Reflexiones Vicentinas al Evangelio: 2º domingo ordinario
«¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra y, al mismo tiempo, una afición a Dios y una unión a la voluntad divina.» (SVdeP)
Hemos celebrado el Bautismo del Señor, ahora el evangelio nos presenta el testimonio de Juan el Bautista. El evangelista nos presenta la experiencia que vivió el Bautista durante el bautismo de Jesús: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él” (Jn. 1,32). Ha visto cumplida la promesa de Dios, del mismo que lo había enviado a predicar y bautizar (Jn. 1,33). Por eso con toda certeza y claridad presenta a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1,21).
Jesús viene a dar cumplimiento a las promesas de Dios hechas a su pueblo. El cordero de Dios es el que habían anunciado los profetas y tenía que ser llevado al matadero (Is. 53,7). Esto confirma que Jesucristo es el Mesías esperado y, al inicio de su misión, viene como el nuevo Moisés a liberar al pueblo de Dios de toda esclavitud y de todo mal.
Jesús es el Siervo de Yahveh, se coloca en total disposición para realizar en su propia vida el total designio de Salvación de su Padre Dios. Toda la vida de Jesús fue un trabajo y una lucha constante por erradicar el pecado del mundo. Entendamos pecado de la misma manera como sabiamente lo definió el Arzobispo de El Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, pocos días antes de su martirio: “Pecado es aquello que mató al Hijo de Dios, pecado es aquello que sigue matando a los hijos de Dios”. Pecado según la tradición más genuina es la negativa que el ser humano le hace a Dios y a su proyecto. El pecado sigue siendo el estigma de todo hombre y toda mujer. Seguimos hiriendo la creación, obra de Dios, por el pecado; nuestro egoísmo, se sigue enseñoreando sobre el ser humano y sobre la creación. Dios sigue siendo vituperado por la maldad humana. A Dios le sigue doliendo la maldad que el mismo hombre crea sobre sus propios hermanos.
Juan confiesa que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y ¿qué es el pecado del mundo? Es todo el sistema que el ser humano ha creado basado en el egoísmo que atenta contra la vida humana y que mata a los hombres y mujeres, en especial a los más débiles y vulnerables de la historia.
Jesús ha venido a devastar todo aquello que destruye la vida; y, su propuesta es la de devolverle la dignidad a los hombres y mujeres que el egoísmo humano ha desfigurado. Hemos de comprender que todo bautizado se constituye en un nuevo Cristo. Por lo tanto, estamos invitados también a colaborar con Jesús en la destrucción del pecado del mundo y llenar esta historia de los valores propios que nos enseñó Jesús. Estamos en la obligación de hacernos cargo de los pecados del mundo también. Hemos de trabajar por la justicia, la paz y la solidaridad. E instaurar en medio del mundo la civilización del amor y de la vida digna. Jesucristo, sigue siendo el Cordero de Dios. Sólo si lo aceptamos a Él, como el Señor, podremos transformar nuestra propia vida y contribuir, con nuestro ejemplo, en la transformación de la vida de los demás.
Detengámonos un momento. Demos gracias a Dios por la vida y la obra de Jesús de Nazareth; reconozcámoslo como el Señor y el Salvador de nuestras vidas, quien nos ha liberado del pecado para siempre. Pero comencemos a configurar nuestra historia desde su proyecto del amor, que nos vino a enseñar; y el cual nos ha demostrado Vicente de Paúl y todos nuestros Santos y Beatos de la Familia Vicenciana, que es posible realizar diariamente, con la gracia de Dios.
«La gracia tiene sus momentos. Abandonémonos a la Providencia de Dios y guardémonos mucho de no anticiparnos a ella.» (SVdeP)
Tomado de ssvp.es
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