La SSVP, fundada por jóvenes y para los jóvenes

Javier F. Chento
14 enero, 2019

La SSVP, fundada por jóvenes y para los jóvenes

por | Ene 14, 2019 | Formación, Reflexiones, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

Puede resultar chocante el título de esta pequeña reflexión, máxime cuando, en gran parte de las conferencias actuales, lo que predomina es gente adulta, o ya «entrada en años». Sin embargo, en el origen, como todos sabemos, la Sociedad de San Vicente de Paúl fue un espacio de crecimiento —personal y comunitario— para jóvenes, que concretaron su compromiso cristiano en el servicio directo a los necesitados.

Cuando la Sociedad de San Vicente de Paúl cumplía sus 25 años de existencia, en 1858, ya es una organización asentada en muchos países, que reúne a decenas de miles de consocios. El grano de mostaza, que se plantó el 23 de abril de 1833, había crecido y se había convertido en un árbol, joven aún, pero frondoso. Entonces los consocios se preocupan por la edad de los miembros: comienzan a pesar los años en un gran número de los miembros de aquella Sociedad, que comenzó siendo una pequeña Conferencia de caridad de siete jóvenes de alrededor 20 años. Incluso antes de esta fecha, en 1847, Federico Ozanam se dirigía a la Asamblea General de la SSVP, con estas palabras: «Si a los jóvenes que llegan les resulta útil encontrar amigos y hermanos, es indispensable para la Sociedad reclutar sus miembros entre los jóvenes. Hace catorce años que existe la Sociedad: no debe ir envejeciendo según envejecen sus fundadores y la caridad se va convirtiendo en una práctica rutinaria».

Así aparece reflejado en este texto, que se publicó en el Boletín General de la SSVP, en el año 1858:

Nuestra Sociedad fue fundada por jóvenes y para jóvenes: el objeto principal de los que la iniciaron fue procurarse, para sí mismos y sus camaradas, un amparo contra su propia debilidad durante su juventud. Esta es una idea fundamental en nuestras conferencias.

Pero ¿no es cierto que, en muchas ocasiones, olvidamos involuntariamente este objetivo inicial? Si hemos de creer las quejas de algunas conferencias, estamos tentados de pensar que es así. En efecto: se nos dice que, en muchas poblaciones —y aun en algunas donde hay estudiantes— no se cultiva demasiado el atraer a la juventud a estas conferencias, y que, por consiguiente, se prescinde de este punto de vista fundamental.

Si esto es así, pensamos que es nuestra obligación insistir sobre ello a nuestros consocios. Las conferencias no solo son útiles para la gente joven, ya que son un amparo para su fe y sus costumbres, sino que también la gente joven es útil para las conferencias, pues la juventud comunica esa savia, esa vida, esa atracción que, con la edad, se van resfriando siempre, más o menos, e impiden que las conferencias caigan en la languidez y la monotonía.

Se nos puede decir: «Es que nosotros no podemos atraer la gente joven». Quizás esto sea cierto en algún caso, pero ¿siempre es así? ¿Acaso no hay conferencias en las que apenas se piensa en ello, o en las que, cuando vienen los jóvenes, se les deja entrar como con desapego, o con una especie de tutela, y se desconfía demasiado de su edad, o bien de su pretendida inexperiencia? Y, si esto es así, ¿puede resultarnos raro que esos jóvenes, acogidos tan fríamente, se disgusten y se retiren? Lo contrario sería algo sorprendente, que denotaría, por su parte, un ardor extraordinario.

Exhortamos a las conferencias que se quejan de no tener en su seno gente joven, a que examinen bien su propia conducta, y observen si no tienen algo que echarse en cara sobre este punto, o alguna modificación que hacer en sus costumbres. ¿Sus sesiones no son demasiado largas? ¿No se ocupan, a veces minuciosamente, de ciertos pormenores, que deberían resolverse en un minuto? Cuando vienen jóvenes por primera vez, ¿nos preocupamos de ellos, se les acoge bien, y, después de haber probado su celo, se les confían algunas funciones activas que desempeñar? He aquí varios puntos sobre los cuales deben las conferencias hacer examen de conciencia; y confiamos que no será sin fruto, si se hace seriamente.

