Reflexiones Vicentinas al Evangelio: 15º Domingo de Tiempo Ordinario
«Acuérdense que vivimos en Jesucristo, por la muerte de Jesucristo y que hemos de vivir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo». (SVdeP)
El profeta Isaías en la Primera Lectura nos orienta a reconocer que la Palabra de Dios es promesa y realización. Es decir, ella cumple con su propósito principal para el pueblo: mostrar a la comunidad que el amor de Dios nace de su gratuidad divina, es un amor que sale al encuentro del ser humano, interpelándolo, moldeándolo, transformándolo. La Palabra de Dios hecha morada en el corazón del hombre lo capacita para ser sujeto de salvación y liberación. Pablo en su Carta a los Romanos, evoca el sentido primigenio de la primera lectura: Inspirados por el Espíritu Santo, los seguidores de Jesús en el “aquí y el ahora de la historia”, enraizados en el presente, pero con lo mirada puesta en el horizonte futuro, asumen que las promesas de Dios se van realizando en la cotidianidad de su existencia como discípulos.
El texto del Evangelio de Mateo, muestra con suma radicalidad, el sentido profundo de las parábolas de Jesús: Ellas nos hablan de lo que Jesús, sentía y pensaba sobre el reinado de Dios que venía a anunciar, y de la experiencia propia de sí mismo sobre el modo de actuar de su Padre ante las angustias y esperanzas de los seres humanos. El tema de las parábolas de los evangelios no es otro que el reinado de Dios. Quien acepta el acontecer del Reino en su vida comprende la voluntad de Dios; quien no lo acoge, se mantendrá en una actitud de rechazo, que le lleva a negarse a comprender el contenido del Reino para la humanidad. Precisamente la Parábola del sembrador nos coloca de cara a la disyuntiva antes mencionada. Los seguidores de Jesús representan a aquellos que aceptaron, con radicalidad y compromiso, la Palabra y fueron comprendiendo los misterios del Reino. Ellos, sin lugar a dudas, eran los pequeños y preferidos de Dios.
Por otro lado, a los que no la aceptaron la realidad del Reino de Dios, a aquellos que se dicen los dueños de la historia, los detentores del poder, los liberadores de la humanidad, Jesús los recrimina, tanto ayer como hoy, que son los falsos seguidores. Las palabras de denuncia y condena que Jesús les dirige, lejos de ser palabras condenatorias, son la posibilidad de la redención y del seguimiento en libertad. Son palabras de conversión e invitación a vivir el Reino.
En el fondo, la parábola del sembrador es una enseñanza pedagógica: El aparente fracaso de la proclamación del Reino, el rechazo del mensaje de Dios y la hostilidad frente a los seguidores del Maestro hoy, más que deprimirnos y resquebrajar nuestra esperanza y resistencia, debe fortificar el testimonio y el compromiso de cada ser humano que se decida fundamentalmente a humanizar al mismo ser humano, como lo dicta la Regla de las Conferencias. La instauración del Reino de Dios en el interior de las personas y de las estructuras sociales es siempre un camino arduo y que exige renuncias, que no hace la vista gorda al fracaso, sino que lo asume, para que éste no sea la última estación del camino, del sendero del Reino. Ante las noticias y los acontecimientos que cotidianamente vienen cargados de violencia, muerte, desesperación y frustración, los discípulos de Jesús tienen el compromiso de seguir siendo proyecto y testimonio real de lucha y pasión por un mundo alternativo, sostenible y pacífico.
«Por consiguiente, debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo» (SVdeP)
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