Santa Isabel Ana Seton
El 28 de agosto de 1774 nacía Santa Isabel Seton.
Elizabeth Bayley Seton, la primera estadounidense de nacimiento en ser canonizada, era de ascendencia inglesa, creció en una familia que se estableció en la Nueva York colonial. Su padre, el doctor Richard Bayley era médico; su madre, Catherine Charlton, era la hija de un ministro anglicano. Este matrimonio tuvo tres hijas: Mary, Elizabeth y Catherine. La señora Bayley murió después del nacimiento de Catherine, y poco tiempo después, el doctor Bayley se casó con Charlotte Barclay. Si bien ella era inglesa, su madre era holandesa, de apellido Roosevelt. A través de su madrastra, Elizabeth tuvo contacto con dos presidentes de los EEUU: Teddy Roosevelt y Franklyn D. Roosevelt. Uno de los sobrinos de Elizabeth llegaría a ser el Arzobispo de Baltimore, Msgr. James Roosevelt Bayley.
Elizabeth nació el 28 de agosto de 1774, en las vísperas de la Revolución Americana. Creció en la Iglesia Episcopal. En su juventud fue sin duda, una mujer notablemente hermosa. La iglesia de la Trinidad está ubicada en Wall Street, muy cerca de donde hoy se encuentra el edificio de la Bolsa de de Valores de Nueva York. A finales del siglo XVIII esta iglesia era el núcleo espiritual de la ciudad, un centro de cultura donde se reunía la crema de la sociedad. Elizabeth conoció muy bien este mundo refinado y gentil, y cuando contrajo matrimonio con William Magee Seton, el 25 de enero de 1794, se desposó en un entorno que le resultaba plenamente familiar. Ella y su esposo, un socio prominente en una firma de navegación mercantil, tuvieron una boda elegante, y, después de vivir con los Seton por algún tiempo, se mudaron a su propia casa, en el número 27 de Wall Street. Es interesante el contraste entre la actitud de Elizabeth y la de William en lo que toca a la religión.
Ella era franca, sincera, con una pizca de santidad, leía la Biblia con una fuerte inclinación evangélica. Su esposo, no era muy religioso… El pertenecía a una nueva generación de hombres. Lo que hoy llamaríamos un ejecutivo. Para él, lo primero era el negocio.
En su matrimonio le tocó a Elizabeth ser la religiosa. No parece haber existido ningún tiempo en su vida en que ella perdiera su devoción, pero en sus años de matrimonio, su formación espiritual creció en gran medida por obra de un joven ministro de la High Church que podría traducirse Iglesia Superior, como se denomina a la rama sacramental del anglicanismo. John Henry Hobart, ministraba en la parroquia de la Trinidad, era un académico y su entusiasta predicación irradiaba convicción y profunda espiritualidad. Hobart era el más joven de tres ministros que asistían a Benjamin Moore, el rector de la iglesia de la Trinidad.
Uno de sus biógrafos, describió una vez a Hobart en estas palabras «era de baja estatura, desproporcionado y llevaba gafas gruesas». Conoció a John Henry Newman en Inglaterra, y el Cardenal converso le impresionó con su inteligencia. Elizabeth Seton y su cuñada Rebecca, cayeron bajo su encanto. En el caso de Elizabeth, el pastor Hobart tuvo que tratar con una personalidad compleja:
La joven Elizabeth había desarrollado una asombrosa combinación de creencia y práctica de la fe. Usaba un crucifijo católico, veía con agrado la vida del claustro, afirmaba la doctrina de los ángeles, gustaba de los himnos metodistas, el quietismo de los cuáqueros y el emocionalismo de Rousseau, leyó la literatura protestante de su tiempo, practicó la meditación, se inclinó al estrecho calvinismo de sus ancestros en materia de pecado y castigo mientras asistía a la Iglesia Episcopal.
A pesar de la complejidad de Elizabeth o quizá a causa de ella, los dos tenían una estrecha atracción espiritual. Elizabeth Seton fue una enamorada de Dios, y Henry Hobart fue el hombre enviado por la Providencia para cultivar ese amor a un potencial más allá de lo terrenal. No es sorpresivo que John Henry Hobart y su esposa (la hija del ministro que ofició en la boda de los padres de Elizabeth) visitaran frecuentemente el hogar de los Seton. Una carta escrita por Elizabeth a una amiga, Julia Scott (enviada por el mismo Hobart), nos da una mejor idea de lo que Elizabeth pensaba de Hobart:
El portador de esta carta conoce muy bien la disposición mi corazón… El que procura y consuela a un alma atribulada es esa clase de amigo que no se encuentra fácilmente. Sus convicciones, piedad y singular forma de pensar y las razones que él posee lo han convertido—sin que él se lo imagine—en mi mejor amigo en este mundo, y uno de aquellos de quienes, después de mi Adorado Creador, espero recibir el mayor grado de felicidad en el mundo por venir.
