El sacramento de la Reconciliación
Por segundo año consecutivo nos toca celebrar el tiempo de Cuaresma bajo el asecho del Covid-19, y nuestra Iglesia Católica nos orienta a cumplir con las recomendaciones de prevención, esto incluye la no realización de procesiones.
El cambio del tiempo de Cuaresma inició con la imposición de la ceniza, no en la frente, sino en la cabeza. Sin embargo, lo más importante que ha manifestado la iglesia, es el cambio sincero a cambiar la forma desviada de vida que se pueda estar llevando, asumiendo una vida y actitud concreta de conversión continua.
Los Vicentinos vivimos una transformación personal a través de la visita a los enfermos; conociendo sus necesidades, y tratando de aliviar sus dolores al compartirlos con nosotros. Pero no siempre podemos resolver todas las dificultades que los pobres y enfermos atraviesan; no pocas veces, no somos capaces de ello, y eso no nos debe desmotivar. Si logramos que ellos comprendan que no debemos ahogarnos por los problemas; que lo primero es buscar el reino de Dios que se encuentra precisamente entre la gente que sufre hambre, entre los que no tienen un techo donde pasar la noche. En otras palabras, llegar a comprender y vivir con la certeza plena, de que el Reino de Dios esta entre ellos; y nosotros vamos en busca de que nos acepten para ser con ellos también partícipes del reino de Dios.
Esta nueva Cuaresma atípica, es otra oportunidad que tenemos para saber llevar, o entregar el evangelio, compartiendo la dolorosa pasión de Nuestro Señor Jesús a esos seres especiales: nuestros hermanos (as).
En estos 40 días debemos aprovechar para confesarnos, compartir nuestro diezmo, y realizar la visita a nuestros auxiliados de forma segura.
Hace años, tuve la oportunidad de auxiliar a una pareja de ancianos. Durante el inicio del mes de diciembre, el señor me pidió que le trajera al sacerdote porque quería confesarse. Me contó que le había pedido a la virgen Santísima no morir hasta después del 7 de diciembre, debido a que esa es la fecha de la celebración de La Purísima e Inmaculada Concepción de María, nuestra madre en Nicaragua.
El sacerdote de la parroquia argumentó que hacía como un mes el señor se había confesado. A la insistencia del señor de confesarse, busqué al sacerdote de la parroquia vecina. El presbítero franciscano no se negó y lo llevé a la casa del señor auxiliado.
El franciscano me avisó, cuando la confesión había terminado —aquí es donde comienza el testimonio que quiero exponer— que el señor auxiliado había logrado hacer una buena confesión.
El hermano estaba sentado en su catre unipersonal; la cara le resplandecía; la paz que tenía la expresaba en su rostro; y sin lugar a dudas era algo realmente increíble. Eso yo no lo había visto antes, ni aún después de ese momento. Por segundos no sabía en realidad lo que pasaba, o si era solamente yo el que miraba todo eso.
El sacerdote se retiró, y el señor me dio las gracias. Yo me despedí y también me retiré. Después de la fiesta de La Purísima el señor falleció. Sin duda alguna, la Virgen había cumplido el pedido al señor auxiliado.
Expongo esto, porque necesito dar testimonio sobre el valor que tiene el sacramento de la Reconciliación, y sobre todo en tiempos de Cuaresma.
Los Vicentinos debemos ser ejemplo al cumplir con lo que nos manda nuestro Señor Jesús desde que resucitó.
Alejandro Calero Dávila,
Confraternidad de periodistas y escritores,
integrante de SSVP, en Nicaragua.
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