El pecado de la desigualdad
Nos despertamos en Panamá con la noticia de que 200 mil personas padecen de hambre en nuestro país. País donde en las zonas urbanas abundan los desperdicios de comidas de restaurantes, alimentos vencidos en supermercados y productos que no se venden en distintos mercados populares como también carnicerias y pescaderias.
Este es un claro ejemplo de que los medios productivos nos dan más de lo que necesitamos y genera que pocos tengan acceso a la seguridad alimentaria y que esta seguridad sobrepase la demanda cuyo desperdicio se tira a la basura sin procurar que llegue a personas menos afortunadas.
Vivimos un milagro de multiplicación de panes y peces pero sin pasar la canasta para recoger las sobras y seguir alimentando. Dios nos ha bendecido con tecnología, procesos de producción y personas con quien compartirlo. Pero nos hemos negado a renunciar a “el retorno de capital” para privilegiar los números de las cuentas bancarias por encima de los números de personas a quienes beneficiamos.
En el contexto histórico es hasta cierto punto entendible la hambruna en la postguerra en alemania, la situación decadente en la francia del siglo XVIII o lo delicado que fue en europa la peste negra. Pero hoy en día dentro de una visión globalista y en medio de un preámbulo de conflicto bélico mundial, seguimos con el ego puesto en el poderío del estado y no en el cuidado del otro.
Urge declararle la guerra al hambre y a la enfermedad, vencer el cáncer y el SIDA, colaborar con el cuidado del medio ambiente y propiciar modelos económicos que cuide de todos.
El evangelio es claro en la proposición de la construcción del reino para los pobres, lo interesante es que nos ha dado a aquellas personas que no estamos en esa situación de inseguridad alimentaria la capacidad de poder ayudar a otro hermano a que pueda tener un plato seguro en su mesa. 1 de cada diez personas en el mundo no sabe si va a comer el día de hoy, esto quiere decir que tu y 8 personas más pueden cambiar el mundo alimentando a ese hermano, hermana y familia de tu comunidad. Sólo con eso estarás construyendo el reino de Dios.
Álvaro Vergara
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