Algún tiempo después, a causa de reveses financieros de William Seton, la familia se mudó de Wall Street al número 8 de State Street, una casa en los límites geográficos de la Isla de Manhattan, con vistas panorámicas al río y a la bahía. Long Island estaba al este, New Jersey al oeste, y Staten Island al sur, donde hoy está el Santuario de Nuestra Señora del Rosario.
En 1802, la salud de William Seton comenzó a decaer, y le aconsejaron mudarse a un clima más propicio para su recuperación. Eligió Livorno, Italia porque, entre otras razones, era el hogar de la familia Filicchi, viejos amigos y asociados de negocios de William Seton. Filippo era el cabeza de la compañía Filicchi. Su esposa, Mary Cowper, era originaria de Boston, y a través del matrimonio y el prestigio de su firma de negocios, el señor Filicchi se había hecho muy famoso en los Estados Unidos. Tenía amistad con patriotas americanos como Washington, Jefferson, y Madison, y también conoció a John Carroll de Baltimore, el primer obispo católico de esa nación. Como prueba de la estima que le tenían, Filippo fue nombrado cónsul de Estados Unidos en Livorno, algo inusual para un italiano de nacimiento. El hermano de Filippo, Antonio, era también un socio en la empresa. Su hermosa y encantadora esposa, Amabilia y Elizabeth Seton pronto se volvieron íntimas amigas.
Los Filicchis eran católicos devotos, aunque no se sabe si en materia religiosa llegaron a producir alguna impresión en William Seton. William murió en Italia en diciembre de 1803, y fue enterrado en el cementerio protestante de Livorno.
No sabemos en qué momento fue que la gracia de la conversión de Elizabeth comenzó a cristalizarse. Es casi seguro que comenzó mientras ella vivía en Italia; no hay nada que nos indique que anteriormente, en Nueva York, tuviera alguna atracción hacia la Iglesia Católica. Sabemos que estando en Italia iba frecuentemente con los Filicchis al Santuario de Nuestra Señora de Montenaro en Livorno. También sabemos que en un viaje a Florencia, visitó la Catedral (el Duomo), la iglesia de San Lorenzo, Santa María Novella, y la capilla de Medici y que quedó absolutamente fascinada con la belleza de estos lugares.
Algún tiempo después le escribió a un amigo:
¡Cuán feliz sería yo, si nosotros creyéramos lo que estas queridas almas creen: que ellos poseen a Dios en el Sacramento, y que él permanece en sus iglesias y les es llevado a ellos cuando están enfermos! ¡Oh!… ¡cuán feliz sería yo, aún lejos de todo lo que estimo, si pudiera encontrar al Señor en la iglesia como ellos lo hacen… cuántas cosas le diría de las penas de mi corazón y de los pecados de mi vida.
Oraba a Dios con la intención de hallarlo, lo que sugiere intensamente que deseaba creer en la doctrina católica de la Presencia Real de Dios en la Eucaristía.
Elizabeth comenzó a confiar en la familia Filicchi, y ellos le proveyeron algunos libros, los cuales ella leyó con atención. Sabemos que leyó la Introducción a la Vida Devota de San Francisco de Sales, un trabajo polémico llamado La Inerrante Autoridad de la Iglesia Católica, la Exposición de la Doctrina Católica de Bossuet, y una historia de la Iglesia ordenada paso a paso, recopilada y escrita a mano por Filippo con ayuda de un sacerdote amigo, el padre Pecci.
Elizabeth regresó a la ciudad de Nueva York, ya fuertemente inclinada hacia el catolicismo. Antonio Filicchi la acompaño en la larga travesía transatlántica. El le dió una copia del libro Vidas de los Santos de Butler, que ella leyó con voracidad. El viaje fue prácticamente un retiro espiritual en el que oraron, ayunaron y observaron los días festivos con particular devoción.
Ya en Nueva York su más grande desilusión vino como consecuencia de hacer saber a la gente de su interés en el catolicismo. Las preguntas que sugieron entre sus amigos—mayormente originadas por prejuicios superficiales—se volvieron un bombardeo incesante y hostil. El antiguo mentor de Elizabeth, John Henry Hobart, no fue menos crítico:
Cuando veo a una persona, cuya piedad sincera y ardiente siempre he juzgado digna de imitación, que está en peligro de conectarse con una comunión que mi juicio más sobrio me dice que es una comunión corrupta y pecaminosa; no puedo evitar sentirme profundamente afectado… Si, como parece, has abandonado la religión de tus antepasados, no por prejuicios de educación, no por buscar mejor información, pero en oposición a una luz y a un conocimiento que pocos han disfrutado, mi alma pregunta ansiosamente, ¿qué respuesta le darás a tu Juez Todopoderoso?
