Los lugares vacíos en la escuela de Jesús
En una homilía reciente, el papa Francisco nos advirtió sobre «los lugares vacíos en la escuela de Jesús»: ¿Te llama la atención alguno de los siguientes fragmentos?
Las enseñanzas del episodio de la mujer sorprendida en adulterio
«De madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él» (Jn 8,2).
El protagonista es el pueblo de Dios, que busca a Jesús, el Maestro, en el patio del templo. […] En esta página se vislumbra al pueblo de los creyentes de todos los tiempos, el pueblo santo de Dios. […] Pero en la escuela de Jesús hay lugares vacíos. Hay algunos ausentes: son la mujer y sus acusadores.
Reflexionemos sobre estos «ausentes»
Los acusadores
El papa continúa:
En los acusadores de la mujer vemos la imagen de los que se jactan de ser justos, observantes de la ley de Dios, personas buenas y honestas. No tienen en cuenta sus propios defectos, pero están muy atentos a descubrir los de los demás.
A los ojos de la gente parecen expertos de Dios, pero, precisamente ellos, no reconocen a Jesús; más aún, lo ven como un enemigo que hay que quitar del medio.
Estos personajes nos dicen que también en nuestra religiosidad pueden insinuarse la carcoma de la hipocresía y la mala costumbre de señalar con el dedo.
Entonces nos hace bien, cuando estamos rezando y también cuando participamos en hermosas ceremonias religiosas, preguntarnos si hemos sintonizado con el Señor.
Podemos preguntárselo directamente a Él: “Jesús, estoy aquí contigo, pero Tú, ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres que cambie en mi corazón, en mi vida? ¿Cómo quieres que vea a los demás?”.
La mujer sorprendida en adulterio
Su situación parece comprometida, pero ante sus ojos se abre un horizonte nuevo, antes impensable. Cubierta de insultos, lista para recibir palabras implacables y castigos severos.
Con asombro se ve absuelta por Dios, que le abre ante sí, de par en par, un futuro inesperado: «¿Nadie te ha condenado? —le dijo Jesús— Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar» (vv. 10.11).
Una gran diferencia
¡Qué diferencia entre el Maestro y los acusadores! Estos habían citado la Escritura para condenar; Jesús, la Palabra de Dios en persona, rehabilita completamente a la mujer, devolviéndole la esperanza.
La vida de esa mujer cambió gracias al perdón. Se encontraron la Misericordia y la miseria. Misericordia y miseria estaban allí. Y la mujer cambió. Incluso se podría pensar que, perdonada por Jesús, aprendió a su vez a perdonar. Quizá haya visto en sus acusadores ya no personas rígidas y malvadas, sino personas que le permitieron encontrar a Jesús.
El Señor desea que también nosotros sus discípulos, nosotros como Iglesia, perdonados por Él, nos convirtamos en testigos incansables de la reconciliación […]; de un Dios que siempre perdona, siempre. Dios siempre perdona. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
Hoy es esta mujer —que ha conocido la misericordia en su miseria y que regresa al mundo sanada por el perdón de Jesús— la que nos sugiere, como Iglesia, que volvamos a empezar en la escuela del Evangelio, en la escuela del Dios de la esperanza que siempre sorprende.
Si lo imitamos, no nos enfocaremos en denunciar los pecados, sino en salir en busca de los pecadores con amor.
Añade que entonces:
- no nos fijaremos en quienes están, sino que iremos a buscar a los que faltan.
- No volveremos a señalar con el dedo, sino que empezaremos a ponernos a la escucha.
- No descartaremos a los despreciados, sino que miraremos como primeros aquellos que son considerados últimos.
¿Estamos receptivos a esta lección?
Si alguna de sus afirmaciones te ha llamado la atención, aquí tienes el enlace al texto completo para ver el contexto.
Publicado originalmente en Vincentian Mindwalk
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