Hablamos, quizás con demasiada ligereza, del carisma vicenciano. Por un momento, me gustaría replantear la conversación. Hablemos de la imaginación vicenciana… y de cómo condujo a la «Cuestión Vicenciana».

La imaginación de Dios

Imaginación – «la capacidad de ver algo que otros no ven o que todavía no existe».

• Ciertamente, Dios ve mucho más de lo que nosotros podemos ver.
• La imaginación de Dios: la capacidad de ver lo que «el ojo no ha visto ni el oído ha oído».
• Dios compartió el don de la imaginación con nosotros. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.
• Dios fue aún más lejos.
• Dios compartió su propia imagen y semejanza en la persona de Jesús.
• El Verbo hecho carne nos mostró lo que Dios imaginó para nosotros.

La imaginación de Vicente

Cualquiera que fuera el don de la imaginación de San Vicente, ciertamente lo refinó. La Escritura fue su guía.

Vicente leía los Evangelios imaginativamente. A los 30 años pareció aprender a entrar en las Escrituras. Se situaba en cada historia que leía. Se imaginaba a sí mismo como cada persona de la historia. A través de este proceso, Vicente aprendió a imaginar la forma en que Dios/Jesús imaginaba. Aprendió a leer los suspiros y los signos de los tiempos.

Empezó a entender la imaginación de Dios. Empezó a imaginar como Dios. Se «puso la mente de Cristo».

La cuestión vicenciana… y el carisma

Con la mente de Cristo, se atrevió a plantear lo que hoy llamamos la pregunta vicenciana. «¿Qué hay que hacer?»

Vicente se atrevió a imaginar un mundo en el que las personas se cuidaran unas a otras. Imaginó cómo sería tomarse en serio la oración de Jesús, Padre Nuestro, trató a todos, incluso y especialmente, a las personas olvidadas en los márgenes como sus hermanas y hermanos. No hay pruebas de que tuviera otro plan que hacer lo que la Providencia le llamaba a hacer… llevar la Buena Noticia a los pobres en cualquier situación.

La imaginación vicenciana

La «imaginación» de Vicente le llevó a cambiar su mundo.  La mayoría aceptaba su mundo como «tal y como es». Sin duda vio la enorme desigualdad social, la polarización de los campesinos y el poder. Sobre todo vio la resignación al statu quo.

Vincent vio más. Vio que había algo fuera de foco. Lo sintió especialmente cuando vio la realidad sobre el terreno frente a la visión y la misión de Jesús llevando la buena noticia a los pobres. Así que continuamente se hacía lo que hoy llamamos la pregunta vicenciana. «¿Qué hay que hacer?»

Con Dios y el Verbo hecho carne, se atrevió a imaginar un mundo en el que las personas se cuidaran unas a otras. Dudo que tuviera otro plan que utilizar su imaginación para dar respuesta a lo que debe hacerse para llevar la «buena noticia» a los que sufren.

Con claridad de miras, también sabía que era sólo una persona. En su «imaginación de Cristo», también vio al clero, a los laicos y a las mujeres uniéndose en la visión de Dios.

Con esta imaginación, dio forma a los supuestos «influenciadores» de su época, los clérigos, y aprovechó recursos no reconocidos anteriormente para el ministerio: los laicos, y especialmente las mujeres. Inspiró a cada uno de ellos a imaginar la dignidad de los hermanos y hermanas. Le hizo preguntarse: «¿Qué debo hacer yo?» por mi hermana y mi hermano necesitado.

Hoy, podemos perdernos fácilmente preguntándonos: «¿Qué puedes hacer?». Sin embargo, siempre encontraremos el camino si nos hacemos la pregunta vicenciana por excelencia que ofreció por primera vez la señora De Gondi: «Hay que hacer algo; ¿qué debo hacer?»

Esta es otra forma de entender el «carisma vicenciano». Saber que hay que hacer algo y tener la valentía de imaginar. «¿Qué debo hacer?» es vivir la imaginación de Dios, de Jesús, de San Vicente: la imaginación vicenciana. y el carisma.

¿Nos atrevemos a imaginar?