Alimento para el alma: Persistencia
HABIA UN JUEZ EN CIERTA CIUDAD QUE NI TEMIA A DIOS NI RESPETABA A NINGUN SER HUMANO. Y UNA VIUDA DE AQUELLA CIUDAD SOLÍA ACERCARSE A ÉL Y DECIRLE: «DICTA UNA SENTENCIA JUSTA A MI FAVOR CONTRA MI ADVERSARIO».
LUCAS 18,1-8
Todos nos hemos encontrado, en uno u otro ámbito de la vida, con la viuda persistente de la parábola del juez injusto. En el mundo de hoy, es como la madre que ha luchado contra los administradores de la escuela para que readmitan a su hija expulsada, para darle otra oportunidad. Es como el marido que se ha enfrentado repetidamente a los representantes de la compañía de seguros médicos por su interpretación corporativa de la póliza de seguro médico de su mujer, y es la misma compañera a la que has estado visitando continuamente durante los últimos 3 años porque parece que los servicios sociales no pueden ayudarla adecuadamente para que ella y su familia vuelvan a salir adelante. La parábola de la viuda y el juez injusto es desconcertante y lo es aún más a medida que avanzamos en la lectura.
Es una parábola sobre la necesidad de no desanimarse y explora el vínculo entre la calidad de nuestra oración y la profundidad de nuestra fe. La viuda busca pelea y el juez se proclama un impío que no se preocupa por nadie.
Ninguno de los dos personajes se presentan como modelos a los que podamos aspirar. Esta parábola no sugiere que debamos molestar a Dios como la viuda molesta al juez. En realidad, no se trata de Dios, sino de nosotros, de nuestros corazones y de lo que nos mueve a actuar. No es una parábola sobre quién es Dios y cómo actúa en el mundo. Trata de quiénes somos y de cómo podemos alimentar nuestra espiritualidad a través de nuestra vida. La parábola comienza así: les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar» (Lucas 18,1) y termina con: «Y, sin embargo, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lucas 18,8).
Si analizamos esta parábola con nuestro propio rasero, podríamos hacernos esta pregunta: «¿ha habido alguna vez en que me he preguntado por qué persisto en hacer lo que hago?». Cuando persistimos en algo, algo nos sucede. Tenemos un mejor entendimiento de quiénes somos y un sentido más claro del Dios que sabemos que nos guía. Podríamos preguntarnos por qué persistimos en rezar. De nuevo, cuando rezamos tenemos una idea más clara de hacia dónde nos guía Dios.
A veces sentimos que nuestras oraciones rebotan en el muro de silencio de Dios. Hay ocasiones en las que sabemos que lo que pedimos es una cuestión de justicia para las personas y nos preguntamos por qué Dios no parece escucharnos. Quizá nos consuele decirnos a nosotros mismos que la oración, como Dios, es otro misterio.
Tal vez el pensamiento más consolador de todo esto sea el recordatorio frecuente de los Salmos de que tenemos a Dios por guardián, un Dios que ni descansa ni duerme, un Dios cuya persistencia en buscarnos nunca afloja ni cesa. Después de todo, quizá la viuda y Dios tengan algo en común.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
- ¿Qué es lo que hace que sigas dedicando tu tiempo a la Sociedad de San Vicente de Paúl?
- ¿Cómo lo compartes con los demás?
De: Firewood for the soul, vol. 1, A Reflexion Book for the Whole Vincentian Family
Sociedad San Vicente de Paúl, Queensland, Australia.
Texto de: Samantha Hill.
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