“In memoriam” de tres mártires: P. Fortunato Velasco, P. Leoncio Pérez y Hno. Luis Aguirre
Una de las personas que ha vivido la beatificación de los mártires paúles con más intensidad y emoción ha sido el P. Amador Sáez. Dos Padres (Fortunato Velasco y Leoncio Pérez) fueron sus formadores en sus primeros años vocacionales, y un Hermano (Luis Aguirre) también formó parte activa de su estancia en la Escuela-Apostólica. Por eso, el P. Amador Sáez, desde la atalaya de la enfermería de la Casa Provincial, nos envía un artículo escrito conjuntamente con el P. Miguel Ángel Renes. Es su testimonio agradecido y entrañable a unos Misioneros que lleva en lo más hondo del corazón. Y, aunque el artículo se refiere solamente a estos tres misioneros paúles mártires, el lector puede incluir en su lectura a los once restantes que dieron su vida en ofrenda de fe. Ésa es también la intención del P. Amador Sáez.
1. MIS INICIOS
Conocí, con mis 12 años cumplidos, a los Padres Leoncio Pérez y Fortunato Velasco al ingresar en la apostólica de “Capuchinos” (Teruel) el 20 de Octubre de 1934, y luego en la de Alcorisa del 35 al 36. Al Hermano Luis Aguirre, sólo en Alcorisa. (Le gusta hablar al P. Amador. Es agradecido con la vida. Y la vida de fe. La que recibe de sus padres cristianos que aumenta en los Escolapios de su Albarracín natal y profundiza y vive en la Congregación de la Misión. Hablará con pasión y cariño de esta época de su vida: vida que sintió que también se la podían quitar en las circunstancias históricas que vive de adolescente, mezclado en la contienda de la guerra pero manteniendo los principios de fe recibida).
En Teruel cursé el primero de latín con el P. Pérez. Era un gran profesor, a mi parecer y al de mis condiscípulos, luego sacerdotes, Padres Leandro Montañana y Manuel Herranz. Los tres tuvimos una opinión unánime: “el mejor latinista que tuvimos antes del Seminario Interno”. Era muy exigente, y a veces un poco duro, pero enseñaba. Yo le escogí como confesor, porque me inspiraba respeto y confianza. En 1934 nos dirigió los Ejercicios Espirituales. Recuerdo que insistió mucho en la vocación y nos repitió mucho la frase del Salmo, que lo aplicaba a la vocación y a la Congregación: “Que se me pegue la lengua al paladar…, si no me acuerdo de ti”.
El P. Velasco era el más joven de la Comunidad. Fue el “inspector”, como se llamaba al que nos acompañaba durante el día y se ocupaba de nuestras tareas, y de acostarnos, levantarnos, oración, Eucaristía… Nos cuidaba con amor materno. Venía, al amanecer, al dormitorio y nos cubría si nos hallaba con la manta caída. A pesar de esta dulzura, y debido a la función de “inspector” que desempeñaba, tuvo que corregirnos muchas veces. Guijarro y yo fuimos de los más revoltosos de los seminaristas. Y más de una vez mis rodillas vieron el suelo. Pero sus correcciones siempre fueron muy dulces. Valoraba la nobleza por encima de las debilidades propias de nuestra edad. (Y el P. Amador suelta la risa, porque sus notas en conducta no debían ser de las mejores, ni de su expediente ni del grupo, al ser un niño despierto e imaginativo, y en su sonrisa surge de nuevo el aprecio al P. Velasco, porque valoraba más el hondón de su alma que los quebrantos disciplinarios. ¡Con qué dulzura me cuenta: “Era como una madre”!).
Cursamos el curso 1934-1935 sin novedades dignas de mención. Era Superior de Teruel el P. Tomás Romero, predicador y poeta. Su pseudónimo: “Didimito”.
2. ALCORISA
En Teruel se cursaban el preparatorio y 1° y 2° de Latín. Éramos muchos aspirantes para el local que teníamos en Teruel. El 3 de octubre del 35, salimos hacia Alcorisa 40 apostólicos a cursar unos, el 2° de Latín, otros, el 1°. Era el intento de convertir al que fue Colegio para seglares del Bajo Aragón en Seminario de la Congregación de la Misión. Dos años antes, ese intento, había fracasado. Los comunistas los esperaban junto al pantano, cerca del pueblo, y los obligaron a retroceder. Sin embargo, a nosotros nadie nos molestó. Y empezamos el curso.
(La memoria del P. Amador, prodigiosa en muchas facetas, no puede precisar cuando se inició en Alcorisa el Colegio para seglares del Bajo Aragón. Sí recuerda que a las Hermanas se les dio una casa para Colegio de niñas a las afueras del pueblo. Los Superiores consideraron mejor hacer un cambio: los Padres a las afueras del pueblo y las Hermanas en el pueblo. Y aquí, en la Residencia-Colegio de las Hermanas, con motivo de la Revolución de Octubre de 1934, llevaron a esconder los Padres la Custodia del Santísimo. Amador, con otros compañeros, fueron a recogerla en 1935. Cuenta: “Se salvó milagrosamente de los comunistas”).
