La libertad que salva

Benito Martínez, CM
1 marzo, 2019

 

El Padre, el cielo y la alegría

Sin libertad no hay felicidad y sin felicidad desaparece el cielo, desaparece Dios. El prototipo del hombre que carece de libertad es el preso. Y el sentirse sin libertad es una punición tan grande que los tratados internacionales y las naciones civilizadas desaprueban que a los presos les añadan otros castigos considerados torturas. Las Hijas de la Caridad deben evitar que el lugar donde viven, el destino o el oficio sean una prisión y las cosas que las rodean, grilletes y cadenas. Para alcanzar la libertad, el Padre les envía el Espíritu de Jesús, que libera del pecado, de la muerte y de la ley, pues “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Co 3, 17). Estarán atadas a las debilidades humanas, a la fatiga, a los sufrimientos, pero liberadas de las ataduras económicas, políticas, sociales y familiares que esclavizan más (EN 6).

La Hija de la Caridad puede gritar que es libre, porque voluntariamente, sin ser violentada, ha elegido su destino, y su vida tiene ya un motivo para vivir. Libremente se ha desprendido de la familia, de los bienes y de su misma libertad sin miedo ni angustia. El mundo no es una cárcel, sino el aire libre del servicio; su vida no está mandada, sino realizada por ella. Es la libertad de sentirse hija del Padre Dios, que “tanto amó al mundo que le envió su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

Sin embargo, mirando la vida de los hombres, se duda de que sean libres, cuando los centros de decisiones están en manos de directivos, a veces ateos, que trabajan por un salario. Los medios de comunicación sirven a los poderes económicos que los han creado y pagan a los periodistas. Menos libertad tienen los pobres del Tercer Mundo.

Las Hijas de la Caridad se sienten libres porque confían en el Padre cuando sienten la urgencia de acudir en ayuda de los pobres. Sentirse libre es confiar en uno mismo y en el Padre Dios, aunque a veces le sientan lejano. Y aunque algunas Hermanas se hayan ido, las dificultades son un acicate para permanecer en la trinchera. Desconfiar del Padre debilita la felicidad y el cielo de las comunidades.

Se siente libre quien confía en uno mismo, sin autosuficiencia ni minusvalorarse. Toda persona es hija de Dios, la obra maestra de la creación, de tal manera que Dios no dejará de estar a su lado y aunque sienta la debilidad de su naturaleza humana, la hará capaz de la misión más ardua, como es servir a los pobres. En una Hermana hay infinidad de valores que cualquier padre desea que sus hijos desarrollen en bien de los demás hermanos. La desconfianza en uno mismo incapacita para ayudar a los otros. Si hay confianza, la comunidad será un cielo donde las Hermanas se sentirán felices. Pero, si una Hermana no confía en sus cualidades, su vida se llena de apatía y malhumor, se aísla y margina, su vida es cualquier cosa menos un cielo.

Hablar de un cielo sin alegría es sarcasmo y la sociedad sin libertad tiene por radiografía la de un mundo triste (Teylart de Chardin). Desde Mayo del 1968 la juventud ha perdido la ilusión. Todas las esperanzas que engendró la lucha juvenil en busca de la libertad han caído por tierra. Hay progreso, pero sin libertad “a más civilización, menos satisfacción” (Freud).

Cada intento de liberar a los pobres es una liberación propia que purifica el amor filial que el Espíritu del Padre ha depositado en el corazón. Ningún esfuerzo es estéril. Todo lo que sea opresión, injusticia, marginación de los pobres es destrucción del cielo que el Padre desea en la tierra. Es un esfuerzo de cada día, de todos los días, pero también el Reino de los Cielos se construye lentamente y a veces con dolores de parto. Aunque una Hija de la Caridad tenga la impresión de trabajar sola en esta sociedad incremente, si lo ha elegido con libertad, no está aislada, el Padre trabaja a su lado. Él la mira, se embelesa y la sostiene en su servicio, en sus fatigas y en sus dolencias físicas y síquicas, con tal que se fíe de él. El silencio de Dios es posible, el abandono, no. Con plena libertad las Hermanas convierten el servicio en un cielo, donde Dios es Padre de todos los hombres, también de los compañeros de trabajo y de las Hermanas de comunidad.

