marillac trabajó en la formación de las hermanas. Resume los puntos importantes de sus enseñanzas y las dificultades encontradas en una carta que escribe a Sor Margarita Chétif, el 10 de enero de 1660. Queda bien patente en la carta que vivir la consagración hecha en el santo bautismo es condición imprescindible para ser verdadera Hija de la Caridad:
“Ya sabe usted que las tenemos de más lejos que ahí; pero lo que se necesitan son espíritus equilibrados y que deseen la perfección de los verdaderos cristianos, que quieran morir a si mismas por la mortificación y la verdadera renuncia, ya hecha en el santo bautismo, para que el espíritu de Jesucristo reine en ellas y les dé la firmeza de la perseverancia en esta forma de vida, del todo espiritual, aunque se manifieste en continuas acciones exteriores que parecen bajas y despreciables a los ojos del mundo, pero que son grandes ante Dios y sus ángeles”[9]
La frase final del texto nos muestra que vivir la consagración bautismal en la plenitud que la fragilidad humana lo permite, conlleva una forma de vida del todo espiritual cuyas acciones aunque parecen bajas y despreciables a los ojos del mundo, pero son grandes ante Dios y sus ángeles, es decir abren el cielo a las miradas del amor de Dios Padre.
Sor Ángeles Infante, HC
[1] PAPA BENEDICTO XVI, Carta apostólica La Puerta de la Fe, n 1
[2] Santa Luisa de Marillac, Cartas y escritos, (CEME Salamanca, 1985) 668-669.
[3] Cf Rm 6, 3-4, (Nota de la traducción)
[4] Santa Luisa de Marillac, Cartas y escritos, 774.
[5] Ibid., 775.
[6] Ibid., 775.
[7] PAPA BENEDICTO XVI, Ángelus del domingo 8 de enero de 2006.
[8] Ibid., Ángelus del domingo 13 de enero de 2008.
[9] Santa Luisa de Marillac, Cartas y escritos,C. 717 a sor Margarita Chétif, pp. 647648.
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