Reflexiones Vicentinas al Evangelio: Viernes Santo
«Hermanos míos, si el Hijo de Dios se mostraba tan bondadoso en su trato con los demás, su mansedumbre brilló todavía más en su pasión, hasta el punto de que no se le escapó ninguna palabra hiriente contra los deicidas que le cubrían de injurias y de bofetones y se reían de sus dolores. A Judas, que lo entregaba a sus enemigos, lo llamó amigo. ¡Vaya amigo! Lo veía venir a cien pasos, a veinte pasos; más aún, había visto a aquel traidor desde su nacimiento, y sale a su encuentro con aquella palabra tan cariñosa: «Amigo». Y siguió tratando lo mismo a los demás: «¿A quién buscáis?», les dijo, ¡Aquí estoy!» (SVdeP XI, 480).
Judas el enemigo dentro del grupo, reúne y acaudilla las fuerzas enemigas, que representan todos los centros de poder existentes en Jerusalén. Sin embargo, si le echan mano a Jesús, es porque Él mismo ha decidido entregarse voluntariamente. Pedro, obstinado en su idea del Mesías triunfador, pretende defenderlo y ataca al guardia del Templo. No entiende la entrega de Jesús que no pretende tomar el poder, sino presentar ante el odio y la violencia, la alternativa del Amor.
Jesús, no necesita defensores. Necesita gente que quiera repetir su gesto de entregar la vida por amor. Jesús el amigo fiel, no se preocupa de Sí mismo, sino de sus amigos. Si lo buscan a Él, pide que dejen irse a los demás. Él es el Buen Pastor que cuida de sus ovejas hasta el final.
El justo sin razón que lo justifique, es introducido en el sufrimiento. Todos piensan que su suerte es un castigo divino, y que por eso sufre, pero Dios está con Él: “Por eso no será defraudado”. Considerado un maldito, verá su victoria sobre sus enemigos. Sin hermosura aparente, será despreciado por todos, pero Dios, mirará su causa y por sus sufrimientos justificará a muchos. Su muerte tiene sentido. Su aparente derrota se transformará en victoria.
Paradójicamente, cuando Jesús es entregado a la muerte, es cuando empieza a despuntar su victoria. La cruz es el momento culmen de su vida, en el que decreta, de manera irrevocable, la voluntad salvífica del Padre. La muerte se convierte para Él, en el camino a través del cual certifica la autenticidad de su vida, vivida con transparencia y entregada por amor y sin egoísmos. En el calvario, se legitima toda la existencia de Jesús, y se confirma la veracidad de sus Palabras y de sus obras, como venidas del Padre. Para Juan, no hay que esperar la Resurrección para ver la victoria del Mesías, pues ésta está inscrita en su Pasión, que es garantía de una vida vivida en autenticidad y consumada en el Amor.
La grandeza no está en el poder, sino en la entrega libre al servicio de la vida; y Jesús es coherente hasta la muerte.
En nuestra Iglesia y en todos los grupos que existen dentro de Ella, y las Conferencias no son la excepción, muchas veces los cristianos buscan el poder, el mando, ser los primeros, figurar en las mesas directivas, para ordenar lo que debe o no hacerse; pero también para librarse del servicio. No consideran que liderar a los grupos, es sinónimo de un gran servicio y de ser ejemplo de él. Sencillamente no son coherentes con el ejemplo de Jesús: Servicio y entrega. Eso es lo que debe significar en nuestras vidas dentro de la Iglesia, el servicio al que somos llamados.
En este Viernes Santo, ¿comprendemos realmente lo que estamos celebrando? ¡Nos echaremos para atrás cuando el amor nos exija renuncia, sacrificio y cruz?
« Si queréis meditar en todos los excesos de su pasión tan amarga, admiraréis cómo pudo y cómo quiso padecerlos aquel que no tenía que hacer más que transfigurarse en el Calvario, lo mismo que lo hizo en el Tabor, para hacerse temer y adorar. Y después de esta admiración, diréis como nuestro manso Redentor: «Ved si hay dolor semejante a mi dolor» (SVdeP XI, 480-481)
Tomado de ssvp.es
0 comentarios