Época de cambios y de salvación

“Muchos hombres no son buenos porque nadie ha confiado suficientemente en ellos” (Pío XII), y “desconfiar del hombre es una herejía tan grande como desconfiar de Dios”, pues, si busca su salvación con libertad, “el hombre es capaz de lo mejor y de lo peor” (GS 9). Pero el hombre, aunque sea libre para lograr la salvación, solo no puede alcanzarla. Dios es el único que puede lograrle la salvación eterna incorporándolo a la humanidad de su Hijo y convirtiéndole en hijo suyo. El Padre descubre en el hombre no sólo la imagen, sino también rastros de su Hijo. Santa Luisa meditaba un Adviento que “el único medio que tenía de hallar misericordia a la hora de la muerte era que en aquel instante se encontrase en su alma la impresión de Jesucristo” (E 23); y en la Pascua siguiente pensaba que “en el cielo Dios se ve en el hombre por la unión hipostática del Verbo hecho hombre” (E 21).

Si hoy en día las sectas religiosas o filosóficas tienen cierto auge se debe, sobre otras razones, a que prometen la salvación segura y estable, aunque se pueda luego descubrir que les quitan la libertad. En épocas de cambio y de crisis, en especial si son mundiales, los hombres buscan instituciones, técnica, ideas políticas o religiosas que puedan abrirles la esperanza de la salvación. Los cristianos presentan una religión en la que Dios les asegura la salvación porque es Padre todopoderoso que los ama infinita-mente. Pero también los poderes proclaman que las estructuras actuales pueden alcanzar un bienestar material para la humanidad, equivalente a una salvación terrena, y muchos políticos piensan que, con la democracia y el neoliberalismo económico, la sociedad ha llegado al estado social y político más perfecto que puede conseguir la humanidad.

Examinando la vida de las Hijas de la Caridad se descubre también en ellas un anhelo inagotable que las empuja a buscar la salvación y a dársela a los pobres. Pero parece que la desorientación invade a las comunidades, y las Hermanas se sienten aturdidas sin saber qué camino emprender. A veces les invade el pensamiento de que para ayudar a los pobres lo mejor es asimilar los procedimientos y andar los mismos caminos por los que van sus compañeras de trabajo, deben profesionalizarse, como cualquier otro trabajador. Y piensan que así también ellas encuentran un sitio en la sociedad para mejor salvar a los necesitados. Otras veces se refugian en su papel de Hija de la Caridad, asumiendo un estilo más actual, para ser estimada como una Hermana moderna. Cree que no encontrará tantos obstáculos en el desempeño del servicio.

Sin embargo, al depositar su total confianza en los mecanismos sociales, fácilmente puede ir perdiendo el sentido vivencial de Dios; y el Padre, Cristo y el Espíritu Santo quedar reducidos en su interior a un conocimiento sin influencia en su vida espiritual. Abandonan muchas mediaciones que antes sustentaban su vida espiritual y ahora se consideran anticuadas sin sustituirlas por otras y ellas, en cuanto Hijas de la Caridad, quedan vacías, sin apoyo espiritual. Van perdiendo el sentido de pertenencia a la comunidad, se hacen individualistas y se interesan más por la familia y las amistades seglares que por sus compañeras. Acaso lo único que las sostiene es el servicio, pero corren el peligro de que en una crisis abandonen a los pobres y la Compañía.

Tan demoledora como la anterior es la segunda impresión de no sentirse libre, sino dependiente totalmente de la coyuntura económica mundial. Gráficamente lo describen los medios de comunicación de cualquier ideal político con la frase de que se resfrían en Asia o en América y estornudan en Europa. No hace mucho, el hombre se sentía persona al escoger y desarrollar el trabajo que le gustaba, hoy trabaja donde puede y en lo que le ofrecen. Dependiente de mecanismos incontrolados, está a merced de los puestos de trabajo. Se siente extraño a su empleo y a sí mismo, desprotegido y temeroso de ser la próxima víctima de una reconversión o crisis de trabajo.

La sociedad está encadenada por los mecanismos comerciales que aprisionan y conducen donde quieren los productores. Artificialmente se configura un ambiente dirigido a crear la sed de poseer y de gastar sin necesidad. El comprar por comprar se identifica con el prêt à porter y con el usar y tirar. Todo a la última moda hasta en los pequeños detalles que ha cambiado lo último en salir al mercado. El comprar se ha convertido no sólo en un placer o en una diversión, sino en un arte y en una ocupación.

Otra impresión que da el hombre actual es la de vivir alienado, dominado por el mito de lo moderno, del progreso, la democracia y las modas. Se escuchan misteriosos relatos para explicar interesadamente las dos grandes inspiraciones de la sociedad: el amor y la vida; pero falsificando el genuino valor de la ética y la moral. Los medios de comunicación no dejan reflexionar. Llegan a cambiar los gustos y los sentimientos, con la impresión de que estar diluidos en la gran aglomeración de la masa ciudadana, sin solidaridad y de espaldas al prójimo que vive y que a veces muere en soledad.

