Incorporarse a la humanidad de Jesús
La espiritualidad del seguimiento a Jesús que le marca el sacerdote Vicente de Paúl, la señorita Le Gras la adoba con un sabor de la llamada Escuela Abstracta, asignándole tres momentos: el designio eterno por el que Dios la elige para que siga a Jesús en un estado de vida concreto, la llamada de Jesús a seguirlo y la respuesta que da ella. Para santa Luisa la elección prevalece sobre la llamada y la respuesta. La llamada es solo la manifestación temporal de la elección eterna, y la respuesta, la realización en su vida. Para la elección acude al designio divino, de acuerdo con la espiritualidad nórdica, pero para la respuesta prefiere la enseñanza de Vicente de Paúl.
Si la misión a la que es llamada una persona indica la grandeza de su vocación, nada hay más grande que servir y evangelizar a los pobres. Es lo que vino a hacer el Hijo de Dios en la tierra, dice san Vicente (XI, 34). Y santa Luisa decía a las Hijas de la Caridad que ser elegidas para una vocación tan alta sólo se amortiza sirviéndole en los pobres como una sirvienta a su señor: «agraden a Dios sirviendo a vuestros amos, sus queridos miembros, con devoción, dulzura y humildad, y no se apenen si sus sentidos les dicen otra cosa» (c. 78). Santa Luisa intenta convencer a las Hermanas que su vocación las eleva a una condición que muchas señoras quisieran tener y a un honor que ellas no han merecido. Haciendo suyas las palabras de san Vicente, se lo señala a las Hermanas destinadas a Polonia: «¿Por qué es de tan gran honor esta vocación? La primera razón es que es un Dios quien os llama. Ser llamada por todo un Dios, ¡qué grandeza de vocación!… Y nuestro Señor ¿no da a entender la grandeza de esta vocación cuando dice a sus Apóstoles: no sois vosotros, sino yo quien os ha elegido? Humillaos ante esta gracia y sed agradecidas» (E 72). Y, al enterarse de la familiaridad con que la Hermana Sirviente del hospital de Angers trata al Obispo, le escribe que compre el honor no merecido con un tanto de humildad (c. 78, 398). Ese honor no merecido se lo da su vocación de seguir “a Jesucristo a cuya imitación estamos llamadas no sólo como cristianas sino también por haber sido elegidas por Dios para servirle en la persona de sus pobres; sin esto las Hijas de la Caridad son las personas más de compadecer del mundo” (c. 257). Dirigida por san Vicente, santa Luisa habla de la debilidad humana de Jesús más que de su grandeza de Hijo de Dios. No es su divinidad omnipotente la que la arrastra a seguirle, sino su débil humanidad, como el medio más poderoso que Dios le ha dado. Y quiere que, con su santa gracia, sea el único ejemplar de su vida (E 11), y aclara que este pensamiento le vino después de haber deseado por algún tiempo el amor de la Humanidad santa de nuestro Señor para animarla a practicar sus virtudes especialmente la mansedumbre, la humildad, la tolerancia y el amor al prójimo (E 67).
La Hija de la Caridad participa del destino crucificado de Jesús y confía en el Padre, como él. Si no confía en Dios Padre, la debilidad humana la abatirá y rebotará en su interior en forma de orgullo o rebeldía. Jesús aparecía como hombre mortal, pero reconocía su naturaleza divina y la grandeza de su mesianismo, enseñando el camino de los humildes y ofreciendo su vida humana para que la imitemos con la fuerza del Espíritu Santo que nos reviste de humildad, sencillez y caridad. Cuando el Espíritu de Jesús ha empapado todos los recovecos de una Hija de la Caridad, se realiza una especie de simbiosis de la vida de Jesús a la suya. Si Cristo desciende de lo divino a lo humano, de la omnipotencia a la debilidad, si asume la débil naturaleza humana sin humillarla, viviendo a gusto en ella, también ellas deben aceptar que son débiles. En ningún momento es más débil el hombre que en el momento de la muerte. Y su debilidad es inmensa si, en el momento de morir, se siente abandonado y condenado injustamente. A esto se sometió Jesús que crucificado escucha cómo su naturaleza humana le grita a la divina “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Seguirle supone asumir, aunque duela, su destino crucificado; supone empeñarse en la salvación de los pobres hasta entregar la vida. Es lo que hacen las Hijas de la Caridad día a día. Por eso san Vicente les decía que eran mártires, porque al servir a los pobres su vida quedaba abreviada, acortada (IX, 256, 419s).
P. Benito Martínez, CM
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