Anecdotario vicenciano: Buscando un lugar para el eterno descanso de Federico
Antes de partir a Italia en julio de 1852, Federico y Amelia fueron a la Iglesia de los carmelitas de París. Se colocaron cerca de la capilla llamada entonces de los “Ángeles Guardianes”. Amelia ya sabía que su marido estaba enfermo: le diagnosticaron, además de su problema pulmonar, una grave enfermedad renal.
Federico murió en Marsella cuando volvía de su viaje por Italia. Su cuerpo fue llevado, primeramente, a Lyon, en donde sus parientes deseaban sepultarlo en la tumba familiar del cementerio de Loyasse, donde reposaban sus padres. Pero Amelia se opuso, diciendo que el expreso deseo de Federico fue ser enterrado en medio de la juventud estudiosa de París, donde había dedicado gran parte de su vida.
El abate Noirot, su profesor de adolescente, aprobó esa idea. Se ofició una misa de cuerpo presente en la Iglesia de san Pedro de Lyon, la misma donde Federico hiciese su primera comunión. Su cuerpo fue trasladado a París en un vapor, a lo largo del rio Saona hasta el Sena. Se celebró un funeral en San Sulpicio al que fueron todos sus amigos, alumnos, obreros y pobres del barrio.
Su cuerpo reposó provisionalmente en una capilla-cripta de la Iglesia de san Sulpicio. Amelia quería llevarlo a la Iglesia de los carmelitas, pero no fue fácil, pues sus hermanos querían enterrarlo en Montparnasse. El P. Lacordaire toma vela en el entierro, nunca mejor dicho, y da permiso —aunque las autoridades no permiten enterrar a laicos en iglesias—. Por influencia de un amigo de Federico que era Ministro, se pudo hacer, con la condición de que fuese en un lugar de la Iglesia escondido y sin ninguna inscripción, «pues Napoleón III —le comenta a Amelia— ya ha denegado este permiso a personas muy influyentes».
El cuerpo de Federico fue depositado al lado de la escalera que lleva del convento a la Iglesia. Amelia no pudo presenciar la inhumación, porque se prohibía la entrada a mujeres en el convento… aunque luego la dejaban pasar a hurtadillas. Amelia pide, en 1855, una dispensa especial al Papa Pío IX para ir a rezar ante la tumba, pasando por el jardín del convento. Cuando, años más tarde, desapareció la prohibición de enterrar a laicos en las iglesias, es cuando se acomodó la tumba de Federico en la cripta actual.
Está enterrado en esa cripta, bajo la Iglesia del antiguo convento dominico de San José de los Carmelitas, bajo un fresco que precisamente representa la parábola del “buen samaritano”. La iglesia está junto al edificio en el que, treinta años después de su muerte, se crearía el Instituto Católico de París.
Lacordaire dispuso que se grabase la siguiente frase en la cripta: “¿Por qué buscáis entre los muertos a Aquél que vive?”
¿Quieres saber más sobre la cripta donde reposa Federico? Visita este artículo que publicamos en famvin hace unos meses.
Autor: Juan Manuel Gómez,
vicepresidente de la SSVP en España.
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