Reflexiones Vicentinas al Evangelio: 6º Domingo de Tiempo Ordinario

Javier F. Chento
14 febrero, 2014

Reflexiones Vicentinas al Evangelio: 6º Domingo de Tiempo Ordinario

por | Feb 14, 2014 | Reflexiones | 0 Comentarios

re_160214_1232«Seguir a Jesucristo: Primero como hombres racionales, tratando bien al prójimo y siendo justos con él; segundo, como cristianos, practicando las virtudes de que nos ha dado ejemplo Nuestro Señor; … realizando bien las obras que Él hizo y con su mismo espíritu, en la medida que lo permita nuestra debilidad, que tan bien conoce Dios.» (SVdeP)

Esta Liturgia tiene como fin hacernos ver cómo Dios actúa en medio de la humanidad, nos acerca a la lógica de Dios, nos revela la manera en que Dios salva al ser humano del pecado, entendiendo el pecado como esa tendencia presente en el interior de la persona que la lleva a encerrarse en sí misma, en sus propios límites, sin poder abrirse a la experiencia infinita de salvación traída por el mismo Dios. En el Eclesiástico se desarrolla el tema de la libertad que posee el ser humano para elegir lo bueno o lo malo, la vida o la muerte; allí podemos apreciar que Dios respeta la libertad de la persona, sus decisiones, sus proyectos, sus opciones de vida. Por consiguiente, Dios no es responsable de las situaciones injustas y dolorosas que atravesó el pueblo de Israel y por las que atraviesan muchas naciones actualmente. Dios no impulsa al hombre ni a la sociedad a pecar; el propósito de Dios, es salvarlo de esa tendencia a hacer el mal, pero todo depende de las personas, depende de su voluntad de cambiar. La salvación de Dios tiene efecto cuando en libertad optamos por hacer el bien, por ser justos con los demás.

La sabiduría de Dios, de la que nos habla San Pablo, se contrapone a la manera en que el ser humano actúa, movido por la fuerza del pecado, que en el relato corresponde a los “príncipes del mundo”. La sabiduría de Dios se fundamenta en la cruz de Cristo, es decir, que en los humanamente insignificantes Dios ha puesto toda su fuerza salvadora, confundiendo así a los poderosos y a los sabios que dominan el mundo. Pablo comprende la experiencia cristiana como un proyecto que invierte los valores asumidos por la sociedad, acentuando que es en los tenidos por ignorantes y despreciados donde Dios se revela y salva; es precisamente, en ese lugar donde se hace presente la gloria de Dios; por ello, el apóstol se dirige a Cristo como “Señor de la Gracia”, ya que es en Jesús resucitado donde la sabiduría y la acción de Dios, se manifiestan plenamente. Quiere decir, entonces, que en Jesús el mismo Dios se hace presente; Dios por medio de su Hijo Jesucristo, se entrega totalmente, se despoja, se abaja por la salvación de la humanidad.

La intención de Mateo, en esta parte de su Evangelio, es orientar a los primeros cristianos en la adecuada interpretación de la Ley de Moisés, por ello, el Evangelista pone en boca de Jesús la enseñanza que leemos, sintetizada en el versículo 17: No piensen que he venido a abolir la Ley o los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir. La comprensión de la Ley por parte de los fariseos había tendido a una negación de la dignidad humana y a un olvido de la práctica de la justicia, centro de la Ley de Dios. Jesús, por el contrario, propone una interpretación de esa misma Ley, no a partir de preceptos externos, sino a partir del compromiso personal con Dios y con el prójimo. La lógica de Dios consiste en internarse en la realidad del ser humano y desde allí, salvar; por ello la perfección del cristiano, junto con su salvación, está mediada por la capacidad de donación y servicio a los demás. Jesús invita a sus discípulos a vigilar el  corazón, pues ante Dios, no hay nada oculto; y proyecta una ética relacional, nuevas maneras de relacionarse entre las personas y con Dios. No es necesario jurar por nadie, lo que importa es la sinceridad, la lealtad, la transparencia en las relaciones. Esa es la novedad de Jesús frente a la Ley. Hagamos todo lo posible por vivir, transmitir y dar testimonio de esta nueva ética, inaugurada por Jesús.

«Para tender a la perfección, hay que revestirse del Espíritu de Jesucristo» (SVdeP)

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