En un día marcado por la providencia, San Vicente de Paúl, con una visión que trascendería su tiempo, firmó el contrato que daría vida a la Congregación de la Misión.

Era el 17 de abril de 1625, una fecha que quedaría grabada en la historia de la caridad cristiana. La casa de los Gondi, situada en la calle Payé de París, se convirtió en el escenario de un cambio paradigmático en la atención a los más necesitados.

Los esposos Gondi, dos notarios y el capellán se reunieron poco después del mediodía. En una ceremonia desprovista de ostentación pero llena de significado, leyeron y firmaron un contrato que sería el preludio de una obra monumental. Vicente, con una pluma firme y decidida, dejó su firma en el documento, seguido por Margarita de Silly, cuyo nombre ocuparía un lugar central en el acta.

Este acto no era meramente administrativo; era la expresión de un compromiso espiritual profundo. La preocupación por el abandono espiritual de los habitantes de los distritos rurales era palpable. Los Gondi, movidos por una compasión genuina, aspiraban a remediar esta situación con la creación de una asociación de sacerdotes que personificarían la doctrina y la piedad, renunciando a las comodidades urbanas y los beneficios eclesiásticos para dedicarse en cuerpo y alma a la salvación de las almas olvidadas.

El contrato delineaba una vida de comunidad y obediencia bajo la guía de San Vicente de Paúl y los superiores que le sucederían. Estos sacerdotes formarían una compañía, congregación o cofradía, conocida como los sacerdotes de la misión, un nombre que resonaría a través de los siglos.

Margarita de Silly, la mujer que con su apoyo hizo posible este sueño, no viviría para ver los frutos de su fe y determinación. Dos meses después de la firma, falleció, dejando un legado que florecería y se extendería por todo el mundo. Su partida fue como la de una flor que, habiendo entregado todo su aroma, se marchita en la promesa de una nueva vida.

La Congregación de la Misión, desde aquel humilde comienzo en la casa de los Gondi, se expandiría para tocar innumerables vidas. La visión de San Vicente y el sacrificio de Margarita de Silly se convertirían en una fuente de esperanza y consuelo para los pobres, y su influencia se sentiría en la educación, la salud y el bienestar social a lo largo de los siglos. La semilla plantada aquel día en París florecería en una red global de caridad y servicio, perpetuando el espíritu de sus fundadores y llevando su misión a todos los rincones del mundo.

Felipe Andrés Rojas, CM