Simplicidad: mi Evangelio (San Vicente de Paúl)
Invitación a la esencialidad
Introducción
En el contexto en el que vivimos hoy, el término “sencillez” puede parecer fácilmente un término anticuado, insignificante y sin importancia. Sin embargo, es importante “hablar como pensamos y sentimos con la máxima sencillez”. Este hablar con sencillez crea y restaura las relaciones interpersonales. ¿Hay alguien hoy que hable como piensa? Esperemos que sí, porque nuestro mundo es cada vez más complicado. Hoy existe el hablar estratégico, calculado y bien elaborado que lo complica todo. Por eso, hablar de “sencillez” ya es evangelio, novedad de vida. La virtud de la sencillez es mi evangelio, dijo SV. También lo es para nosotros hoy. En el lenguaje espiritual actual, parece que la palabra “transparencia” ha sustituido a “sencillez”. Estos dos términos, a pesar de su similitud, transmiten significados diferentes.
EN QUÉ CONSISTE LA VIRTUD DE LA SENCILLEZ
En primer lugar, qué no es la virtud de la sencillez: no es mediocridad; no es ignorancia; no es ni puede ser sinónimo de superficialidad o de falta de conocimientos que orienten y dirijan nuestras acciones o discursos. La lengua italiana es rica en expresiones: utiliza la palabra “semplicione” para retratar la actitud de quien se cree el cuento del primero que llega sin discernimiento. En resumen: la sencillez no es ni ingenuidad ni falta de sentido y de juicio sobre las cosas, las personas o las situaciones. San Pablo nos dice que es algo muy distinto cuando afirma en su carta a los Corintios: “Hermanos, no os comportéis como niños en vuestros juicios; sed como niños en la malicia, pero hombres maduros en los juicios” (14:20). Sencillos como niños en la malicia, ¡pero maduros y responsables en los juicios! Eso es la sencillez.
¿Cuál es, pues, la virtud de la sencillez? La sencillez no es necedad, sino sabiduría que nos pone en manos de Dios como nuestro único bien y nos permite confiar sólo en Él, nuestra única verdad. El hombre sencillo es “el verdaderamente sabio” ya que busca a Dios y se entrega a Él, sólo le tiene en cuenta a Él en todas las cosas como dice el salmista: el justo confía en el Señor. El hombre sencillo es una persona que tiene un sentido muy elevado y vivo de la gloria de Dios: tiene plena conciencia de vivir para la gloria de Dios.
¿Qué se entiende por “sencillez” en el plano personal? A nivel personal, la sencillez es una manera de evitar la falsedad y la hipocresía y es tener una actitud interior dispuesta a ver la verdad desnuda tal como se presenta y a apuntar a lo esencial sin tantas nimiedades innecesarias para la vida. La persona sencilla se hace continuamente esta pregunta: ¿Es esto que está aquí realmente esencial para mí? ¿Es algo que me hace conforme a Cristo, “regla de mi vida”? En definitiva, la persona sencilla es la que tiene al Señor Jesús, la plenitud de su vida, pues es Él quien la hace bella y sencilla. La sencillez es esa virtud que nos predispone a buscar directamente la verdad sobre nosotros mismos, que nos hace reconocer los dones de Dios que hay en nosotros, pero también nuestras limitaciones, defectos, fragilidades, pecados, angustias, miedos, vacilaciones. El fin último de todo esto no es otro que abrirnos con confianza a la misericordia de Dios y a la presencia operante del Espíritu Santo que nos llama a la santidad de vida. La virtud de la sencillez, en el plano personal, nos ayuda a evitar la doblez. Es verdad que estamos expuestos al pecado, a la concupiscencia y tenemos la inclinación al mal que impide nuestra verdadera felicidad, plenitud y totalidad. A causa de este pecado o concupiscencia que hay en nosotros, el ideal de nuestra vida nos parece demasiado alto o demasiado lejano para alcanzarlo, por lo que caemos fácilmente en el desánimo, la superficialidad, la indiferencia, la división, la complicación, y buscamos escasas excusas y falsas justificaciones. Teniendo en cuenta esta tendencia, la persona sencilla se esfuerza por ser clara y transparente. Procura tener una conciencia recta y clara, porque sabe que el Señor ama a los que tienen un corazón puro y sincero: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). La persona sencilla no lucha en el camino de la conversión. No se pone en actitud de defensa, sino que, en la libertad de la verdad, no tiene nada que ocultar ni su ego está inflado. Por lo tanto, no tiene dificultad en aceptar sus propias limitaciones, carencias, errores y equivocaciones y, finalmente, no tiene dificultad en aceptar sus pecados y arrepentirse. La persona sencilla también es sincera. Sincero en sus actitudes, en su lenguaje, en sus miradas, en sus juicios precipitados, pero sobre todo es recto y transparente. Siempre está dispuesto y disponible, sin segundas intenciones ni intereses personales.