El 9 de diciembre, en Teruel, se hundió el dormitorio, el techo, mejor dicho, matando a un niño de Cuenca. Los 35 restantes, que hacían preparatoria, se salvaron y fueron recogidos en S. Nicolás, de Teruel, por los PP. Amigonianos. Dos días después los llevaron a Alcorisa. Ahora éramos 75.
A partir de diciembre, el “inspector” fue el P. Jesús Izquierdo, que dio más vida a nuestra formación. Era el “alma” de la Apostólica. Era sereno y afectuoso. Hay una anécdota que le puede retratar. Un día nos mandó que ordenáramos la fruta que habían traído. ¡Qué buena es la fruta del Bajo Aragón! Al acabar la tarea, y ya en los lugares de recreo, nos dice: “Ahora, id a dejar en el granero toda la que lleváis en el pantalón”. Hubo un desfile general hacia el granero. El se sonrió. (Y no digamos el P. Amador contándolo). Ese debió ser “el castigo” que nos puso. Los cinco que regresamos al acabar la guerra a la Apostólica, Leandro Montañana, Manuel Herranz, Felipe García, Ismael Albendea y un servidor, le guardamos un gran cariño toda la vida.
3. INICIO DEL “DISPERSIT” Y FIN DE LA APOSTÓLICA
Perdidas las Elecciones de febrero del 36 por Gil Robles, y a vista de las convulsiones anticatólicas, llegaron los padres de los niños de Cuenca, el día de Pascua, y se los llevaron a sus hogares. Seguimos en Alcorisa unos 40.
El 7 de mayo, al inicio de la clase, dijo el P. Velasco a José Almendros, un joven de Yecla: “Almendros, ¿no decías que para el 1° de mayo ya no estaríamos aquí?” Almendros respondió: “¿A que no estamos el 1 de junio?” (El 1 de junio era el santo del P. Velasco). (¡Qué memoria la del P. Amador! Esta escena se la he oído contar varias veces. Y siempre, con su lengua atropellada, repite lo mismo y de la misma manera. No es de extrañar que la recuerde, la reviva, pues fue lo último que le oyó en vida). Hubo risas y sorpresas. Y, al acabar la clase, a recreo.
El recreo se prolongaba. Empezaba el cuchicheo, y pasada una hora, el P. Izquierdo nos llamó al salón de estudio. Allí nos dijo, y recuerdo que nos habló con serenidad y tranquilidad: “No abran los pupitres. Escuchen. A la vista de los acontecimientos que ocurren en nuestra Patria, hemos decidido mandarles a sus casas. Cuando pase esto, el que quiera volver, que lo haga. Bajen al comedor. Cojan sus cosas. Hay autobuses para llevar a los del Bajo Aragón a Alcañiz. Y otro, para los de Teruel y Valencia. Un taxi llevará a su pueblo a M. Herranz, Eusebio y Rufino Guijarro”.
Imaginen ustedes el alboroto: adioses, lloros, nervios…, y ¡a casita! Todo fue muy rápido. No tuvimos oportunidad de despedirnos de los Padres y Hermano que luego morirían. Al P. Velasco le oímos decir en alguna ocasión: “Gustoso daría mi vida por Dios y por España”. Pronto se iba a cumplir su deseo.
La Apostólica dejó de serlo para siempre. (Acabada la guerra, el P. Adolfo Tobar se la donó a la diócesis de Zaragoza para que hiciera de Seminario Menor, pues el de la diócesis había sido destrozado en la batalla de Belchite).
Ya en mi casa, felicité por carta al P. Velasco por su cumpleaños. Supe por Guijarro, que también lo hizo, y que el P. Velasco le escribió: “Sólo tú y Amador os acordasteis de mí y me felicitasteis”. Los dos, como ya he indicado, éramos de los más trastos. Si el P. Velasco también me escribió, su carta no me llegó. ¡Sería uno de los mejores tesoros que habría podido tener!
(Y en la conversación, surgieron comentarios sobre la importancia de la amistad, y el ser sinceros y no aprovechados. Y al P. Amador le brillaban los ojos de emoción y aprecio por el vivo recuerdo de alguien que le supo querer y se lo demostró).
De los 75 que salimos de Alcorisa, solamente regresamos a la Congregación de la Misión los que luego serían Padres Leandro Montañana, Manuel Herranz, Felipe García, Ismael Albendea y un servidor.