Terminemos este asunto con una reflexión: muchas veces se desconfía demasiado de los jóvenes para ciertos cargos en las conferencias y, en especial, para nombrarlos presidentes. Ciertamente que, para dirigir una conferencia, se necesita que tengan madurez, que hayan adquirido ya experiencia y seguridad; pero, cuando se encuentran en ellos estas cualidades, no hay que arredrarse porque todavía sean jóvenes. Al contrario: sucede, con frecuencia, que las conferencias presididas por jóvenes no son las menos prósperas, porque atraen preferentemente a la juventud, y porque tienen más de ese valor y piadosa temeridad, que da vida a las conferencias cuando, al mismo tiempo, se halla contenida por la prudencia de otros miembros de más edad.

(Del Bulletin Général de la Société de Saint Vincent de Paul, París, del año 1858).

La misma idea que cierra este texto la pronunció Federico Ozanam ante una Asamblea General, en 1847: «La juventud es útil por su audacia, hasta por sus imprudencias, por las ideas nuevas que aporta, por las obras en que no se había pensado».

Todos estamos de acuerdo en que nuestra Familia Vicenciana, nuestra Sociedad, nuestras conferencias y grupos, han de ser lugares acogedores donde los jóvenes puedan encontrar amigos y hermanos. En nuestra sociedad de hoy en día es imperioso que los adolescentes y jóvenes puedan descubrir, entre nosotros, un espacio donde desarrollarse integralmente, tanto en el aspecto humano como en el cristiano. En este sentido, la realidad que vivimos no parece muy distinta a la del texto anterior, de hace 160 años… Pensemos por un momento en nuestra realidad local, la de cada uno de nosotros: ¿qué pasos estamos dando para lograr que esto se haga realidad?

Las personas envejecemos, y es necesario que nos preocupemos de que otros se hagan cargo de la obra. Este es un problema real en muchas partes del mundo, dentro de la Familia Vicenciana y, en particular, entre los vicentinos de la SSVP. Preocuparse no es lamentarse, sino, más bien, tomar impulso para contagiar el entusiasmo a aquellos cercanos a nosotros. El ejemplo de los primeros miembros de la Sociedad, en este caso, es claro: ¿de dónde provenían los miembros nuevos de la Sociedad de San Vicente de Paúl?: del boca a boca, de la invitación personal, de los entornos familiares y académicos de sus miembros, de sus compañeros de estudios… Nadie dice que sea fácil, y no por ello vamos a dejar de intentarlo.

Y, ¿qué podríamos hacer? Es la misma pregunta, seguro, que se hacían los consocios en 1858. El mismo texto nos invita a convertir nuestras conferencias en espacios de bienvenida, donde el joven se sienta a gusto, se le valore y se le anime; donde nos despeguemos de aquellas actitudes que lastran la buena marcha de la conferencia, y que vivamos con renovada esperanza la vocación a la que hemos sido llamados.

¿Qué tal alguna «jornada de puertas abiertas», donde se invite a ver de cerca la realidad de una conferencia? ¿Qué tal colaborar con los centros educativos e instituciones de cualquier rama vicenciana, pidiendo un espacio, una reunión para explicar a los jóvenes del centro educativo qué es la Sociedad y a qué se dedica? ¿Qué tal impulsar a los jóvenes consocios para que animen a sus amistades y familiares a unirse a la SSVP? ¡Qué hermoso fue ver a los jóvenes, a mediados del 2018, reunirse en Salamanca, venidos de todas partes del mundo, para compartir el gozo de ser hermanos y la ilusión de compartir un proyecto común!

La juventud es útil, indispensable, «por su audacia, hasta por sus imprudencias», como dijo Federico. No debemos temer que los jóvenes presenten ideas nuevas, audaces, incluso (desde el parecer más adulto) imprudentes. Ellos nos ofrecen, muchísimas veces, líneas de pensamiento y acción que, a los más entrados en años, nunca se les ocurrirían. ¡Animemos a nuestros jóvenes a ser los protagonistas, acompañándolos, más que imponiendo sus pasos!

También es necesario que surjan adultos entre los vicentinos, dispuestos a acompañar y animar a los jóvenes, a ejemplo de Emmanuel Bailly, a quien Federico agradecía su labor con estas palabras:

Usted nos ha acostumbrado a mirarle como el punto de reunión, el consejero y el amigo de los jóvenes cristianos; sus bondades pasadas nos han dado el derecho de contar con sus bondades futuras; las que usted ha tenido conmigo me hacen esperar otras semejantes para mis amigos (Carta a Emmanuel Bailly, del 3 de noviembre de 1834.).

¡Qué hermoso sería recibir palabras semejantes de los jóvenes vicentinos que hoy en día se entusiasman por seguir el ejemplo de los fundadores!

Javier F. Chento
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