A sus 88 años, la hermana Otília continúa su misión en la «Cidade dos Velhinhos»
Todos los días la hermana Otília se levanta a las 4 de la mañana, con el cielo todavía oscuro, y va a la cocina a encender la hornilla para calentar el agua para el café de los trabajadores que están a punto de llegar. Luego visita los cinco pabellones de «Cidade dos Velhinhos» [Ciudad de los Ancianos, una residencia para personas mayores] para ver si hay algún enfermo que necesite ayuda. Se preocupa de que todo el mundo esté bien.
A las 7 de la mañana, al amanecer, va a misa, desayuna y luego se encarga de distribuir los productos de limpieza que se utilizarán ese día. Almuerza y vuelve al trabajo. A las 18:00 horas cena, reza una oración y ve un poco la televisión. Sintoniza el canal con algún telediario o una telenovela. A las 20:30 horas se prepara para ir a la cama, pero no sin antes leer el Evangelio.
Sor Otília tiene 88 años, pero sigue dedicándose con diligencia a la misión que recibió en 1966. Fue ese año cuando llegó a Itaquera, en la región metropolitana de São Paulo (Brasil), para construir este hogar para ancianos, que hasta entonces era un gran terreno baldío, donado por un benefactor local.
Llegó acompañada de sor Maria Luiza Nogueira. Durante los primeros cuatro meses, durmieron en el barracón de la obra, construido para guardar las herramientas. «Todo esto era puro monte. Recuerdo que subía por la Rua Santo D’Ângelo y sólo veía arbustos y colinas. No había asfalto ni agua», recuerda, con la memoria de una joven postulante. Cuando se terminó el primer pabellón, con la ayuda de las donaciones del pueblo de São Paulo, fue una gran alegría.
Otília Barbosa de Souza nació en la ciudad de Peçanha, en el estado de Minas Gerais, en 1932. Era una hija de María en una parroquia donde el sacerdote predicaba mucho sobre las vocaciones. La visita de dos Hijas de la Caridad a la parroquia despertó su interés por la Compañía. Se incorporó a la Compañía en 1960, a la edad de 28 años.
Como postulante, trabajó en la Casa de los Pobres de Nova Friburgo y luego ingresó en el seminario de la Casa Provincial de Río de Janeiro. Durante dos años llevó la tradicional corneta, esa gorra blanca que simulaba el vuelo de una gaviota. En 1964, con el cambio de hábito, sor Otília pasó a usar el velo.
Las historias que sor Otília cuenta sobre la Cidade dos Velhinhos son innumerables. Como la de la construcción, a finales de los años sesenta, por parte de la Fundación Tolstoi, de otros cinco pabellones, a cambio de alojamiento para los refugiados rusos. En los años siguientes, unos 600 ancianos de ese país pasaron por la Cidade dos Velhinhos, la mayoría procedentes de Siberia, la principal ruta del exilio. Actualmente, los pabellones están ocupados por personas mayores de diversas regiones, especialmente de São Paulo.
La misión en la Cidade dos Velhinhos todavía se está llevando a cabo, pero la hermana Otília ya hace un balance muy positivo de los 30 años dedicados a la casa. «Aquí estamos de maravilla. Los ancianos tienen privacidad. Hay una habitación para cada uno, con una televisión. Y tienen libertad. Cada pabellón tiene su propio comedor, por lo que no tienen que desplazarse para tomar sus comidas. Todo está muy bien», dice.
Y su buena memoria no le permite olvidar una de las cosas que aprendió viviendo con los rusos: «спокойной ночи» [spokoynoy nochi, buenas noches], dice sonriendo. ¡Buenas noches a usted también, sor Otília!
Fuente: https://filhasdacaridaderj.org.br/
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