5. MUERTE DE LOS MISIONEROS
No tardé en saber la muerte del Hermano Aguirre. Al abrir la puerta a los que llamaban, los de la FAI, le dispararon y le mataron el 29 de Julio, negándose a gritar: “Viva el comunismo”. Su grito fue: “Viva Cristo Rey”. Con este Hermano convivimos con él sólo un año. Era el cocinero y tuvimos poca relación con él. Pero sí puedo asegurar de él que era muy piadoso.
El P. Fortunato Velasco tuvo un juicio público, con absolución popular. El público gritó: “No lo matéis. Ese cura es una buena persona”. Unos días después, los de la FAI se llevaron al P. Velasco y al Coadjutor a la puerta del Cementerio. Allí los fusilaron en la madrugada del 24 de Agosto del 36.
El pueblo de Alcorisa tuvo un concepto muy bueno del P. Fortunato. Aunque no realizó ningún apostolado con la gente, él supo ganarse el cariño de todos. Al ir y regresar de la capellanía de las Hijas de la Caridad (nuestra casa-seminario estaba a las afueras del pueblo) saludaba a todos y entablaba conversación con toda persona que encontraba.
Nos contó que una vez que se paró ante el herrero y viendo cómo cogía un hierro candente entre sus manos sin ninguna protección, le dijo que por qué no se protegía, y el herrero, riendo, le contestó que se estaba preparando para el infierno que él predicaba. (Debió causar impresión y risa entre los muchachos, porque el P. Amador, después de los años que han pasado, lo cuenta gesticulando con las manos, y haciendo gestos de dolor al sentir el hierro candente en las manos del herrero).
Del P. Velasco puedo decir, y siempre lo he afirmado, que “olía a Cristo, que ese olor a Cristo lo envolvía todo”. Era un misionero cabal. No recuerdo que nos dirigiera muchas pláticas. Pero sí que nos invitó a recibir con gran piedad la Medalla Milagrosa, pues era muy devoto de ella. Nos hablaba que debíamos ser buenos hijos de María. Los seminaristas le teníamos una gran veneración. (En este momento de la conversación, el P. Amador era una persona ensimismada, no digo que estuviese aspirando el perfume de santidad que ya la Iglesia ha reconocido en el P. Velasco, pero sí parecía querer revivir la cercanía con él). Cuando nos reintegramos a la Apostólica, nuestro pensamiento iba más hacia él que hacia el P. Pérez o el Hermano Aguirre a quien casi no conocimos, como dije. De su muerte me enteré por el P. Manuel Navarro. En septiembre de 1936, me encontré con él en Teruel, donde fuimos huyendo mi madre y yo de los “rojos” que amenazaban Albarracín.
El P. Leoncio Pérez logró huir de Alcorisa. Y parece que ofreció dinero a un pastor si le indicaba cómo llegar a Zaragoza. Por lo que fuera: codicia, odio…, el pastor lo asesinó el 29 de Julio.
6. “IN MEMORIAM”
Voy a cumplir 91 años y medio. Siempre he recordado con cariño a mis profesores y Hermano. Tengo un recuerdo amoroso de ellos. Les he rezado en el silencio de mi corazón. Fueron buenos, muy buenos Sacerdotes. Y tengo presente la piedad del Hno. Aguirre. Siempre he creído que el P. Velasco sería santo, aunque no lo hubieran martirizado, por ese “olor a Cristo” que salía de él. (Me imagino, o mejor dicho sé, que en el santuario del corazón del P. Amador hay más vivencias sobre estos tres compañeros mártires. Estos días los está viviendo lleno de gozo. ¡No sé cómo vibrará el 13 de Octubre de 2013! Si en algún momento sintió rabia, de muchacho, por la muerte de sus profesores, hace tiempo que surgió el perdón. Y hoy ya sólo hay gloria a Dios por la vida y muerte de ellos, de modo especial por el P. Velasco. Ojalá el P. Amador abra más su memoria y su corazón y nos regale más vivencias de nuestros mártires. Está dispuesto a hablar ante quien sea de la dicha que tuvo al poder vivir con los mártires ese breve tiempo de su formación. Su corazón ha vivido todos estos años deseando ver al Hermano Aguirre y a sus profesores en los altares. Me cuenta que en la revista “La Milagrosa”, de Teruel, de los años 1949 o 1950, número único de publicación, pues no salió más, escribió algo sobre el P. Fortunato Velasco. ¡Es una lástima que, en años pasados, en momentos de “possitio”, etc., nadie se acordara de que el P. Amador Sáez, sacerdote de la Congregación de la Misión, fue, de preadolescente, testigo directo de la vida de estos nuevos Beatos!).
Que los tres nuevos Beatos rueguen por España, por la Congregación de la Misión y por este su antiguo alumno.
AMADOR SAÉZ, C. M. y MIGUEL ÁNGEL RENES, C. M.
Tomado del Boletin Informativo Julio-Diciembre 2013, Misoneros Paúles de la Provincia de Madrid
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