Su corazón hacendoso: relaciones determinantes en la vida de Isabel Seton (Parte 4)

Margaret John Kelly, HC
24 enero, 2024

Su corazón hacendoso: relaciones determinantes en la vida de Isabel Seton (Parte 4)

por | Ene 24, 2024 | Formación | 0 Comentarios

Sor Margaret John Kelly, HC, fallecida el pasado 24 de noviembre de 2022 en Emmitsburg, escribió el siguiente excelente artículo sobre la Madre Seton (entre sus muchos otros méritos). En esta serie presentamos su artículo en seis partes.

PARTE 4


Su corazón hacendoso: relaciones determinantes en la vida de Isabel Seton, 1809-1821

Relación de Isabel con John Carroll (continuación)

En la correspondencia de Isabel con el obispo Carroll también se describe la tormentosa historia de los primeros años de la comunidad. Aunque todas las comunidades tienen que pasar por dificultades de crecimiento, las Hermanas de la Caridad parecían haber padecido una cuota excesiva de sufrimiento impuesto por el clero que, aunque motivado por buenos propósitos, parecían ser fuerzas que causaban división en su fervor por participar o controlar la comunidad. No cabe duda de que el clero reconocía el valor de la nueva comunidad. De hecho, Isabel escribió sobre ello en varias ocasiones. Sin embargo, ese mismo interés entre los sacerdotes creó algunos momentos dolorosos para Isabel, que se confiaba muy libremente al obispo Carroll. De nuevo, el mandato que impedía a Babade confesar a las hermanas le causó un gran dolor. «Pero acostumbrada como estoy casi habitualmente a sacrificar todo lo que más valoro en esta vida, habría consentido tranquilamente aunque mi corazón se hiciera pedazos, pero las demás no podían soportarlo de la misma manera, y me resultaba tan difícil disimular la sensación de que nuestra Superiora actuaba como una tirana». Más adelante, en esta misma carta, después de reconocer que la superiora había dado a las hermanas una copia de la regla que sí permitía la libre correspondencia para la dirección [espiritual], señaló a la defensiva: «Ha habido algunas personas muy ocupadas haciendo exageraciones a nuestra superiora sobre mi escritura de grandes envíos al padre Babade, cuyos paquetes, enviados solo dos veces, expliqué verdaderamente que contenían cartas de Cecilia, Harriet, mi Ana, María Burke…. Los paquetes que nos envió dos veces contenían la vida de Clotilde de Francia y la forma de hacer meditación regular y oración mental»[1].

En una carta del 2 de noviembre de 1809, Isabel expresaba su deseo de que el padre Dubourg volviera a ser superior y recordaba a Carroll que, si David viajaba a Kentucky con Flaget, «tendremos tres cambios en un año». Ella misma había escrito a Dubourg diciéndole «has entregado a tus hijos a nuestro suegro mientras su verdadero padre aún vive, ¿y por qué? La madre no vale nada». También pedía que la dirección temporal y espiritual recayeran en una sola persona y señalaba que lamentaba mucho haber ofendido a «nuestra primera superiora.» Pero «la verdad es que me han hecho Madre antes de iniciarme»[2]. En otra carta, Isabel se refería a las muchas y durísimas pruebas y a su sana determinación de aceptarlas riéndose de sí misma ante el Señor. «Por muy seco y duro que sea el pan de cada día, para tomarlo con la mejor gracia posible, cuando lo llevo ante nuestro Señor a veces me hace reír de mí misma y me pregunta qué otra clase elegiría en el Valle de las lágrimas que aquella de la que él mismo y todos sus seguidores se sirven»[3].

Una carta del 25 de enero de 1810 es, quizás, la que mejor ilustra el gran dolor personal que Isabel sufría en comunidad, pero también de su total libertad con Carroll y de su confianza en él. Estaba profundamente perturbada y llena de dudas sobre sí misma, e incluso con síntomas que bien podrían señalar una grave depresión. Esta larga cita, incluidos sus énfasis, aporta muchas ideas:

