Conservar a Jesucristo en nuestros corazones
Jesús es el Hijo de Dios y el Hermano de todos los hombres. Ser de su familia quiere decir conservar en el corazón su enseñanza.
Jesús, de doce años, se sienta en medio de los maestros. Los escucha y pregunta; se asombran todos los que le oyen. No cabe duda de que vale la pena conservar en nuestros corazones ese escenario que proyecta hacia el futuro.
Se le mira, sí, al que más tarde se ganará la aprobación de todos (Lc 4, 22. 36). Al que se nos dará a conocer como el Maestro de cuya boca saldrán palabras de gracia, poder, autoridad.
No, no hay duda de que Jesús es Maestro de maestros, el solo que tenemos (Mt 23, 10). El que cuestiona a otros maestros. Y el ser él tal Maestro quiere decir que se les prohíbe a todo maestro tener pretensiones de superioridad. Del mismo modo también allana el verdadero amor, como nos lo enseña san Pablo, las prominencias de todo grupo dominante.
Todo esto, por supuesto, hay que recordar. Pero sobre todo nos hemos de dar cuenta de que está en medio de nosotros el Maestro. A nuestra vez, tenemos que centrarnos en él y conservar su enseñanza en nuestros corazones.
Y la sabiduría fundamental que él nos comunica se trata de estar él en la casa de su Padre. Es decir, todo de él es ocuparse de las cosas del Padre. Su razón de ser es su Padre; viene para hacer su voluntad (Heb 10, 7). De hecho, no hace nada por su cuenta y busca solo la voluntad del que lo ha enviado (Jn 5, 30). Con razón, nos dice: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30).
Fijarnos en Jesús y conservar en nuestros corazones su enseñanza es ver a Dios y guardar sus mandamientos.
Así pues, ver al Enviado del Padre es ver al Padre también (Jn 12, 45; 14, 9). Y él viene para hacerse carne, Dios-con-nosotros. Así, da a conocer de modo pleno a Dios, al cual nadie lo ha visto nunca (véase también san Juan de la Cruz).
Queda claro, por lo tanto, que no solo trasciende Jesús a los demás por su religión para con su Padre. También transciende él a los demás por su amor para con los hombres (SV.ES VI:370).
Y nos basta con seguir a Jesús para lograr amar a Dios con todo nuestro ser. Y a los demás como a nosotros mismos. Así que buscar a Dios y su voluntad no nos resulta otra cosa más que buscar a Jesús y su voluntad. Y vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios es comulgar con el que tiene palabras de vida eterna. Además, alimentarnos de la carne y sangre de Cristo es tomar su alimento. Y esto quiere decir hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra (Jn 4, 34).
Así se nos reta a los discípulos de Jesús a dar culto a Dios y a amar como él. Pues él nos pregunta también: «¿No sabéis que debo estar en la casa mi Padre?». Y todo esto lo tenemos que conservar también en nuestros corazones para que captemos lo que quiere decir él.
Desde luego, se nos pide ser hombres y mujeres de oración (SV.ES XI:778). Al igual que el arzobispo vicentino Tulio Botero Salazar, uno de los firmantes del Pacto de las catacumbas (véase también).
Señor Jesús, haz que seamos de tu familia. Concédenos escuchar, conservar y hacer todo lo que nos enseñas de palabra y de obra.
26 Diciembre 2021
Sagrada Familia
Eclo 3, 2-6. 12-14; Col 3, 12-21; Lc 2, 41-52
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