El impacto de la virtud de la sencillez en las relaciones humanas en general y en la comunidad en particular: la virtud de la sencillez entendida y vivida como una existencia sincera, límpida y honesta del sujeto se relaciona con facilidad con todos y construye relaciones fraternas sin complejos ni complicaciones con todos los miembros de la familia y de la comunidad. Evita la duplicidad, la ambigüedad, la falsedad y el espíritu malicioso del cotilleo que destruye el espíritu de comunidad. “Cualquier tonto puede hacer algo complejo; hace falta un genio para hacer algo sencillo”, decía un tal Pete Seeger. Precisamente porque la verdad desnuda se encuentra en la sencillez. La persona que posee esta virtud es una luz en la oscuridad de las travesuras que nos rodean. Es quien se mueve en comunidad con respeto y estima hacia todos, reconociendo los dones de Dios presentes y operantes en los demás. Si las palabras y los gestos de algunos generan desconfianza, barreras y defensas, es porque son fruto del interés propio y de cálculos hechos por un amor inclinado hacia sí mismo. La persona sencilla no mira a los demás como competidores a los que hay que evitar, sino como hermanos a los que hay que estimar y animar. Si el ego es la enfermedad del orgulloso, la persona sencilla no está enferma del ego replegado sobre sí misma, sino que ve y anima a los demás y los valora positivamente. En resumen, ve a los demás desinteresadamente, de hecho practica otra virtud querida por Vicente: ¡la santa indiferencia! Esta actitud desarmante desarma también a los demás y permite una comunicación muy fraterna, cariñosa y evangélica dentro de la comunidad. “Los sencillos que en su candor no usan de sutilezas ni de agudas distinciones, que hablan de buena y sincera manera para que lo que dicen corresponda a lo que hay en su corazón, éstos son amados por todos” (SV).
Conclusión
Si Moisés fue “un hombre muy humilde, más que ningún otro sobre la faz de la tierra” (Núm 12,3) y según Mt 11,29 la persona más humilde de toda la historia de la Salvación es Jesús, el segundo Moisés, “el humilde y manso” estamos llamados a imitarlo. Ambos son liberadores. Por eso la persona humilde es amada por todos. La persona sencilla no lo es menos, nos dice SV hablando de Margaret Naseau: “todos la querían porque todo en ella era amable” porque era una persona sencilla y transparente. La sencillez de nuestro hacer y decir hace que nuestra vida sea bella y amable.
Los misioneros vicentinos serán genios amados por el pueblo y conservarán la herencia espiritual de su fundador si son capaces de predicar con sencillez, es decir, de decir las cosas profundas de nuestra fe de una manera sencilla y accesible a todos: cultos y menos cultos. La capacidad de simplificar conceptos e ideas profundas significa saber eliminar lo superfluo, exponer sólo lo necesario. Todo esto requiere más tiempo de preparación porque “complicar es sencillo, simplificar es difícil”. La persona sencilla no hace nada en aras de la vana gloria y para que le vean que sabe. Además, la persona sencilla trabaja por puro amor, por amor desinteresado y sin esperar recompensa alguna: “Dios ama al dador alegre” (cf. 2 Co 9,7). No busca otra cosa que la gloria de Dios y el bien de los demás, por eso es amado por todos, como nos dice SV. Obviamente, la virtud de la sencillez así entendida es fuente y manantial de paz, tranquilidad y libertad interior que hacen armoniosa y unitaria la propia vida y la de la comunidad con la que se convive. En este sentido, las personas sencillas son personas serenas, pacíficas y transmiten estos valores a los demás en la comunidad en la que viven porque tienen en su corazón la fuente de su propia serenidad y paz.
P. Zeracristos Yosief, C.M.
Fuente: https://cmglobal.org/
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