Bautizarse en el nombre de la Trinidad

Benito Martínez CM
6 noviembre, 2021

Bautizarse en el nombre de la Trinidad

por | Nov 6, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

La vida espiritual de un cristiano es trinitaria y se hace cristiano por el Bautismo. El evangelista san Mateo cuenta que una vez resucitado, Jesús envió a sus discípulos por todo el mundo a anunciar la Buena Noticia que él había anunciado a los judíos: “Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). Es una fórmula convertida en dogma de tal manera que, si hoy alguien bautizara solamente en el nombre de Jesús o del Espíritu Santo, consideraríamos inválido ese bautismo, porque no bautiza en nombre de la Trinidad. Sin embargo, en la primitiva Iglesia, bautizar en el nombre de Jesús tenía el sentido de bautizar en nombre de la Trinidad. Se recordaba que Jesús y Juan Bautista habían dicho que el bautismo sería en el Espíritu Santo. Y si Pedro, Felipe, Pablo y los primeros cristianos bautizaban únicamente en el nombre de Jesús era porque sabían que equivalía a bautizar en nombre de la Trinidad que los revestía de Cristo y en ellos se reproducía la imagen del Hijo (Gal 3, 26; Rm 8, 29). Bautizarse en el nombre de Jesús es aceptar su fe, su doctrina y el Reino de los Cielos, un Reino de amor, de justicia y de paz.

Mateo desarrolló la fórmula de bautizar en el nombre de Jesús en la de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Quería enriquecer a los bautizados con la doctrina de la paternidad de Dios, la filiación del Hijo y la donación del Espíritu. Cuando Pedro pide a los judíos que se bauticen en el nombre de Jesús, les exige que se conviertan, que cambien de vida dirigidos por el Espíritu Santo (Hch 2, 38), como lo había predicado Jesús. Sin el Espíritu Santo “nuestra vida es animal”, dirá santa Luisa de Marillac (E 98) y protestaba que “considerando que en el día de mi sagrado bautismo fui consagrada y dedicada a mi Dios para ser su hija y que a pesar de ello, tantas y tantas veces he obrado en contra de su santísima voluntad,… detesto con todo mi corazón las iniquidades de toda mi vida pasada que me hacen rea de lesa majestad divina y de la muerte de Jesucristo” (E 4). “Por eso, he resuelto fijarme cuidadosamente en la vida santa de Cristo para tratar de imitarla; me he detenido con insistencia en el nombre de cristiano que llevamos, pensando que requiere conformidad y, por ello, he pensado informarme de qué manera había adquirido ese santo nombre y de qué palabras se sirve la Iglesia para dárnoslo, y cómo he recibido ese santo nombre, a fin de llegar a ser verdaderamente cristiana total” (E 58). Quien se bautiza entra en el ámbito de la Trinidad, conoce el amor del Padre, la obra salvadora del Hijo y cómo el Espíritu Santo se aposenta en cada hombre para que se amen hasta ser capaces de dar la vida por Jesús y los hermanos. Es la conversión. A veces hablamos de conversión dentro de un acto penitencial, como si la conversión fuera arrepentirse de los pecados o acoger el cristianismo en países de misión. En la vida espiritual es un movimiento hacia Dios para convertirse en. Como el agua se convierte en hielo, el cristiano se convierte en Cristo.

En la parábola de la higuera maldecida Jesús dice que hay que convertirse en uno mismo, y si el dueño quiere arrancar la higuera es porque no se porta como higuera, no da higos (Lc 13, 1-9). Nosotros somos por el bautismo hijos del Padre, seguidores del Hijo encarnado y morada del Espíritu Santo dentro de la sociedad en la que vivimos y dentro de unos tiempos nuevos que se iniciaron a mitad del siglo XX. Estos nuevos tiempos llegaron a su apogeo en la llamada posmodernidad, pero muchos la consideran superada. La nueva sociedad se confiesa posreligiosa y pasa de la Trinidad. La tecnología, la informática, los medios de comunicación han creado un vacío espiritual de tal magnitud que prolifera el sentido religioso individual, esotérico, ecológico, frecuentemente en forma de sectas, como la Nueva Era (New Age).

En la Exhortación Apostólica Postsinodal Vida Consagrada san Juan Pablo II dice a las Congregaciones Religiosas que la vida consagrada “imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia, por impulso del Espíritu Santo, la forma de vida que Jesús abrazó y propuso a los discípulos que le seguían” (n. 22). San Vicente, santa Luisa y el beato Federico anunciaron que el Padre se hace presente en el mundo por la creación y el Hijo por los sacramentos y los pobres. Sin esta presencia nuestro servicio y evangelización no tienen razón de ser. Por su parte, el Espíritu Santo hace presente a Jesús en todos los hombres con su acción carismática, en las Escrituras, con su inspiración, y en los sacramentos con la epíclesis.

El Espíritu Santo actualiza a Jesús, sus cualidades y sus rasgos, que los vicentinos asumimos como forma de vida y de servicio a los pobres. Una actualización moderna es la kénosis. Jesús se humilló hasta hacerse uno de nosotros. Nuestro seguimiento debe ser también en la kénosis de la humildad. Pasar de la situación de superioridad a la situación de debilidad de los pobres en un mundo secular. Secularidad no se contrapone a divino, sencillamente es el ámbito donde se desarrolla la existencia humana. En un lenguaje humano, secular decimos que la Segunda persona de la Trinidad abandona el palacio trinitario para vivir en los barrios de la tierra y la Tercera Persona igualmente abandona los aposentos palaciegos para morar en la bohardilla de cada hombre.

El Dios de Jesús es actual en los posmodernos que asumen una cultura de debilidad. La grandeza de la kénosis de la Segunda Persona reside en asumir la naturaleza débil, viviendo a gusto en ella y con ella sin humillarla. Jesús reconocía su naturaleza divina, la grandeza de su elección mesiánica y lo eximio de su misión, reconocía que el Padre le había elegido y le había dotado de las cualidades necesarias para desarrollar su misión. Se sentía el amado del Padre y su Hijo predilecto. Pero no humillaba a nadie, amaba a los humildes y se identificaba con ellos, como aconseja el espíritu vicenciano.

P. Benito Martínez CM

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