«Manos para la oración»: La oración del pobre sube hasta Dios
La oración del pobre
En el año 2017, el Papa Francisco instituyó la Jornada Mundial de los Pobres, con la intención de que fuera la respuesta de toda la Iglesia a los pobres (dolor, marginación, opresión, violencia, torturas, prisión y guerra, privación de libertad y dignidad, ignorancia y analfabetismo, emergencia sanitaria y falta de trabajo, trata y esclavitud, exilio y miseria), para que no pensaran que su clamor caía en el vacío. Estos son los temas de las Jornadas Mundiales de los Pobres:
- No amemos de palabra, sino con obras (2017)
- Este pobre grita y el Señor lo escucha (2018)
- La esperanza de los pobres no será defraudada (2019)
- Tiende tu mano al pobre (2020)
- A los pobres los tendrán siempre con ustedes (2021)
- Jesucristo se hizo pobre por ustedes (2022)
- No apartes tu mirada del pobre (2023)
El 13 de junio de 2024, en la memoria litúrgica de San Antonio de Padua, patrono de los pobres, el Papa Francisco envió a la Iglesia universal un hermoso mensaje para la VIII Jornada Mundial de los Pobres, titulado: «la oración del pobre sube hasta Dios» (Sir 21,5). El texto bíblico pone en evidencia cómo los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, tanto que, ante su sufrimiento, Dios está «impaciente» hasta que les ha hecho justicia. ¡Nadie, absolutamente nadie, está excluido de su corazón!
La Jornada Mundial de los Pobres se ha convertido en una cita anual que invita a cada creyente y a cada comunidad a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y de sus necesidades. Escuchar a los pobres significa también ser discípulos de los pobres; sí, ¡podemos acudir a la escuela de los pobres! En una cultura que ha puesto la riqueza en primer lugar y que a menudo sacrifica la dignidad de las personas en el altar de los bienes materiales, ellos van contra la corriente, subrayando que lo esencial para la vida es otra cosa.
En su mensaje, el Papa Francisco nos invita, en el camino hacia el Año Santo 2025, a cuidar «los pequeños detalles del amor» en la fidelidad cotidiana: detenerse, acercarse, prestar un poco de atención, una sonrisa, una caricia, una palabra de consuelo…
Un aspecto que, en mi opinión, es muy importante se menciona en el n. 5 del mensaje del Papa: la oración. “Necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y orar junto a ellos. Es un desafío que debemos aceptar y una acción pastoral que necesita ser alimentada. De hecho, la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una apertura especial hacia la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria”.
Manos para la oración
El cuarto centenario de la fundación de la Congregación de la Misión es, no solo para los misioneros vicencianos, sino para toda la Iglesia y para todos los creyentes, una invitación a la oración, a tener manos para la oración.
En esta segunda reflexión, también les propongo una pintura sobre lienzo, Hombre en oración, del artista bosnio Safet Zec, quien huyó del asedio de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes en los años 90. El artista retrata a un hombre que, precisamente en la oración, encuentra la luz y la esperanza en la oscuridad.
Esta imagen puede acompañarse de la iconografía bíblica de la curación del sordomudo (Marcos 7,32-37): «Jesús lo llevó aparte, lejos de la multitud, le puso los dedos en los oídos y, con saliva, le tocó la lengua; luego, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effatá», es decir, «Ábrete»».
El texto bíblico revela que el profundo vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo también debe entrar en nuestra oración. En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, la atención hacia el otro, especialmente si está necesitado y sufriendo, lo lleva a dirigirse al Padre, en esa relación fundamental que guía toda su vida. Pero también sucede al revés: la comunión con el Padre, el diálogo constante con Él, empuja a Jesús a estar atento de manera única a las situaciones concretas del hombre, para llevarles el consuelo y el amor de Dios. La relación con el hombre nos guía hacia la relación con Dios, y la relación con Dios nos guía de nuevo al prójimo.
