Proclamar que Jesús es el Mesías
Jesús es el Mesías, el Cristo, el Ungido. Y esto no lo dejamos de proclamar unidos a Pedro y a toda la Iglesia.
Logra proclamar Pedro que Jesús es el Mesías. Y este les manda al momento a los discípulos no decírselo a nadie. Y les enseña él luego que le toca al Mesías sufrir mucho, morir ejecutado y resucitar a los tres días.
Es decir, ser el Mesías él quiere decir ser el Siervo que sufre de acuerdo con la profecía de Isaías. Por lo tanto, así lo han de tomar y proclamar ellos al Mesías. Si esto no lo hacen, mejor, sí, que no hablen a nadie sobre él.
No, no quiere Jesús que sus discípulos se pongan de acuerdo no más con el malentender común sobre el Mesías. Es que la gente toma al Mesías por el libertador que vencerá a los romanos que la subyugan y oprimen. Y para no dejar lugar a tal malentender, se lo explica él con toda claridad a los discípulos.
Con todo, no captan lo que se les dice acerca de la pasión, la muerte y la resurrección del Mesías. De hecho, el que lo acaba de proclamar como Mesías lo reprende.
Mas el reprendido, a su vez, devuelve reprensión por reprensión. Les dice luego a la gente y a los discípulos que seguir al Mesías sufriente quiere decir sufrir también. Pues salvar la vida es perderla por él y por la Buena Noticia.
Saber proclamar de modo debido a Jesús, el Mesías
A los que hoy nos decimos discípulos suyos nos cuesta también captar que hay que perder la vida para salvarla. Si bien creemos en la resurrección, ¿no la tenemos no más por vindicación del justo que ha sufrido injusticias? O, ¿por triunfo sobre la pasión y la muerte (Comentarios al evangelio #1), o el premio para el que triunfa?
De todos modos, lo que se nos enseña, sí, es esto: la resurrección, la salvación, no puede menos que pasar a través de la pasión, la muerte, la perdición. Es decir, se tiene que ir a la muerte. Pues ser ejecutado por las autoridades es el destino de los que no se echan atrás y más bien buscan proclamar la verdad (Comentarios al evangelio #6). Pues el sacrificio de sí mismo es el solo medio para que el mundo se salve.
No es, por lo tanto, que se le ame al dolor. Es, más bien, que se les ama a Dios y al prójimo. Solo si se ama así habrá un mundo más justo, solidario y digno de los hombres, y valdrá la pena vivir. Y se saborearán en la tierra los gozos de la vida en el cielo.
Señor Jesús, vivimos, pues nos da de comer tu cuerpo y de beber tu sangre. Haz que la vida que nos das nos lleve a entregar también nuestros cuerpos y derramar nuestra sangre por ti y por los demás, y así, a proclamar de palabra y de obra que eres el Mesías. Concédenos la gracia de vivir al igual que tú para que muramos al igual que tú (SV.ES I:320).
15 Septiembre 2024
24º Domingo de T.O. (B)
Is 50, 5-9a; Stg 2, 14-18; Mc 8, 27-35
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