Reflexiones Vicentinas al Evangelio: Corpus Christi

Javier F. Chento
18 junio, 2014

Reflexiones Vicentinas al Evangelio: Corpus Christi

por | Jun 18, 2014 | Reflexiones | 0 Comentarios

«La Comunión sostiene el esfuerzo, asegurando la perseverancia en la vida cristiana, que nos impulsa a asemejarnos, aquí, a Jesucristo, con quien, en esta tierra y en la Eternidad, debemos vivir. Una marca infalible de una Comunión bien hecha, es estas ganas de trabajar con esfuerza para parecernos más a Jesucristo, en nuestras conversaciones y nuestras costumbres.» (SVdeP)

La Adoración del Corpus Christie - 1650 Jerónimo Jacinto de Espinosa

La Adoración del Corpus Christie – 1650
Jerónimo Jacinto de Espinosa

Muchos pueblos y ciudades dedican sus celebraciones, con sus tradiciones y costumbres, a la Eucaristía. Los pueblos se reúnen en torno a la mesa del Señor para compartir con todos, esa misma mesa de salvación. Ese es el sentido de la Eucaristía.

El libro del Deuteronomio hace un recordatorio del acontecer liberador por parte de Dios, al sacar de Egipto al pueblo de Israel. El Señor exhorta al pueblo a volver hacia Él, recordándole lo grande que ha sido con ellos durante cuarenta años de caminar por el desierto. Bajo pruebas y aflicciones se ha acrisolado la fe del pueblo; por eso, Dios no los ha abandonado: “Te alimenté con el maná que tu no conocías ni conocieron tus padres”. Hacer reconocer al pueblo que, “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Ha sido una experiencia fuerte del pueblo de Israel con Dios en el desierto, ya que supo leer con ojos de fe, el acontecimiento liberador. La invitación orienta a no olvidarse del Señor en los momentos de gozo y alegría, en vez de acordarse de Él, sólo en los momentos de dificultad y tribulación. El pueblo sintió el acompañamiento de Dios a pesar de las dificultades y conflictos que pasaron durante esos cuarenta largos años por el desierto.

La segunda lectura nos presenta a Pablo, que afirma que el centro de nuestra fe como cristianos es la Sagrada Eucaristía. Para el Apóstol, la celebración eucarística representa la presencia misma de Jesucristo vivo y resucitado en medio de la comunidad: “La copa que bendecimos, ¿no es la sangre de Cristo?, el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” La Eucaristía es el centro de nuestra fe, mientras hagamos lo que Él nos manda, mientras vivamos en misión permanente proclamando el amor de Dios, testimoniando la presencia viva y real de Cristo resucitado. La Eucaristía es el encuentro con los hermanos para celebrar la vida, para compartir las experiencias, para partir y repartir el Pan de Vida: Jesús.

El Evangelista Juan, presenta a Jesús como “el Pan vivo bajado del cielo; quien coma de este Pan, vivirá para siempre”. Es la realidad de la presencia viva de Cristo en medio de la comunidad. Jesús es el Pan de vida porque se entregó por entero para dar vida y darla en abundancia. El testimonio de vida del Maestro es la motivación primera para el cristiano. Así como Dios alimentó al pueblo de Israel con el maná caído del cielo, así Cristo nos sigue alimentando hoy, a nosotros, con su Cuerpo y con su Sangre. Jesús, con su Cuerpo, que es el Pan que produce vida eterna, y con su Sangre, derramada por la alianza realizada entre Dios y la humanidad, genera vida para todos.

La Eucaristía es la celebración por excelencia del cristiano, porque en ella la comunidad proclama la Palabra, la medita, la comenta. Comer el pan y beber el vino son actos inseparables, es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús, sin aceptar también su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús, incluye una entrega como la suya. Por medio de la Sagrada Comunión, dejamos a Dios ser realmente Dios en nuestras vidas particulares. De lo contrario, la celebración Eucarística será una celebración sacramental más, sin sentido para nuestra vida a la que sólo se asiste por cumplir con el precepto religioso enseñado por nuestros padres. Pablo, afirma muy duramente: “quien come y bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor indignamente, se come y bebe su propia condenación (1ª. Cor 11, 27-29).

«La persona que hace una buena Comunión, hace todo bien, pues está llena de Dios. Entonces, no hará sus acciones, sino Jesucristo; servirá a los enfermos con la CARIDAD de Jesucristo; soportará las contradicciones con la PACIENCIA de Jesucristo… todas sus acciones, ya no serán las de una pura criatura, sino las de Jesucristo… el Padre Eterno mira a su hijo en esta persona; mira todas las acciones de esta persona, como las de su propio hijo… ¡Qué Gracia más grande, la de estar seguro de ser mirado por Dios, considerado por Dios, amado por Dios» (SVdeP)

Tomado de: ssvp.es

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