Alarmar, inquietar, molestar, preocupar
Jesús es la paz entre nativo y forastero, entre blanco y negro, entre hombre y mujer. Uno, por lo tanto, no se tiene que alarmar por el otro.
De modo detenido se despide Jesús de sus discípulos. Es que los quiere firmes en la fe en él; no quiere que se dejen alarmar por las pruebas.
No, él no quiere ver a los suyos perder la calma ni tropezar. Aun los prepara para la hora en que se les quite la vida. Pues los que los odian se convencerán de que con ello darán culto a Dios (Jn 16, 2).
Son así de apasionadas o tenaces de forma desmedida no pocas personas de tal modo que imponen sus creencias a los demás. Menos mal que no llegan a tal extremo los que creen que los cristianos se han de circumcidar. Pero aún así, no dejan de alarmar e inquietar a los cristianos que se han convertido del paganismo; introducen la polarización.
Y no solo logran esos fanáticos alarmar a los cristianos de Antioquía. Pues provocan un conflicto también. Y no es de sorprender que les resulte fuerte el debate con Pablo y Bernabé. Pablo, después de todo, es tan tenaz como ellos; los llama falsos hermanos que entran de modo furtivo como espías (Gál 2, 4). Sí, respiraba él antes amenazas de muerte contra los cristianos (Hch 9, 1).
Al fin, empero, se resuelve la disputa; se calman las pasiones y gana la razón. Pero lo que más que nada lleva a que reine la razón y haya paz y conocimiento mutuo es el amor.
Amar quiere decir llegar a conocer, no dejarse alarmar ni alarmar a los demás.
Dice Jesús a los discípulos: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Y de este primer dicho sigue por la lógica el segundo. A saber, el que no le ama no guardará sus palabras. Aclara él también que toda palabra que dice no es suya, sino del Padre que le ha enviado.
Pero ambos dichos son la respuesta a la pregunta: «¿A qué se debe que vayas a revelarte nada más que a nosotros y no al mundo?» (Jn 14, 22). La respuesta, por lo tanto, da a entender que hay que amar a Jesús para lograr conocerle como se da a conocer él. Para poder captar y guardar sus palabras.
Se les concede también a los que aman a Jesús conocer a su Padre y palpar su amor. Y saborear la presencia íntima en ellos de Jesús y de su Padre.
Esa vida interior con Jesús y con el Padre en el Espíritu Santo es decisiva. Es que si no gozamos de ella, no conoceremos tampoco la paz como nos la da Jesús. Temblaremos más bien y cobardes nos quedaremos. No conoceremos lo que ha dicho Jesús ni lo recordaremos. Y la alegría nos resultará no alcanzable.
Nos es decisiva además esa vida interior para conocernos mejor y de modo más íntimo unos a otros. Para lograr respetarnos unos a otros, seamos de la nación, raza, lengua, religión que sea. Y para permanecer unidos, partícipes del cuerpo y la sangre de Cristo. Pues el amor está por encima de todas las reglas (SV.ES IX:1125). Aun de todas las leyes de Moisés. Por encima también de todos los rasgos humanos exteriores.
Cordero de Dios, danos tu paz y el amor que no conoce temor ni límites(1 Jn 4, 18; 1 Cor 13, 7). Y concédenos no alarmarnos por prueba alguna ni alarmar al prójimo. Haz que vivamos por tu muerte, muramos por tu vida; déjanos estar ocultos en ti y llenos de ti (SV.ES I:320).
22 Mayo 2022
6º Domingo de Pascua (C)
Hch 15, 1-2. 22-29; Apoc 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29
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