Una invitación al cambio (Parte I)
En Londres, la gente se reunió y gritó que «las vidas negras importan», exigiendo una reunión con el Primer Ministro. La Unión Europea declaró que «las vidas negras importan» y condenó el racismo. En París, se organizó una protesta frente al Tribunal de París bajo el lema: «Un país sin justicia es un país que llama a la revuelta». Tras marcar un gol en un partido entre el Real Madrid y el Eibar, el lateral brasileño Marcelo «se arrodilló» en solidaridad con Black Lives Matter. La semana pasada, el papa Francisco denunció el pecado del racismo e identificó en dos ocasiones a George Floyd como víctima de un «trágico» asesinato. Miles de personas marcharon en Tokio para protestar contra el racismo y la brutalidad policial, y difundir el conocimiento de la discriminación racial en Japón.
Al mismo tiempo, muchas ramas de la Familia Vicenciana mundial, así como las instituciones administradas por estas ramas, han emitido declaraciones y han pedido a sus miembros que se comprometan activamente en la lucha para eliminar la injusticia, el racismo y la discriminación de su entorno.
Una situación similar existía en la Francia del siglo XVII; san Vicente habló a sus seguidores y les dijo: «si hay algunos entre nosotros que crean que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás» (SVP ES XI-3, 393). Vicente también trató este mismo asunto con las Hijas de la Caridad y les dijo: «¿Creéis, hijas mías, que Dios espera de vosotras solamente que les llevéis a sus pobres un trozo de pan, un poco de carne y de sopa y algunos remedios? Ni mucho menos, no ha sido ese su designio al escogeros para el servicio que le rendís en la persona de los pobres; él espera de vosotras que miréis por sus necesidades espirituales, tanto como por las corporales. Necesitan el maná espiritual, necesitan el espíritu de Dios» (SVP ES IX, 229).
Algunas cosas cambiaron, y en el momento de su muerte se dijo que Vicente había cambiado el rostro de la Iglesia en Francia. Obviamente, esos cambios no prosperaron.
Unos ciento cincuenta años después, Federico Ozanam, seguidor de san Vicente y santa Luisa, escribió: «La cuestión que divide a los hombres hoy en día no es ya una cuestión de formas políticas, es una cuestión social, es saber quién ganará, si el Espíritu de Egoísmo o el Espíritu de Sacrificio; si la sociedad será solo una gran explotación en provecho de los más fuertes o una consagración de cada uno al bien de todos y, sobre todo, a la protección de los débiles. Hay muchos hombres que poseen demasiado y quieren más todavía; hay otros muchos más que no tienen bastante, que no tienen nada y que quieren tomarlo si no se les da. Entre ambas clases de hombres se prepara una lucha y esta lucha amenaza ser terrible; por un lado, el poder del oro; por el otro, el poder de la desesperación. Entre esos bandos enemigos deberíamos precipitarnos» (Federico Ozanam, carta a Louis Janmot, del 13 de noviembre de 1836).
Nuevamente, se produjeron cambios, pero esos cambios no duraron mucho. En 2013, el papa Francisco reflexionó sobre la situación del mundo y declaró: «en el vigente modelo [social], ‘exitista’ y ‘privatista’, no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida. Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos» (Evangelii Gaudium, #209-210).
Así pues, ¿qué nos hace creer que cualquier cambio que pueda ocurrir durante el 2020 creará una nueva sociedad, una sociedad de justicia e igualdad? De hecho, ¿tenemos alguna razón para creer que el orden social, a largo plazo, será diferente de la realidad actual?
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