Desde un punto de vista vicenciano: Lenguas de fuego

Pat Griffin, CM
23 mayo, 2024

Desde un punto de vista vicenciano: Lenguas de fuego

por | May 23, 2024 | Formación, Patrick J. Griffin, Reflexiones | 0 Comentarios

En nuestra iglesia de Santo Tomás Moro, en el campus de la Universidad de San Juan en Nueva York (EE.UU.), tenemos una hermosa vidriera que representa Pentecostés. Se ve a los doce apóstoles rodeando a la Virgen, y sendas lenguas de fuego descienden sobre cada cabeza. El fuego representa obviamente al Espíritu Santo que, según la tradición, fundó la Iglesia en este acontecimiento. El elemento fuego puede simbolizar y subrayar el don que el Espíritu aporta a la primera comunidad cristiana, y a nosotros. Podemos imaginar el peso simbólico que tiene para expresar el significado y la importancia de Pentecostés. Me parecen atractivas varias opciones al reflexionar sobre el significado que el fuego ofrece para la obra del Espíritu.

El fuego arde. Devora y consume los objetos combustibles con los que entra en contacto. Se siente su poder y su fuerza. Cuando Jeremías sufre a causa de su fidelidad al Señor, resuelve:

Yo decía: «No volveré a recordarlo,
ni hablaré más en su Nombre».
Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente,
prendido en mis huesos,
y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía
(Jer 20,9).

El Espíritu Santo es la fuerza que está detrás de este fuego. Cuando alguien ha acogido la Palabra de Dios o ha comprendido un mandato del Señor, no puede contenerlo. Exige ser expuesto y expresado. El Espíritu Santo impulsa esa comprensión más profunda del mensaje de Jesús. Su poder no puede contenerse ni suprimirse, sino que debe permitirse que arda libremente en la comunidad.

El fuego calienta. Pensar en el Espíritu como «Consolador» sugiere su papel de dar estabilidad y confianza al corazón del creyente. Jesús dice a sus discípulos:

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos;
y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,
el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros»
(Jn 14,15-17).

El Espíritu refleja la presencia permanente de Dios en el interior de cada cristiano. Promueve la estabilidad y la calma.

El fuego ilumina. Gran parte de la función del Espíritu está relacionada con las repetidas afirmaciones de Jesús sobre los efectos de su venida:

“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26).

El Espíritu Santo ayuda a la comunidad cristiana a comprender todo lo que Jesús dijo e hizo. Arroja luz sobre sus palabras y acciones. Los discípulos se sentían a menudo desconcertados tratando de comprender la plenitud de Jesús. Y no pudieron. Pero Jesús les promete el don del Espíritu que traerá luz y claridad a su mundo.

Vivimos en un mundo y en una época que necesitan el fuego vigorizante del Espíritu Santo. Oremos por esta bendición especial mientras reflexionamos sobre el don de Pentecostés.

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