Hobart no perdió tiempo en proveer a Elizabeth Seton con una copia del famoso libro de Thomas Newton, la Disertación sobre las Profecías, cuya tesis principal es que todo aquel que siga al Papa irá a parar al abismo sin fondo. Y el libro tuvo su efecto, pues atribuló el alma de Elizabeth en vano. Para contrapesar el efecto de este libro inició la lectura de otras obras de un sacerdote neoyorquino que le había recomendado Antonio Filicchi: Robert Manning. Los libros fueron: La Conversión de Inglaterra y un segundo trabajo titulado La Reforma Comparada.
Continuó asistiendo a los servicios religiosos en su denominación con algunos altibajos, sintiéndose cada vez menos a gusto. Luego de asistir a un servicio dominical en la capilla de San Pablo en Broadway le escribió a Amabilia Filicchi:
Me senté en una banca al costado, de manera que quedé mirando hacia [el edificio de la iglesia católica en la calle adyacente y por veinte veces me sorprendí hablándole al Santísimo Sacramento ahí, en vez de orar hacia el altar vacío de la iglesia en la que estaba.
Algún tiempo después, le escribía al esposo de Amabilia, Antonio:
Después de leer la vida de Santa María Magdalena, pensé: «Ven alma mía, permítenos revisar todas esas sugestiones de un lado o de otro, y tranquilamente resolvernos a ir a aquella iglesia que tiene a su favor tan sabia y buena multitud»; y comencé a considerar el primer paso que debería tomar. El primer paso ¿no es acaso declarar que creo en todo lo que enseña el Concilio de Trento?
Cierta acción tomada por la Iglesia Anglicana pudo haber sido el detonante de su decisión de convertirse. En 1873, la iglesia tomó como su nombre oficial el de Iglesia Episcopal Protestante. En la primera convención general de la nueva iglesia, realizada en Filadelfia en 1789, la liturgia original de la Iglesia Anglicana, El libro de oraciones de los Fieles declaraba originalmente que, en la comunión «el Cuerpo y la Sangre de Cristo […] son cierta y verdaderamente recibidos por el creyente en la Cena del Señor». Después de la revisión, decía que el Cuerpo y la Sangre de Cristo son «incorporados y recibidos espiritualmente».
La redacción original explica la intensa devoción de Elizabeth por el sacramento anglicano y su ansia para aceptar inamovible creencia católica romana en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Así le escribe a Amabilia Filicchi:
Un día como ninguno para mí… ¿Dónde he estado? ¡En la Iglesia de San Pedro con la Cruz en lo alto en lugar de una veleta!… Cuando di vuelta a la esquina de la calle ahí estaba «Aquí voy, mi Dios, dije: «mi corazón es todo Tuyo».
La señora Seton fue recibida en la Iglesia Católica por el padre William O’Brien el 14 de marzo de 1805, en la iglesia de San Pedro en la calle Barclay. Ella pagó muy caro esa acción. Sus amigos y parientes pensaron que se había vuelto loca y se le opusieron con amargura. Muchos de ellos intentaron persuadir a varios padres de familia de apartar a sus hijos de un pequeño internado que ella había abierto para ganarse el sustento. Eventualmente se fue de Nueva York con sus hijos mudándose a Baltimore, donde se ocupó en un trabajo similar.
El resto de la historia es bien conocida. Un grupo de mujeres afines que se habían reunido en torno suyo llegó a ser el centro, el núcleo, de las Hermanas de la Caridad. En la calle Paca de Baltimore, hoy se puede visitar la capilla donde Elizabeth Bayley Seton y las otras mujeres profesaron sus votos.
Desde Baltimore, la Madre Seton y su comunidad se mudaron a Emmitsburg, Maryland, una pequeña aldea no muy lejos del límite con Pennsylvania. Hoy, uno puede visitar ahí la tumba de esta auténtica santa norteamericana, consagrada en los cimientos una hermosa basílica, así como las tumbas de dos de sus cinco hijos en un cementerio adyacente. En esta tranquilo y pacífico rincón de Norteamérica, tuvo sus comienzos la educación católica en los Estados Unidos. Ahí también, comenzaron las cinco grandes compañías de las Hermanas de la Caridad en los Estados Unidos y Canadá. Todo esto existe debido a la sed de una mujer por la Presencia Real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.
En el momento de su canonización en 1975, al prologar una biografía de la Madre Seton, El Cardenal Terence Cooke resumió su legado:
En Elizabeth Ann Seton, tenemos una santa para nuestros tiempos.
En Elizabeth Ann Seton, tenemos a una mujer de fe, para un tiempo de duda e incertidumbre… una mujer de amor para una época de frialdad y división… una mujer de esperanza para una era de crisis y desaliento. Demos gracias a Dios por esta santa hija de Nueva York, por esta mujer valiente de la Iglesia de Dios.
Autor: Charles P. Connor.
Traductor: Gustavo Serrano Diez.
Año de publicación original: 2001.
Fuente: Classic Catholic Converts.
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