La casa de St. Joseph está casi lista, en muy poco tiempo esperamos estar instaladas en ella; ya sabe que hasta ahora nuestras reglas se han observado muy imperfectamente, pero ahora se acerca el momento en que el orden debe ser la base de todo el bien que podemos esperar hacer, y como tanto depende de la Madre de la Comunidad, Le ruego que se ocupe primero de ella, pues debo decirle con franqueza que está equivocada, no por descontento con el lugar en que me encuentro, ya que todos los rincones del mundo son iguales para mí si puedo servir a Nuestro Señor, ni con la intención de nuestra institución, pues anhelo ejercerla plenamente. Pero las circunstancias se han combinado de tal manera que han creado en mi mente una confusión y falta de confianza en mis sque es indescriptible. Si sólo se tratara de mi propia felicidad, diría que la cruz es muy buena para mí; esta es mi oportunidad de afianzarme en la paciencia y la perseverancia, y mi renuencia a hablar de un tema que sé que le causará inquietud es tan grande que ciertamente guardaría silencio; pero como el bien que nuestro Dios Todopoderoso puede pretender hacer por medio de esta comunidad puede verse muy impedido por el actual estado de cosas, es absolutamente necesario que usted, como cabeza de la misma y a quien, por supuesto, le ha sido dado el Espíritu de discernimiento para su bien, se ponga al corriente de ello antes de que el mal sea irreparable. Sinceramente se lo prometí y realmente me he esforzado por hacer todo lo que estaba en mi mano para cumplir con el último superior designado en todos los sentidos, pero después de reflexionar continuamente sobre la necesidad de la conformidad absoluta con él, y la oración constante a nuestro Señor para que me ayude, sin embargo, el corazón está cerrado, y cuando la pluma debe darle libremente los detalles necesarios y la información que requiere, se detiene, y permanece ahora tan desinformado en los puntos esenciales como si no tuviera nada que ver con nosotras, una inconquistable desgana y desconfianza toma el lugar de aquellas disposiciones que deberían influir en cada acción y con cada deseo de servir a Dios y a estos excelentes seres que me rodean permanezco inmóvil e inactiva. Usted todavía piensa que las cosas deben permanecer como están, cualquier cosa que usted dicte, yo la acataré a través de cada dificultad, continuando en todo momento y en cada situación su más afectuosa Hija en Xto. M., Mary, E. A. Seton[4].

En una carta sin fecha que debió de escribirse a mediados de 1810, Isabel volvió a plantear todas sus preocupaciones sobre el efecto que tendría el hecho de que David dirigiera un retiro para las hermanas cuando las constituciones no estaban establecidas, y él se iba a marchar. Se expresa muy directamente.

Y una nueva serie de exámenes en esos queridos corazones, ahora tranquilos y sosegados, será la consecuencia de un retiro, siempre que tenga lugar; y por qué debería agitarse antes de que se hagan las regulaciones que, de ahora en adelante, van a obligarlas, y por qué deberían ser hechas por un superior a punto de dejarnos, para ser revisadas y probablemente moldeadas de nuevo por su sucesor y, por lo tanto, sometiéndonos a un nuevo cambio. La gran decepción que causará cuando encuentren que no hay más regulaciones después del retiro que antes.  Y ciertamente, si se nos propone alguna [regulación] sin pasar por la necesaria discusión y aprobación, nunca podré dar el ejemplo de aceptarlo. El mensajero que lleve esta carta también llevará una al Sr. David, sugiriendo los inconvenientes de este plan.[5]

Sin embargo, al final, a pesar de su franqueza y su defensa del diálogo y la subsidiariedad, Isabel, como siempre, termina la carta: «Si después de todo tiene lugar [el retiro], debo someterlo al Todopoderoso gobernante».

En mayo de 1811, Isabel se desahogó de nuevo con Carroll: «Y ahora, después de dos años de prueba, la experiencia ha demostrado muy bien lo mal cualificada que estoy para satisfacer las opiniones de los reverendos caballeros que tienen el gobierno de esta casa, que exigen una flexibilidad de carácter que, por algunas razones, me gustaría poseer y que con el tiempo puede ser fruto de la gracia divina, pero que todavía estoy lejos de alcanzar». Luego señaló sutilmente que es mejor ser gobernado por alguien que está cerca que por alguien que está lejos. También observó que Dubois, económico, detallista y prudente, contrasta enormemente con Dubourg «todo liberalidad y ardides por una larga costumbre de gastar». Señaló también que los dos eran muy diferentes en cuestiones espirituales y concedió al obispo que es «un punto delicado para que usted decida», pero «abro mi corazón sobre el tema sólo porque creo que Nuestro Señor requiere que sea explícita al respecto». Luego expresó muy directamente su preferencia por Dubois diciendo que «él siempre e invariablemente me ha recomendado referirme constantemente a usted». No hace ninguna referencia contraria a Dubourg.[6]

