Escuchar la Voz (Juan 10,1-10)
Hace años, mientras paseaba por una playa abarrotada, me encontré con un grupo de personas reunidas en torno a un niño que lloraba y gritaba. Estaba perdido y nada de lo que se decía o hacía podía calmarlo. Pero, al cabo de un rato, algo entró en escena que lo calmó. Era el sonido de una voz, la de su madre, la que había estado corriendo frenéticamente por la orilla buscando con preocupación. El caso es que, de entre todas esas voces, el niño fue capaz de reconocer el tono y el timbre de una en particular: la que le amaba.
En el capítulo 10 del evangelio de Juan encontramos una voz que muchos escucharían, la voz del «Buen Pastor». Las ovejas se fijan en ella, son capaces de distinguirla en medio de otros sonidos. Reconocen la voz de alguien que se preocupa por ellas, que se sacrifica por ellas, las protege y las lleva a casa.
La voz del Buen Pastor es quizá la primera imagen utilizada por la Iglesia naciente para transmitir la presencia de Jesús resucitado. La fe, tal y como se representa aquí, es una escucha, una sintonización de los oídos y los corazones con la voz de Jesús en la vida cotidiana. Es la convicción de que Dios está presente, de que Dios llama desde los acontecimientos de la historia, de que el Espíritu de Dios se entreteje en los entresijos de la vida cotidiana. El reto consiste en agudizar el oído para esa guía divina, en escuchar con más atención ese sonido cuidadoso y benévolo.
Entrar en una iglesia nos pone más en sintonía con Dios: las vidrieras, el silencio y la presencia de otros fieles que también intentan escuchar. Es especialmente eficaz la forma en que asimilamos la riqueza de las Escrituras, abriéndonos a sus significados más profundos y estableciendo conexiones entre ellas y el resto de la vida. Las vidas de los santos también tienen su propia resonancia.
Y, por supuesto, está el mundo que nos rodea, que no deja de lanzar gritos de ayuda y sustento. Esas imágenes de los niños ucranianos acurrucados en esos trenes, esos refugiados que huyen de Myanmar, esas y tantas otras escenas emiten sus dolorosas llamadas.
La imagen del Buen Pastor ha afinado el reconocimiento por parte de los creyentes de quién, cuándo y dónde está nuestro Dios: cuando nos sentimos perdidos, sabemos que nos buscan; cuando sentimos el peligro, sabemos que hay protección; cuando nos sentimos desamparados, sabemos que el amor del Pastor viene hacia nosotros.
A menudo oímos a san Vicente apoyarse en esta seguridad. En una carta escrita en el último año de su vida, atestigua: Tenemos la promesa de Nuestro Señor de que se ocupará de todas nuestras necesidades, sin que nos preocupemos por ellas. (21 de febrero de 1659). Treinta y un años antes, observó: …Nuestro Señor Jesucristo, que parece haber hecho su principal objetivo al venir a este mundo para asistir a los pobres y cuidar de ellos (29 de octubre de 1638).
A través de la oración frecuente, y a través de una vida generosa y centrada en los demás, agudizamos nuestro oído ante esta voz del pastor, no sólo mejorando en reconocer su sonido, sino también saliendo a seguirla.
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