Desde un punto de vista vicenciano: José y el Salmo 1
¿Te gustaría oír rezar a José? Puedes empezar con el Salmo 1.
Podemos decir con confianza que José rezaba los Salmos. Podemos hacer la misma afirmación sobre Jesús, María, Isabel, Pedro, Santiago, Juan, Pablo, Marta, María, Lázaro y cualquier otro judío que se pueda nombrar del Nuevo Testamento. Los Salmos formaban parte integral de la oración de Israel, y por tanto de todos los miembros fieles del «Pueblo Elegido». No sólo podemos decir que José rezaba los Salmos, sino que también podemos identificar algunos de los momentos en los que habría rezado algunos en particular; pero eso es materia para futuras reflexiones.
Centrémonos en el Salmo 1. Este punto de partida tiene sentido por varias razones. El Salmo 1 nos señala la importancia de la meditación. Ocupa un lugar privilegiado en el Salterio porque marca la dirección de todo el libro, al igual que el Salmo 150 marca el destino de todos los Salmos. Después de describir lo que una persona buena no hace en el primer verso, el Salmo continúa (v. 2):
[El justo] se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche.
La «ley de Yahveh» requiere nuestra atención. La «ley» no significa aquí un código escrito y limitado, sino la voluntad de Dios, el deseo de Dios para con la humanidad. Esta «ley» vive de forma dinámica y positiva. El justo se deleita en el camino del Señor y medita la enseñanza de Dios «día y noche», es decir, con regularidad y fidelidad. Esto se aplica a toda la vida. Escuchad lo que escribe el Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica sobre José «Guardián del Redentor»: «[Los Evangelios] permiten descubrir en sus «acciones» —ocultas por el silencio— un clima de profunda contemplación» (25). José era un hombre reflexivo. Los Salmos apoyan y contribuyen a esa disposición.
¿Comprendes cómo se aplican a José los primeros versos del Salterio? ¿Ves cómo los emplea en el relato de su anunciación?
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. (Mt 1,18-19)
José conocía y respetaba la ley de su pueblo. Creía que ésta articulaba la enseñanza del Santo. Pero también sabía que no se podía interpretar la ley de manera que perjudicara a las personas, y por eso opta por actuar con compasión en relación con su amada María. Su meditación sobre la ley le llevó por este camino. Esta respuesta coincide con la enseñanza del Papa Francisco, que sitúa a la persona por encima del principio sin negar la importancia de éste. En la Patris Corde, escribe «La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley».
El Salmo 1 continúa:
Es como un árbol
plantado junto a corrientes de agua,
que da a su tiempo el fruto,
y jamás se amustia su follaje;
todo lo que hace sale bien.
El Salmo interpreta el árbol como algo profundamente enraizado, algo que se nutre del Señor. El árbol da fruto a los que tienen hambre. Puede ofrecer curación y sombra a través de sus hojas y ramas. Proporciona madera y yesca a la comunidad.
¿Te imaginas a José rezando para ser esta clase de persona agraciada que se deleita en la ley y la estudia fielmente? Este tipo de persona se erige como un árbol que da presencia/regalos vivificantes a un pueblo.
El Salmo 1 introduce el Salterio porque prepara el escenario promoviendo la enseñanza que caracterizará el resto del escrito. Primero, busca la voluntad de Dios y deléitate en su esencia. Luego, sé una bendición para ti mismo y para todos en tu comunidad. Desde ese principio, cuando José descubre la voluntad de Dios en esta vida, responde fiel y completamente. Su amor y respeto por la ley se mantuvieron firmes y guiaron toda su vida. Este don lo llevó a Jesús.
Volviendo al punto inicial, podemos insistir en que José rezó este salmo. Podemos imaginar cómo pide al Señor la gracia de atender a la instrucción divina en su vida y la perseverancia de ser un árbol bendito y profundamente arraigado para los demás. Sabemos cómo esa oración recibe respuesta.
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