La vida espiritual
Durante varias semanas vamos a reflexionar sobre la vida espiritual que tanto asusta a los hombres del mundo en que vivimos, porque piensan erróneamente que los aleja de la vida social y del goce legítimo de la vida humana. Sin embargo, la vida espiritual no es nada más que hacer las cosas buscando a Dios. San Vicente de Paúl lo deja claro cuando se lo explica a los misioneros: “Hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar más que en Dios? No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas”. Y concluía: “se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo” (XI, 429s). Es decir, se necesita buscar a Dios en las cosas que hacemos. También santa Luisa propone a las Hijas de la Caridad que laven a los enfermos, les pongan servilletas y toallas limpias, se ocupen de los orinales y respondan de los enfermos dentro y fuera del hospital, pero solo si sienten la presencia de Dios, están viviendo la santidad de la vida espiritual (c. 176).
El Concilio Vaticano II declaraba que todos los hombres estamos llamados a la santidad (LG cap. V). También Luisa de Marillac animaba a las Hijas de la Caridad a llegar a la perfección: “¡Trabajad bien en vuestra perfección con tantas ocasiones como tenéis de sufrir”, “en nombre de Dios, queridas Hermanas, tened valor para trabajar en vuestra perfección”, “y para esto, es preciso tener continuamente delante de los ojos nuestro modelo, que es la vida ejemplar de Jesucristo, a cuya imitación hemos sido llamadas, no solamente como cristianas, sino también por haber sido elegidas por Dios para servirle en la persona de sus pobres. Sin esto, las Hijas de la Caridad son las más dignas de compasión del mundo” (c. 140, 251, 257). Seguía a Jesucristo que nos invita a ser perfectos como lo es el Padre celestial (Mt 5, 48), copiaba a san Pedro que anima a ser santos, pues a ello nos ha llamado el Padre (1P 1, 15) y a San Pablo cuando declara que el Padre nos ha elegido antes de crear el mundo para ser santos en Cristo (Ef 1, 4).
A cada forma de vida le corresponde una vida espiritual diferente. El plan de vida de todas las Hijas de la Caridad es similar y, por lo mismo, la espiritualidad de todas tiene rasgos semejantes: santificarse sirviendo a los pobres desde la comunidad en humildad, sencillez y caridad. Pero la cima de la perfección es diferente en cada Hermana, de acuerdo con sus aspiraciones que, como en las espigas, pueden ser 30, 60 o 100 granos (Mt 13, 8). La sicología femenina tiene ciertos rasgos diferenciados de los rasgos masculinos, y hay que tenerlo en cuenta. Acaso sea tiempo ya de traer a la tierra una espiritualidad de ternura y de misericordia, y es aquí donde la contribución de la mujer, por sus cualidades femeninas, es, sin duda, importante y decisiva, especialmente la Hija de la Caridad que las emplea a favor de los pobres.
Quien tiene la misión de dar una vida espiritual a los hombres y transformarlos en Cristo es el Espíritu Santo. Jesús “lleno del Espíritu Santo” volvió al Jordán, después fue conducido al desierto por el Espíritu, regresó a Galilea “por la fuerza del Espíritu” y finalmente comienza su misión, como enviado del Padre, afirmando que “el espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido” (Lc 4, 1-18). La Familia Vicentina realiza su misión fortalecida por el Espíritu Santo. Sin él “no habrá conseguido nada, y lo que tiene le será quitado… pues su obrar es terreno e irracional”, mientras que el Espíritu de Jesús, recibido en el bautismo, “les da la firmeza de la perseverancia en esta forma de vida enteramente espiritual, aunque sea por continuas acciones exteriores que parecen bajas y despreciables a los ojos del mundo, pero grandes delante de Dios y de los ángeles”, escribía santa Luisa a Sor Margarita Chétif, que será su sucesora como Superiora General (c. 717). Y pedía para las Hijas de la Caridad “que le agrade a Nuestro Señor Jesucristo darnos su Espíritu para que seamos tan llenas de él que no podamos decir ni hacer nada a no ser por su gloria y su santo amor” (c. 359). Esta es la vida espiritual de todo vicenciano. El hombre necesita luz del Espíritu Santo para discernir sobre las decisiones que puede tomar y para descubrir la bondad de sus acciones y elevarlas al orden sobrenatural. Más aún, su voluntad necesita una gracia del Espíritu para actuar en la vida. La teología habla para estos casos de unas gracias especiales, llamadas dones, que el Espíritu Santo activa directamente para superar de una manera sobrehumana en situaciones excepcionales, teología que asumía santa Luisa de Marillac (E 87). Es la vida espiritual contemplativa a la que llegan los santos y las santas.
P. Benito Martínez CM
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