Vivir la vocación con ilusión y dinamismo
La epidemia del coronavirus nos retiene encerrados en casa y es ocasión para revisar nuestra vocación y no caer en la rutina que tanto le preocupa al Papa Francisco. La vocación no es un tesoro guardado en una caja fuerte para no perderlo. La vocación es dinámica. Se parece a una semilla que encierra en su interior el fruto de lo que será cuando se haga un árbol. La vocación lleva en su interior un proyecto de crecimiento de lo que será en la vida y necesita cultivo, abono y cuidado.
Desde su concepción, al ser humano Dios le pone, como objetivo, alcanzar la felicidad y ayudar a los demás a ser felices, aquí y en la eternidad. Es la felicidad que promete Jesús a los que le sigan. Muchas personas escogen encontrar la felicidad haciendo felices a los pobres, siguiendo a san Vicente de Paúl, a santa Luisa de Marillac y al beato Federico Ozanam. Dios las acepta y les da un carisma, una gracia especial para realizarlo; es el carisma de la vocación que modelará toda su vida: «No me habéis elegido vosotros a mí. Yo os he elegido a vosotros» (Jn 15, 16). Como también son un regalo de Dios las cualidades físicas, intelectuales y espirituales, familia y formación.
La vocación se construye en la oración y desde los sacramentos, porque parte de un encuentro personal con Dios como lo tuvieron Abraham, Moisés, María, los Apóstoles, Pablo: Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a misión (Mc 3, 14; Jn 20, 21). Es conocido el encuentro que tuvieron con Dios san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac en una oración contemplativa en la que Dios les concretó la vocación. Hoy es difícil mantener la vocación, porque vivimos una época de cambios profundos, acelerados, universales y desequilibrados, dice el C. Vaticano II (GS, n. 4-7). Para no instalarse cómodamente en un estilo de vida rutinaria y en una atonía espiritual que vaya carcomiendo la vocación, la Hija de la Caridad se ve obligada a bogar contra corriente, contra viento y marea, rodeada de increencia, hedonismo, activismo, secularismo, decía Sor Évelyne, que fue Superiora General de las Hijas de la Caridad.
Cargar con la cruz y seguir a Jesús supone lucha. Pero la lucha exige esfuerzo y el esfuerzo produce cansancio. Después de unos años en la Compañía, viene el peligro de instalarse, y como los apóstoles, trabajan toda la noche sin pescar nada. Y cunde el desánimo, como cuenta san Lucas de los discípulos que huyen a Emaús (24, 13-35). Entusiasmo, seguimiento a Cristo, decepción, alejamiento de la comunidad y refugio en lo de antes. «Nosotros esperábamos, y se volvían a un pueblo llamado Emaús». Jesús se hace compañero de camino, les explica lo sucedido como signos de la salvación divina, se queda con ellos y comparte la mesa y les abre los ojos, recuperan la esperanza y vuelven gozosos a la comunidad para ser testigos del Resucitado.
También san Vicente y santa Luisa experimentaron una noche oscura. Como ellos, nosotros podemos experimentar cansancio y desánimo. Pero Dios es fiel, y al aceptar una vocación le da las gracias necesarias para vivirla. La fidelidad se apoya más en Dios que en el esfuerzo humano. Cuando faltan las fuerzas y parece imposible salir de la debilidad pantanosa, sentimos que el Espíritu Santo nos habla como a las Iglesias del Apocalipsis: “Esto dice el que tiene las siete estrellas: conozco tu conducta, fatigas y entereza. Tienes aguante: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor. Date cuenta de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera”. “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Sé, pues, ferviente y cambia. Mira que estoy a la puerta y llamo” (Ap 2, 2s; 3, 14.20).
Esta pandemia nos lleva a recogernos en casa y escuchar a Jesús que llama a la puerta por medio de los compañeros/as. Si no los escuchamos, nos encerramos en un caparazón como los caracoles, decía san Vicente, sin tener en cuenta lo que santa Luisa decía, que la señal de que una Hermana es buena Hija de la Caridad es si lo aguanta todo (c. 115). Ante las dificultades y el cansancio, el aguante es el pilar que sostiene la vocación. El aguante no es pasividad o resignación hasta que pase el temporal, es reconocer que somos limitados y, apoyados en Jesús, confiar en la victoria final, porque él es capaz de fortalecer al que se siente frágil y cansado, como asegura san Pablo: doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confirió este ministerio (1Tm 1, 12).
P. Benito Martínez, CM
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