Preparado para ver (Lc 3,1-6; Flp 1,9-10)
Un hombre me contó una historia sobre cómo, siendo niño, le había afectado mucho un paseo por la naturaleza. Para ir a la escuela cada mañana, tenía que cruzar un parque. Un día, un profesor de ciencias llevó a toda la clase a ese lugar y comenzó a señalar muchas maravillas de la naturaleza en las que el niño nunca había reparado. Cómo las raíces de los árboles se conectaban bajo tierra con las de otros árboles y así podían nutrirse mutuamente. Cómo las diferentes tonalidades de verde se desencadenaban por la acción del sol. Y otras muchas maravillas. El hombre recordó que, aunque había paseado por este mismo parque cientos de veces, nunca lo había hecho con los ojos tan abiertos a lo que realmente había allí. Lo que el maestro había hecho era prepararlo para ver. Le había dado una forma de captar mejor lo que allí había.
Este tema de alguien que prepara un camino recorre las escrituras de Adviento. Es lo que hace Juan el Bautista, que nos prepara para ver. Mejor aún, nos está alertando sobre Quién está delante de nosotros y Quién ya está entre nosotros, el Señor Jesús, aquí en su Espíritu. Juan se esfuerza por despertarnos a los rastros del propio Ser de Dios en el aquí y ahora que, de otro modo, podríamos pasar por alto. Pero, sobre todo, Juan también quiere alertarnos de esa misma presencia divina que nos convoca desde el futuro.
Estas señales de la cercanía de Dios podrían estar ocurriendo fuera de nosotros; por ejemplo, en la abnegación de los voluntarios y trabajadores de atención de emergencia durante la pandemia. O en los generosos esfuerzos de muchas personas en nuestras ciudades para acabar con los sin techo. Pero también pueden estar ocurriendo dentro de nosotros, como en los sentimientos de simpatía apenas registrados que surgen desde dentro al ver a las familias de refugiados acampadas en todas esas fronteras.
El papa Francisco presenta una imagen fascinante de la esperanza que toca estos impulsos apenas percibidos. La esperanza, dice, es «un empuje en el fondo del corazón de las personas» que las impulsa a dar un paso hacia una vida mejor pero aún desconocida. ¿Recordamos cuándo impulsos como éste nos impulsaron a avanzar hacia un futuro tan apetecible pero nebuloso?
El Adviento es un tiempo para prepararse a ver, para notar no sólo lo que hay de Dios a nuestro alrededor ahora mismo, sino también lo que hay de Dios para más adelante. Las palabras y los colores de la estación aumentarán nuestra conciencia de las llamadas de gracia que fácilmente podríamos pasar por alto. Juan el Bautista nos prepara para sentir estos diferentes toques de la presencia divina. Nos ayudaría a notar estos caminos de discipulado que fácilmente se pasan por alto, no sólo cuando aparecen en el presente, sino especialmente cuando nos llaman desde el futuro.
En otro lugar, san Pablo habla directamente de este mismo tema: ver más y ver mejor. Nos dice que «es el amor el que nos abre los ojos», el amor que profundiza nuestra percepción sobre lo que importa más a los ojos de Dios y lo que importa menos (Flp 1,9-10). Preparar el camino del Señor nos haría notar qué y dónde está ese «camino», el camino del discipulado cristiano que nos convoca al propio futuro de Dios.
En una charla sobre la oración, Vicente también aconseja la preparación. «Antes de ir a la meditación, prepara tu alma… Es muy razonable que pensemos un poco en lo que vamos a hacer… y ante quién nos vamos a presentar».
Prepara el Camino del Señor. Y prepárate para discernir ese Camino.
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