Dar la libertad y salvar a los pobres

De todas estas cadenas hay que salvar a los pobres. El hombre que desea vivir confortablemente tan sólo necesita acomodar su vida al sistema establecido. Es lo que hace la mayoría de los pobres en lo poco que pueden. Se sienten incapaces de escapar de las redes que han tejido las autoridades civiles y las adineradas para mantener su situación privilegiada. Se percatan que están perdidos y su vida no lleva dirección. No saben hacia dónde caminar, y se resignan a llevar una vida de supervivencia. Viven para poder vivir. Perciben que en la vida social no “tienen sitio”, y aspiran a encontrar su sitio. Su salvación consiste en romper la tela de acero, más que de araña, en la que están cogidos, en encontrar el rumbo de su destino y un sitio en la sociedad. Y esperan lograrlo con la ayuda de las hijas de san Vicente que Dios Padre ha enviado a su lado.

El grito de salvación de los pobres ha sido escuchado por las Hijas de la Caridad y ante la pobreza que los condena a vivir encadenados, ellas quieren vivir la austeridad como fuerza liberadora de la obsesión de poseer y como un medio para librarse de las ataduras y de bagajes que entorpecen la prisa. La austeridad hace libres a las Hermanas frente a la sociedad de bienestar y les da alas para volar con presteza hasta el necesitado. La austeridad es la expresión del famoso lema “la caridad de Cristo nos mete prisa”.

Si los pobres se sienten desilusionados, incapaces de lograr un bienestar en esta sociedad, las Hijas de la Caridad deben aportar su carisma. Las primeras Hijas de María Milagrosa, costureras en París, en unos años en los que se rechazaba a las mujeres en las empresas y el sindicalismo femenino era desconocido, se reunieron bajo la dirección de una Hija de la Caridad, Sor Milcent, y formaron el primer sindicato femenino. Los sindicatos han dado fuerza al obrerismo femenino y ahora tienen sitio en la sociedad. 

El pobre es el hijo más querido del Padre y el más ensalzado en los evangelios. La postura de las Hijas de la Caridad tiene que convencer a los marginados que son amados con toda limpieza por unas mujeres que son sus amigas, están a su lado y comparten con ellos lo que tienen. Ante el desprecio que se les da, ellas presentan el cariño y la comprensión. En un sistema social donde se adora el desarrollo técnico y la eficacia, quien no posee preparación, sobra, no se le necesita y se le aparta. A ellos llega la compasión de una Hermana. A las personas que no cuentan para nadie ni encuentran sitio en la sociedad les da conversación, contratándolas por estar necesitadas. Hay hombres y mujeres que han perdido la dignidad personal, porque no se los trata como a personas, son alquilados y despedidos del trabajo como máquinas inservibles. Sin un futuro iluminado buscan que las Hijas de la Caridad les infunda un poco de esperanza.

La salvación de Dios Padre nuestro

La Hija de la Caridad descubre que la salvación está en la oración, en un encuentro con el Espíritu Santo que le da a conocer la faceta olvidada del carisma de que el Padre ha condicionado la salvación de la Hija de la Caridad a la de los pobres que le ha encomendado; en la oración descubre que la experiencia de salvar a los pobres es ya la señal inequívoca de que está salvada.

Aunque el encargo de salvación que pesa sobre las Hermanas no sea superior a sus fuerzas, sienten la necesidad de llamar al Padre del cielo para que venga en su ayuda, sienten la necesidad de rezar el Padrenuestro para que su reino venga y las salve. Pero este Padre también les pide que colaboren libremente con él. Les pide que anuncien a los pobres que tienen un Padre celestial que está a su lado y es de los suyos.

La auténtica salvación es ayudar a los abandonados a recibir la experiencia de que tienen un Padre que mira por ellos. En el instante en que reciban a Dios como Padre, la esperanza viene a sus corazones y han encontrado la salvación personal. Pero para dar la esperanza en Dios Padre hay que poseerla, hay que convencer de que es la esperanza la que anima a querer ir al país de los pobres y la que les da ardor para permanecer con ellos. Para que valoren la esperanza, tienen que contemplar que las Hermanas confían en el Padre, que le invocan como hijas y se tratan como hermanas. 

Jesús enseñó que Dios es un Padre que está entre los hombres con un programa de salvación. Ya no se puede hablar de Dios al margen de los hombres, hijos suyos. La paternidad de Dios supone que está en medio de de los hombres; supone que es un Padre que los ama gratuitamente, sin atender a sus méritos y a todos por igual, ricos y pobres. Cuando el pobre note la presencia de un Padre divino en su vida, se llenará de esperanza. Acaso su vida siga en la pobreza, pero sabe que Dios está de su parte. Sabe que hay muchas Hermanas que con plena libertad trabajan a su favor. Siente que para él, aunque sea de un modo imperfecto, ha comenzado la salvación.

P. Benito Martínez, CM

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