La fiesta de Halloween y lo que celebramos los cristianos
Hace unos cuantos años, mi cuñada me hablaba de la adaptación en clase de mis sobrinos, sus actividades y todas esas cosillas que hacen que los niños vayan aprendiendo a socializarse. Así, entre las anécdotas apareció la de mi pequeña sobrina, de 5 añitos entonces: ante la disyuntiva de «elegir novio» entre dos de sus compañeros de clase, se le había ocurrido darles puntos por cada cosa buena que hacían y, claro, el que más puntos consiguiese ése sería por fin el novio oficial. Pero, días después, mi sobrina dejó de darles puntos a sus aspirantes. Cuando mi cuñada le preguntó por qué no pasaba de los veinte puntos, ella respondió: «Es que ya he llegado al tope… no he aprendido a contar más allá». Otra cosa que me comentó de mi sobrina era el terror que le producía la fiesta de Halloween: estaba convencida de que por la noche se convertiría en una mujer-lobo y mataría a sus padres.
Dejando al lado la maravillosa fantasía de las mentes infantiles, quisiera, con la anécdota, comentar brevemente sobre la fiesta de Halloween, que tan popular se hace año tras año.
Halloween es una fiesta de origen celta que fue integrada, sobre todo, en la cultura estadounidense por inmigrantes irlandeses, hace unos 150 años. La palabra Halloween deriva de la expresión inglesa All Hallow’s Eve, que significa «La víspera del día de los Santos».
La tradición, sobre todo en los países anglosajones, es: después de llamar a la puerta, los niños pronuncian la frase «truco o trato» o «dulce o truco» (proveniente de la expresión inglesa trick or treat). Si los adultos les dan caramelos, dinero o cualquier otro tipo de recompensa, se interpreta que han aceptado el trato. Si por el contrario se niegan, los chicos les gastarán una pequeña broma, como arrojar huevos o espuma de afeitar contra la puerta. Originalmente «el Truco o Trato era una leyenda popular de origen célta, según la cual no solo los espíritus de los difuntos eran libres de vagar por la Tierra la noche de Halloween, sino toda clase de entes procedentes de todos los reinos espirituales. Entre ellos había uno terriblemente malévolo que deambulaba por pueblos y aldeas, yendo de casa en casa pidiendo precisamente ‘truco o trato’. La leyenda asegura que lo mejor era hacer trato, sin importar el costo que éste tuviera, pues de no pactar con este espíritu (que recibiría el nombre de Jack O’Lantern, con el que se conocen a las tradicionales calabazas de Halloween) él usaría sus poderes para hacer ‘truco’, que consistiría en maldecir la casa y a sus habitantes, dándoles toda clase de infortunios y maldiciones como enfermar a la familia, matar al ganado con pestes o hasta quemar la propia vivienda. Como protección surgió la idea de crear en las calabazas formas horrendas, para así evitar encontrarse con dicho espectro«.
Es indudable el trasfondo comercial de esta fiesta, así como la influencia del cine de terror, donde ha aparecido con cierta asiduidad, para aumentar su popularidad.
El cristiano no celebra la muerte y lo tenebroso de la fiesta de Halloween. El cristiano celebra, el 1 de Noviembre, la fiesta de Todos los Santos, en la que hacemos memoria y rezamos por todos los que nos precedieron y dieron su vida por mejorar la nuestra. La costumbre nos acerca, en este día, a los cementerios para visitar a nuestros seres queridos que ya partieron a la casa del Padre, mostrándoles nuestro cariño y respeto, y rezando por ellos y por nosotros. Es una costumbre que, aunque parezca que no, celebra la vida: la vida que vivieron entre nosotros y la vida que disfrutan ya al lado del Padre.
En esta fiesta recordamos, también, a todas esas personas santas y fieles seguidores de Jesucristo, aunque la Iglesia no les haya canonizado oficialmente. Muchos son, sin duda, las buenas personas que han dado y dan su vida por construir el Reino de Dios. En esta acción de gracias a Dios por todos ellos, pidamos también al Señor que nos haga a nosotros como ellos.
En las redes sociales vemos muchas entradas sobre este asunto. Desde anuncios de fiestas para divertirse la noche de Halloween, hasta encendidas proclamas en contra de Halloween y su pagana liturgia. Sabemos que son muchos los no creyentes —y también algunos creyentes— que saldrán la noche de Halloween con sus disfraces, sus «trucos y tratos», tanto niños como adultos. Aunque la incidencia de Halloween varía, como tantas otras cosas, según países y culturas: en Estados Unidos tiene mucho arraigo, en Europa su influencia depende de cada país, en otros lugares…
Yo pienso que es una buena oportunidad para sentarnos con nuestros hijos y enseñarles a mirar estos días desde la mirada creyente, quizás aprovechando la ocasión de alguna pérdida reciente de un familiar o de algún amigo que ellos conocieron. Hablarles, por ejemplo, de «esa persona que era tan buena, tan buena, que Jesús quiso que fuese a vivir con Él, como quiere que nosotros vayamos también en el futuro». Es importante adaptar los contenidos a su mirada infantil, de tal forma que entiendan cuál es la verdad que hay detrás de la fiesta; y también explicarles que Halloween, fiesta que muy posiblemente no podrán evitar ni en sus escuelas, ni en la sociedad en general, no es más que un juego, una «fiesta de disfraces»; que sepan, en definitiva, poner en el plano de la fantasía irreal los disfraces, calabazas y caramelos de Halloween, mientras saben que al día siguiente celebraremos otra cosa muy distinta, y muy bonita: la alegría de seguir teniendo amigos y familiares buenos y muy queridos por el papá Dios, aunque no podamos verlos más.
Comenzaba este relato con una anécdota, que pudiera parecer no tener nada que ver con el asunto: la de mi sobrina que, con 5 añitos, no sabía contar más que hasta 20. Pero, si lo pensamos bien, estas fiestas son una buena oportunidad para enseñarles a contar «más allá» —metafóricamente hablando— a nuestros pequeños, y que no se queden simplemente «contando» los primeros números (=las apariencias, lo externo, lo superfluo, lo superficial, lo accesorio). ¡Enseñemos a contar a nuestros hijos los «números grandes» de esta historia: la bondad, la santidad, la familia, la amistad aún en la distancia, …el inmenso amor y misericordia de un Padre que nos espera!
Javier F. Chento
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