Mi vocación: «Fui a una librería y abrí el libro»
Siempre me ha parecido que las personas consagradas o sacerdotes deben tener talentos excepcionales, proceder de familias muy religiosas y muy sobresalientes en la escuela. De niña veía el trabajo de sacrificio de las Hijas de la Caridad que tenían una Comunidad en la parroquia de mi familia. A los 11 años me uní al grupo de Hijas de María. Fue un momento de gran alegría para mí encontrar el entusiasmo de la fe. Quería involucrarme en ese grupo.
La escuela secundaria fue un momento de debilitamiento de mi relación con Dios, así como con la Asociación y las Hermanas. Me limité a ir a la misa dominical y decidí que era suficiente. Cuando comencé mis estudios, me sentí rápidamente abrumada por una gran ciudad, nuevos amigos, trabajo. Dios estaba de alguna manera a un lado. Recuerdo una oración antes de dejar mi hogar familiar: “Por favor, Dios mío, muéstrame lo que quieres que haga en mi vida”. Después de un año me pareció que Dios me escuchó.
Conocí a la Comunidad Bury Misio, que es acogedora con las personas con discapacidad. Me uní a sus viajes, campamentos y frecuentes reuniones. Se creyó que yo viviría con personas discapacitadas permanentemente en la misma casa. Me sentía muy feliz y al mismo tiempo tuve una sensación de alguna falta.
Una tarde fui a misa. Durante esa misa escuché el Evangelio, cuando Jesús le dice al discípulo: “Sígueme”. Esa Eucaristía tocó fuertemente mi corazón. Salí de la iglesia con la pregunta: “¿Señor, qué quieres? ¿Qué debo hacer?” Corrí, corrí durante mucho tiempo, hasta que entré en una librería y abrí un libro que estaba en el primer estante. Vi una foto de una Hija de la Caridad de San Vicente de Paul. ¡Yo estaba muy asustada! “¿Debería yo ser hermana? No tengo todas las características que parecen necesarias para ser Hija de la Caridad”.
Después de dos semanas de luchar conmigo misma y con Dios, fui a la Casa Provincial en Chełmno (Polonia) para hablar con la Visitadora y pedirle mi admisión a la Compañía. Pedí una cita para comenzar en junio. Era el 11 de marzo, cuando todos mis planes colapsaron como un castillo de naipes. De repente me sentí mal y me llevaron al hospital. Estaba enferma y mi enfermedad era un obstáculo para entrar en la Compañía de las Hijas de la caridad. No fue un momento fácil para mí, pero al mismo tiempo muy valioso. Comprendí que Dios me hacía libre al elegir mi estilo de vida, que Él no quería obligarme. Traté de volver a una vida normal, aunque todo era diferente.
En julio pedí otra reunión con Visitadora. Quería volver a hablar sobre mi enfermedad y mis planes para el futuro. Fue un momento en que mi corazón cambió mucho. Comencé a ver y experimentar cuán grande es el don de una vocación para convertirse en Hija de la Caridad. No hubo presión en mí. Fui a una reunión en Chełmno y la Visitadora me dijo: “Confiemos en Dios, veremos lo que quiere decirnos” y a partir del 1 de agosto pude comenzar el Postulantado.
Se lo comuniqué a mis padres, que estaban muy en contra de mi decisión. Hubo muchas adversidades, pero yo tenía una gran paz en mi corazón y la sensación de que Dios, pase lo que pase, estaba conmigo. ¡Y por ello yo alabo al Señor! Hoy estoy sana y sirvo a Dios y a los necesitados.
Sor Ana
Fuente: http://filles-de-la-charite.org/
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