Vicente de Paúl entre el servicio y la oración
Vicente, tocado por la cercanía con los pobres, los miraba con una mirada teológica, es decir, la mirada que Dios ha mostrado tener hacia el pueblo de la alianza, reducido a condiciones miserables en la historia de la salvación: la mirada comprensiva del amor misericordioso, que fue transparentada de manera inequívoca en la mirada con la que Jesús acariciaba a los pecadores, desafortunados y débiles.
Los pobres se convirtieron para Vicente en el punto más sensible de su conciencia, en cuyo contacto su espíritu vibraba. Jean Calvet (un biógrafo suyo) escribe: “Él sentía y creía que realmente, sin metáfora, el mendigo, el harapiento, era su hermano. Si todos los días hacía sentarse a su mesa a dos pobres de la calle y quería servirles él mismo, era porque veía en ellos a Jesucristo, pero antes de todo porque veía en ellos a sus hermanos. Y como eran hermanos desdichados, pensaba que merecían esa mirada particular: los consideraba sus «amos y señores» (J. Calvet, La littérature religeuse de François de Sales à Fénélon, Paris 1938, p. 124).
Traduciendo con otro lenguaje una de sus exhortaciones en favor de los pobres, podemos escucharlo nuevamente en estas palabras: “Miren a los pobres, obsérvenlos bien. Son rudos, desfigurados por el dolor y el hambre. Sucios. Apenas tienen apariencia humana. Y sin embargo, den vuelta a la moneda y verán en ellos la imagen del Hijo de Dios, quien en su pasión en la cruz asumió ese rostro desfigurado y humillado” (Cf SVit X, 26).
Para Vicente, cada pobre era un rostro cargado de historia. Un rostro que debía ser descifrado y amado con ternura y cordialidad, reconociendo el mismo misterio del Dios que se hizo hombre y compartió el sufrimiento humano.
A este respecto, recuerdo un texto tomado del Reglamento de la Caridad femenina de Montmirail, donde Vicente educa en el servicio y la oración: “Al entrar en la casa de un enfermo lo saludará amablemente, luego, acercándose a la cama con una cara modestamente alegre, lo invitará a comer, le acomodará la almohada, arreglará la manta, pondrá la mesita, el mantel, el plato, la cuchara, limpiará el tazón, servirá la sopa, pondrá la carne en el platillo, hará que el enfermo bendiga la comida y tome la sopa, cortará la carne en trozos pequeños, le ayudará a comer diciéndole alguna palabrita santamente alegre y de consuelo para animarlo, le servirá de beber, lo invitará nuevamente a comer. Finalmente, cuando haya terminado la comida, después de lavar los platos y los cubiertos, doblará el mantel y quitará la mesita, hará que el enfermo diga la oración de agradecimiento y enseguida lo saludará para ir a servir a otro” (SVit XI, 475).
No olvidemos que los pobres, la gente, las «cosas por hacer» no apartaron a Vicente del corazón de su experiencia con Dios, en la oración: Dedicado continuamente a la oración, no se distraía ni con la contemplación de los misterios divinos, ni con la gente, ni con los asuntos, ni con cosas felices o tristes: de hecho, siempre tenía a Dios presente en su mente, y con gran esfuerzo y santas estrategias había logrado que todo lo que se presentaba ante sus ojos le recordara a su Creador; expresando a su manera la gloria de Dios y las alabanzas divinas, lo impulsaban a la contemplación de la belleza celestial. Por eso siempre era modesto, manso, dócil y benévolo, conservando en todas las cosas una maravillosa serenidad de espíritu: no se exaltaba con las cosas felices ni se turbaba con las adversidades, ya que podía decir con el profeta: “Siempre tengo a Dios ante mis ojos porque Él está a mi derecha para que no sea sacudido” (Bula de canonización de San Vicente de Paúl, 16 de junio de 1737).
Conclusión
Que el Señor nos conceda la capacidad de una oración cada vez más intensa, para fortalecer nuestra relación personal con Dios Padre, ensanchar nuestro corazón hacia las necesidades de quienes nos rodean y sentir la belleza de ser «hermanos en el Hijo» (Lumen gentium, 62) para construir fraternidad y amistad social (Fratelli tutti, 6).
Salvatore Farì CM
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