Remar mar adentro

Benito Martínez., C.M.
26 marzo, 2022

Un día Jesús subió a una barca con sus discípulos y les mandó remar mar adentro. “Remar mar adentro” es una alegoría que compara el mundo en que vivimos con el mar, y la barca, con nosotros. El mundo moderno es el mar en donde navegan los hombres, de donde sacan la pesca para vivir, donde se bañan y en cuya orilla viven. Hay días en calma, pero también hay temporales que meten miedo, como es la galerna que está azotando Ucrania. Y a pesar de esta borrasca, Jesús nos dice que rememos mar adentro en busca de la paz. Nos propone dejar la orilla segura y desafiar a partidos políticos, banqueros, periodistas y a otros, disputándoles la paz a mar abierto. Y la lancha de la Familia Vicenciana se adentra en ese mar por donde también navegan los pobres.

El Papa Francisco ha intentado revivir la devoción y declaró el Miércoles de Ceniza, Jornada de Ayuno y Oración por la Paz. “Que la Reina de los cielos preserve el mundo de la locura de la guerra”, agregó. En otras épocas, en situaciones parecidas a la de Ucrania, las iglesias eran  hervideros de plegarias. Hoy domina la crisis de fe. La indiferencia religiosa ha alcanzado niveles altos entre los jóvenes y los lleva a sentir que Dios no es problema, que ya no ocupa un lugar en sus vidas ni les preocupa. Es el fruto del secularismo, desapareciendo incluso los símbolos religiosos, como crucifijos en las escuelas, imágenes en las casas, repique de campanas, santiguarse al ir de viaje. Se ve normal que las fiestas religiosas se vivan como fiestas civiles y que los sacramentos se conviertan en celebraciones sociales. El mundo que traslucía a Dios, ahora parece opaco y ha dejado de hacerse preguntas sobre la otra vida. A este mundo nos envía Dios para que le transmitamos la fe, aprovechando el revulsivo que supone ver los millones de desplazados que salen de Ucrania en busca de paz y bienestar.

Necesitamos fe, porque en la vida civil la razón humana se ha convertido en la única fuente de conocimiento y muchos están convencidos de que la mente humana -sin necesidad de acudir a Dios- es la única que tiene la solución a los problemas que aquejan a la humanidad. La razón y no la fe, da a la humanidad el progreso, el respeto a los derechos humanos y el aprecio a la dignidad de las personas. Hay muchos que adoran la libertad como a un dios y la convierten en excusa para rechazar todo criterio ético.

Los Patriarcas de Constantinopla, Moscú y Kief descubren que molestan, cuando añaden un tinte religioso a los medios de encontrar la paz. Nos damos cuenta de que la religión es débil en esta sociedad, y que nosotros no tenemos poder para hacer milagros. A esta sociedad tenemos que hablar de Dios como en un desierto sin oyentes. Vivimos en plena tempestad en una lancha de madera con la mentalidad machacona de remar mar adentro y Jesús duerme en popa. Hay que despertarlo y sentir su presencia por la fe, aunque nos rechacen, como lo fue san Pablo en el Areópago de Atenas. Esta situación puede incitar a algunos misioneros a buscar identidades alternativas en la inculturación. Y no porque no amen la vocación, sino porque no quieren provocar.

La situación en Ucrania nos enseña que debemos evitar el pesimismo que desconfía de la ayuda de Dios, y el optimismo angelical que se olvida de que hay que trabajar con el esfuerzo de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente, decía san Vicente (IX, 442; XI, 120), en un mundo que ha perdido la fe. Pero al abrir caminos de esperanza a los pobres, aunque no tengan fe, solemos enlodarnos y nuestra fe puede materializarse, porque su sufrimiento es humano y parece que de parte de Dios sólo hay silencio, mientras vemos que el dinero y otros medios materiales son los que liberan.

Es urgente reconstruir una relación espiritual con Dios y los pobres, como lo expuso Jesús en la parábola del sembrador. Muchos pobres, como una parte de la semilla, han caído en el camino y para que no se la lleve el diablo, los cogemos y los llevamos al campo fértil dentro de la sociedad. Otros viven dentro de la sociedad y parecen que pisan buena tierra, pero debajo hay una losa de piedra que no conserva la humedad que necesitan para vivir. Tan pronto como llega una crisis política, como en Ucrania, una crisis social, el paro, una pandemia como el coronavirus, una subida de precios, no aguantan y se seca su fe. Es duro, pero no podemos abandonarlos, aunque nos rechacen.

Otros viven dentro de la tierra buena, pero rodeados de plantas mundanas: la riqueza, el placer, el orgullo, que los incapacitan para reconocer lo bueno o lo malo y rechazan a quienes quitan las zarzas. También hay pobres que han caído en buena tierra y dan el 30, 60 o 100 por uno. Conservan el sentido de sacar adelante una familia, abrirse camino en su profesión y vivir holgadamente. A estos hay que indicarles que esos frutos, sin fe, no tienen fuerza para dar razón de la existencia. Pero el riesgo mayor que nos acecha es la confusión en lo que debe hacer la Familia Vicenciana ante las estructuras que no responden adecuadamente a los problemas nuevos. Hemos gastado mucho tiempo en denunciar los males sin abrir caminos de esperanza ni cambios estructurales valientes que nos animen a responder al mandato de Jesús: bogar mar adentro. Y tenemos que bogar. En ayuda nuestra viene Jesús que en los sacramentos nos da al Espíritu Santo.

Benito Martínez., C.M.

Etiquetas: coronavirus

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