Silencio de Dios a los males de este mundo
En el siglo XXI son incomprensibles las guerras. Millones de personas han sido forzadas a huir de sus hogares y millones han dejado el país. Y son espeluznantes las atrocidades cometidas por el Estado Islámico, según cuentan quienes las han sufrido: «A unos niños les aplicaban descargas eléctricas; a otros les colgaban boca abajo y les golpeaban como si fueran boxeadores. Nos levantaban a las cinco de la mañana a rezar y nos daban una ducha de agua fría. Nos ponían un plato de comida para cuatro; nos decían que podían hacer con nosotros lo que quisieran». En muchos lugares se llega al genocidio, después de violar, atormentar y martirizar a los cristianos con una crueldad que desconocen hasta las fieras. En todo el mundo rezan a Dios, pero humanamente todo sigue igual. ¿Qué Padre es ese Dios que no hace caso de las oraciones de sus fieles? O no es Padre de bondad o no es todopoderoso.
Sin embargo, Jesús no se cansó de repetir que Dios es un Padre de bondad. En la oración del “Padrenuestro” nos pide que le llamemos Padre y él mismo se refiere a Dios como a su Padre. El evangelio de Juan lo cita continuamente, especialmente en la última Cena (cp. 17). Hay un momento tremendo en la vida de Jesús que nos interroga sobre la bondad de este Padre. Es el momento final de su vida, cuando en el Huerto de los Olivos acude al Padre para que lo libre y en apariencia su Padre no lo escucha. Y hoy parece que sucede lo mismo: en todo el mundo no cesamos de pedir que solucione el problema de Oriente Medio, y aparentemente, que no hace caso. ¿O es que no puede?
Que exista el mal en el mundo no debiera escandalizar, pues todo lo creado es perecedero e imperfecto, es decir, encierra males. Nuestro Padre Dios “no puede” evitarlo, tendría que haber creado otro mundo. Pero ese otro mundo también sería limitado y finito, con otras leyes, pero leyes inmutables para que existiera el progreso; y este mundo distinto padecería también sus males. Es un absurdo hablar de creación y admitir que sea ilimitada, perfecta y sin males, pues sería un dios y no una creación.
Tampoco se considera estridente que Dios no cambie las leyes de la creación para que no haya males. Si el universo camina según una programación conforme a su naturaleza y las leyes físicas son inamovibles, tiene que haber tragedias, inundaciones, incendios, catástrofes, enfermedades y, al final, la muerte. Dios Padre “no puede evitarlo”, pues, en cuanto creador, sostiene las leyes y la dinámica que rigen la creación y sostenerlas y anularlas encierra un contrasentido. Es consecuente y ya “no podrá interrumpir la dinámica que ha introducido en la creación ni interferir en los procesos que en ella ha desencadenado, so pena de abdicar de su condición de creador”[1].
Lo que escandaliza es que Dios no venga en ayuda del inocente cristiano que, rodeado de musulmanes, invoca a su Padre que tiene poder para salvarlo del desastre. ¿Qué Padre Dios es ese? No que suprima los males del mundo en general, sino que le libre a él o a su familia o a los vecinos de una masacre concreta. Lo que escandaliza es que el Padre Dios no impida a esos hombres cometer esas atrocidades. Lo que hiere es que, cuando una pobre mujer huye a pie de la muerte con sus hijos pequeños de la mano o en brazos e invoca a su Padre Dios en medio de tanta calamidad concreta, no se compadezca de esos hijos suyos, y su Espíritu Santo dentro del malvado no le mueva para que deje de hacer daño a esa mujer y a esos niños que son seres humanos. Dicen que «hay un parque en Mosul donde ponen las cabezas de los niños en palos». ¿Hay compasión, hay amor de Padre ante el dolor de esos niños, hijos suyos? Sí hay compasión, pero no puede evitarlo, porque el hombre es libre, y puede usar la libertad para hacer el bien o el mal. Es la consecuencia de ser libres. Y Dios “no puede” privarle de la libertad; habría convertido al hombre en un animal irracional. Eso no debiera escandalizar, al contrario, enorgullece ser libre con todas las consecuencias. Más que vituperar a Dios por no escuchar nuestra plegaria debemos acusarnos nosotros de falta de fe, de ausencia de amor, de no ser santos. Dios siempre atiende nuestras súplicas, porque está esperando continuamente que activemos esa segunda fe que nos ha dado por gracia y que la hagamos crecer hasta la plenitud necesaria para erradicar este o aquel sufrimiento.
Nuestra fe vacilante
No es que nuestro Padre desoiga nuestras oraciones, es que nuestra fe vacila cuando pedimos a Dios. Al vacilar pierde fuerza de actuación y se convierte en debilidad. “Si Dios quiere y no puede vencer el mal y, con su gracia, nos capacita para hacerlo nosotros, no cabe otra actitud cristiana que la de luchar contra el mal”[2]. La fe en plenitud humana y sobrenatural, a pesar de todas las calamidades, da sentido a nuestra existencia y a nuestra vida: luchar contra los males que atacan a los hombres, sobre todo a los pobres. Así desaparece la espina que tenemos clavada los cristianos porque Dios Padre permite en Siria el sufrimiento de niños y de seres inocentes.
Es curioso ver cómo algunos admiten esta realidad, dándole, sin embargo, una explicación psicológica. Así escribe Marina Mayoral: “Lo que se ha comprobado es que la creencia ejerce un influjo real sobre el organismo. No se trata de que uno se encuentre mejor sino de que la enfermedad se cura si creemos en la eficacia del medicamento… o en el poder de alguien para curar. Esto vendría a ser una explicación laica de las curaciones religiosas”[3].
Notas:
[1] Luis Mª ARMENDÁRIZ, “Creo en Dios Padre Todopoderoso. Tres formas de la omnipotencia divina” en SAL-TERRAE 1998, 5 págs.363-374
[2] A. TORRES QUEIRUGA, Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirmación plena del hombre, Sal Terrae, Santander 1986, p. 143.
[3] El Semanal (8 noviembre 1998) 120.
0 comentarios