En agosto de 1811, Isabel escribió que «el pobre Sr. Dubois está verdaderamente desanimado, hará todo lo que pueda para dejarlo todo sin desagradarle a usted, incluso la dirección…. El Sr. Brute, en la pureza de su corazón, está haciendo todo lo que puede, y mucho más de lo que cabría suponer que un hombre tan joven se atrevería a hacer. A veces me siento tentada de decírselo todo; pero me parece que Nuestro Señor dice a cada momento: confiadlo todo a mí; a él y a mi venerado Padre, lo confío todo en verdad.»[7] No sólo lo confió todo, sino que estuvo dispuesta a dejarlo todo por sus hijas. «Ciertamente, un individuo no debe ser considerado cuando un bien público está en cuestión; y usted sabe que con gusto haría cualquier sacrificio que crea consistente con mis primeras e inseparables obligaciones como Madre»[8].

Además de todos estos asuntos de peso sobre la organización de la comunidad y los conflictos clericales, Isabel, a otro nivel, compartió con el obispo Carroll muchas cuestiones ordinarias: las razones para aceptar y rechazar alumnas, la respuesta a un padre que se quejaba al que ella «debe responder en justicia ante ellos, pero mi corazón se revuelve ante cada palabra». También pidió a Carroll que comprobara una póliza de seguro de Anne Marie que pensaba poder utilizar para pagar el viaje de William a Italia.[9] También delegó en el obispo la desagradable tarea de buscar el pago de la tutora morosa de una alumna, Fanny Wheeler, porque Isabel estaba segura de que preferiría saldar «en paz» con la ayuda del obispo antes que entregar la deuda a uno de los acreedores[10].

Al sondear la relación de Isabel con Carroll, hay que recordar que era un hombre de unos setenta años cuando ella le conoció y que su amistad se prolongó durante nueve años. Es plausible que él asumiera un papel paternal a dos niveles, en el nivel humano de un amigo mayor y maduro y en el nivel eclesiástico como el obispo que confirmó a su comunidad, como él la había confirmado a ella en 1806. Eran almas afines; Brute señaló que compartían gentileza, bondad y amabilidad, «una delicada cortesía y una profunda amabilidad».[11] Su correspondencia también revela que las realidades políticas de este mundo clerical de principios del siglo XIX prueban que el nacimiento y crecimiento de la comunidad fue verdaderamente un acto de inspiración divina, así como de perseverancia humana.

No hay duda de que el arzobispo Carroll estaba agradecido por la labor de Isabel Seton en el desarrollo de la Iglesia a través de su comunidad. Carroll expresó con frecuencia su gratitud por las hermanas, pero su carta del 29 de marzo de 1814 es característica y profética también. «Cuántas razones tengo para dar gracias a la divina providencia por ofrecer tal protección y escudo a mi diócesis, contra las incursiones de la irreligión y la impiedad, como las oraciones y el ejemplo que vuestra bendita Sociedad ofrece».[12]

– – – –

[1] Isabel Seton al arzobispo Carroll, 6 de agosto de 1809, ibid.

[2] Isabel Seton al arzobispo Carroll, 2 de noviembre de 1809, ibid.

[3] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 14 de diciembre de 1809, ibid.

[4] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 25 de enero de 1810, ibid.

[5] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, sin fecha, ibid.

[6] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 13 de mayo de 1811, ibid.

[7] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 9 de agosto de 1811, ibid. Énfasis en el original.

[8] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 5 de septiembre de 1811, ibid.

[9] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 28 de diciembre de 1814, ibid.

[10] Isabel Ann Seton al arzobispo Carroll, 7 de septiembre de 1815, ibid.

[11] Simon Brute a Antonio Filicchi, 5 de mayo de 1821, de Emmitsburg, Archivos de Leghorn, Italia.

[12] Arzobispo Carroll a Isabel Ann Seton, 29 de marzo de 1814 desde Baltimore, ibid.

 

Fuente: Kelly, Margaret J. H.C. (1993) «Her Doing Heart: Key Relationships in Elizabeth Seton’s Life: 1809–1821,» Vincentian Heritage Journal: Vol. 14: nº 2, Artículo 7.

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