¿La caridad ahoga a la justicia? Sobre los límites de la caridad (parte 1)
David Hilfiker, un veterano con décadas de servicio directo a los pobres, planteó preguntas hace 15 años en un artículo de 2001, en la revista The Other Side, en el que explora la tensión entre la caridad y la justicia. Este es la primera parte de una reflexión sobre su escrito.
He aquí hay algunos párrafos escogidos de lo que escribió…
Tras años trabajando con personas dentro de una comunidad de fe que tiene muchos servicios para los pobres, empecé a preguntarme sobre los efectos secundarios de nuestra caridad. Tanto la caridad como la justicia son necesarias, pero es importante conocer las formas en que nuestra caridad pudiera trabajar en contra de la justicia si esperamos mejorar ese impacto.
¿Las obras de caridad impiden la realización de la justicia?
Planteando la pregunta sin rodeos: ¿Nuestras obras de caridad impiden la realización de la justicia en nuestra sociedad?
Esto no es una pregunta sobre de nuestro compromiso personal con la justicia. A lo largo de todos mis años en Washington he anhelado la justicia y me sentí dispuesto a sacrificarme por ella. Esperaba que mi trabajo atrayese la atención a la situación de los pobres y así contribuyese a la justicia.
Lo que realmente hago, sin embargo, es ofrecer ayuda a la gente pobre. Aunque creo que Dios me llama a hacer esto, podría dejarlo en cualquier momento.
Mi preocupación general es la siguiente: los esfuerzos caritativos como la Joseph’s House (ed. Casa de José, un hogar para personas con SIDA que Hilfiker fundó) sirven para aliviar la presión para cambios sociales más fundamentales.
Algo similar sucede ciertamente en la propia Casa de José. ¿Cuántos de nuestros colaboradores y voluntarios terminan sintiendo que, con su participación con nosotros, cumplen con sus responsabilidades hacia los pobres?
No será un pensamiento consciente, por supuesto. Pero usted viene y se ofrece como voluntario por un tiempo, o entrega un cheque, y se siente bien. Quizás usted desarrolle una relación cercana con un hombre sin hogar con SIDA, y usted se da cuenta de sus comunes lazos de humanidad. Usted siente una satisfacción real en eso. Y traes a tus hijos.
Pero en el proceso se arriesga a olvidar qué escándalo es que la Casa de José, o su centro local de auxilio a los pobres. en primer lugar sea necesario, olvidándose de que no es casualidad que su nuevo amigo sea negro, pobre, analfabeto y no cualificado. Es fácil perder un apropiado sentido de indignación.
Una ilusión de que se está tratando el problema
También me preocupa que lugares como la Casa de José puedan tranquilizar a los votantes y a los responsables de la formulación de políticas, pudiendo pensar que el problema está siendo resuelto.
Los comedores de benficencia y los refugios comenzaron como respuestas de emergencia a problemas terribles: ayudar a asegurar que la gente no muere de hambre, o las imclemencias. Nadie, ciertamente no sus fundadores, nunca consideró estos servicios como soluciones permanentes apropiadas a los problemas.
Pero los comedores de beneficencia y las despensas de comida populares son ahora nuestra respuesta estándar al hambre; las ciudades consideran que los refugios son viviendas adecuadas para las personas sin hogar. Nuestros refugios patrocinados por la iglesia pueden camuflar el hecho de que la caridad ha reemplazado el derecho a la vivienda, que se perdió cuando el programa de vivienda subvencionada por el gobierno federal (en Estados Unidos) fue destruido hace veinte años. Los comedores de benficencian pueden enmascarar cortes desmedidos en los bonos de comida.
¿Quién va a hacer el laborioso trabajo de cambiar el sistema?
Si estamos ocupados cuidando a los pobres, ¿quién va a hacer el laborioso trabajo de abogacía, de cambiar el sistema?
Para la mayoría de nosotros, el trabajo de promoción es menos gratificante que el contacto cotidiano con las personas necesitadas. Es menos directo. Como abogado nunca veré cambios significativos; prefiero sumergirme en el servicio directo. Y por lo tanto, el trabajo de abogacía, desesperadamente necesario, se deja sin hacer.
¿Es la privatización la respuesta?
Un problema más sutil es que muchos servicios sociales pueden contribuir involuntariamente a la percepción de que los programas gubernamentales para los pobres son ineficientes y derrochadores, y son mejores si son «privatizados».
En los últimos veinte años han visto un duro giro contra el gobierno. Las personas de nuestra sociedad que se oponen a la justicia para los pobres han utilizado los inevitables problemas de organización dentro de algunos programas gubernamentales para difamar cualquier tipo de acción gubernamental. Una de sus herramientas favoritas es la supuesta «eficiencia» de las organizaciones sin fines de lucro.
Es cierto que las organizaciones sin fines de lucro a menudo pueden hacer cosas con relativamente poco dinero, principalmente debido a todas las horas voluntarias, los bienes donados, los salarios bajos o inexistentes, el espacio donado por las iglesias, etc. Los programas gubernamentales no suelen tener estas enormes inyencciones de tiempo libre y materiales, por lo que, por supuesto, son más caros que los nuestros. Pero «caro» es diferente de «ineficiente».
Sólo el gobierno —es decir, el pueblo, actuando concertadamente a nivel local, estatal o nacional— puede garantizar derechos, puede crear o supervisar programas que aseguren a todos un acceso adecuado a lo que necesitan. Debido a que el gobierno puede garantizar los derechos mientras que la Casa de José no puede, comparar los dos ni siquiera es apropiado. Sin embargo, la comparación se utiliza para ir en contra de la acción del gobierno por la justicia.
¿Y qué hay de la caridad en la dignidad humana de los beneficiarios?
La caridad puede ser necesaria, pero la caridad —especialmente la caridad a largo plazo— hace daño. Por más que hagamos que nuestros programas sean humanos, seguimos siendo nosotros los que damos y ellos quienes son los receptores. La caridad «actúa» así desigualmente. La socióloga Janet Poppendieck escribe que la caridad excusa al receptor de la obligación social generalmente requerida de devolver el pago, que significa sacrificar una cierta parte de la dignidad de ese destinatario.
En estos días se habla mucho de «organizaciones basadas en la fe» como herramientas apropiadas para lidiar con los males sociales —quizás incluso reemplazando al gobierno como el principal proveedor de servicios para los necesitados—. Pero, si bien pueden desempeñar un papel útil, las organizaciones basadas en la fe no pueden ser un sustituto del gobierno.
Consideremos, por ejemplo, la Casa de José. En el cuidado de las personas sin hogar con SIDA, la Casa de José depende de la buena voluntad de un número enorme de personas. Fuimos fundados solamente con el apoyo extraordinario de una comunidad de fe conocida nacionalmente (la Iglesia del Salvador, de Washington D.C.), además de las donaciones de muchas personas. Incluso ahora, las fundaciones locales y varios miles de personas e iglesias en todo el país proporcionan apoyo, y la mayoría de nuestro personal profesional tienen salarios considerablemente por debajo de lo que podrían ganar en otros lugares. Todo esto no es ciertamente único, pero poco común.
Nuestras obras de caridad, entonces, simplemente no pueden proporcionar atención a todos los que lo necesitan. Sin embargo, nuestros proyectos pueden dar la ilusión de que la caridad es la solución.
El artículo que es la fuente de estas reflexiones apareció por primera vez bajo el título «Cuando la caridad frena a la justicia» en la revista The Other Side, edición de septiembre-octubre de 2000, páginas 10 y siguientes.
Te invitamos a leer el texto completo de Hilfiker (en inglés) y compartir tu opinión.
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