La Madre Seton y San Pablo nos muestran un camino de cuatro fases hacia el cambio

Tom Hoopes
26 marzo, 2023

La Madre Seton y San Pablo nos muestran un camino de cuatro fases hacia el cambio

por | Mar 26, 2023 | Formación | 0 Comentarios

Las conversiones de Pablo y Isabel Ana Seton pueden parecer excepcionales, pero cada uno de nosotros, en nuestra existencia, puede experimentar la misma gracia si abre su corazón cuando Cristo le llame.

San Pablo es tan grande en la vida espiritual que no sólo se le llama «San Pablo»; también se le conoce simplemente como «el Apóstol». Su conversión fue tan trascendental que el papa Benedicto XVI dijo: «La experiencia del Apóstol es el modelo de toda auténtica conversión cristiana.»

Es una afirmación asombrosa. Implica que todo cristiano es derribado del caballo, cegado por la luz, habla directamente con Jesús, y luego cambia la historia siguiéndole.

Y es verdad. Cada uno de nosotros ha experimentado todas esas cosas.

Puedes comprobar cómo sucede esto mirando cómo le sucedió a santa Isabel Ana Seton.

Primero: Ser derribado del caballo

San Pablo se encontró con Cristo cuando estaba lejos de casa, y sufrió un serio trauma: cayó al suelo, probablemente del caballo, y se quedó ciego de repente.

Santa Isabel también tuvo una «conversión durante un viaje». Navegó de Nueva York a Italia con la esperanza de que un clima más cálido curara la tuberculosis de su marido. Desgraciadamente, él murió poco después de llegar. Cualquiera que haya perdido a un marido, una mujer, un padre o un hijo sabrá lo parecida que es esa experiencia a ser derribado del caballo.

Lo mismo ocurre en nuestras propias conversiones a Cristo.

Estamos instalados en nuestras cómodas rutinas sin una fe activa en Cristo y sin una vida plena de sacramentos, pero entonces algo sucede. Tal vez sea cuando nos mudamos a una nueva parte del país, o conseguimos un nuevo trabajo, o encontramos un nuevo círculo de amigos. Tal vez suceda cuando perdemos a alguien o algo que era importante para nosotros. Tal vez ocurra más interiormente.

Pero cuando nos sacan de nuestro lugar seguro y cómodo y por fin nos abrimos, oímos la voz de Cristo y respondemos. Como dijo santa Isabel Ana, cuando estamos en nuestro momento más débil, «La fe levanta el alma tambaleante por un lado, la esperanza la sostiene por otro, la experiencia dice: ‘debe ser’, y el amor dice: ‘que así sea'».

Por fin encontramos roca sólida.

Segundo: Encontrar a Dios en la Iglesia

San Pablo «partió hacia Damasco» para capturar cristianos y «llevarlos encadenados a Jerusalén para ser castigados» (cfr Hch 9). Cuando cayó al suelo y fue cegado por la luz de Cristo, Jesús le confrontó: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Estaba dando a entender que la Iglesia y Su mismo cuerpo son una sola cosa.

Para demostrar lo cierto que es, después de hablar con Pablo, Jesús se retiró, y la Iglesia tomó el relevo.

Primero, Ananías lo visitó y «poniendo las manos sobre él, le dijo: ‘Saulo, hermano mío, el Señor me ha enviado… para que recuperes la vista y seas lleno del Espíritu Santo'».

Luego, Pablo «permaneció algunos días con los discípulos en Damasco».

En otras palabras, la conversión de Pablo no fue sólo entre él y Jesús. Fue entre él y la Iglesia.

Lo mismo le ocurrió a la Madre Seton. «Les aseguro que mi conversión al catolicismo fue una simple consecuencia de ir a un país católico», escribió. Allí descubrió la antigua forma de cristianismo en la Iglesia católica. Dios le hablaba en su alma —ella y su marido ya tenían una fe profunda—, pero para encontrar la verdad, necesitaba a otros.

Pablo también. Y nosotros también.

Siempre descubrimos a Jesús a través de una comunidad de creyentes. Quizá los encontremos primero en Internet, o en libros, pero al final tenemos que encontrarlos en la Iglesia, que existe para esto: para ser Jesucristo para el mundo.

Tercero: Encontrar a Dios en los sufrimientos que no terminan

Entonces, san Pablo y santa Isabel Ana vivieron felices para siempre, ¿verdad?

Pues no.

A menudo cometemos un error fundamental sobre nuestra conversión: pensamos en ella como el final de un proceso, no como el principio de uno. Pensamos que cuando elegimos a Cristo, por fin entramos en el camino de baldosas amarillas que lleva al cielo [nota del traductor: La expresión Yellow Brick Road proviene de la película El Mago de Oz y de la serie de libros en los que se basó. Originalmente era el camino que conducía a la Ciudad Esmeralda, que estaba pavimentado con ladrillos amarillos, un camino simbólico hacia la Tierra Prometida de las esperanzas y los sueños].

Pablo conocía este error y se esforzó por combatirlo. Después de una carrera dedicada a proclamar a Cristo crucificado, y tras una humillante experiencia de pretender y no conseguir que Dios le quitara el sufrimiento, dijo: «Me conformo con las debilidades, los insultos, las penurias, las persecuciones y las calamidades; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (cfr. 2 Cor 12,9-10).

Santa Isabel Ana Seton descubrió lo mismo en su propia vida de penurias y sufrimientos.

«Nunca somos suficientemente fuertes para llevar nuestra cruz. Es la cruz la que nos lleva —decía—. Los más débiles se hacen fuertes por su virtud».

La cruz nunca desaparece. Es una lección difícil de aprender en nuestras propias vidas, pero todo el mundo tiene que aprenderla.

El cuarto y último paso: la perseverancia final

Lo que nos lleva a la etapa final de la conversión: terminar bien. El Catecismo lo llama «perseverancia final». Y Jesús lo expresó de esta manera «El que persevere hasta el fin se salvará» (cfr. Mt 10,22).

San Pablo comparó la perseverancia final con una carrera. «¿No sabéis que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno recibe el premio? Corred, pues, para obtenerlo» (cfr. Fil 2,24).

Si una carrera te parece desalentadora, quizá prefieras el lema que tantos han tomado de Isabel Ana Seton: «Peligro pero adelante».

Se trata de poner un pie delante del otro y, pase lo que pase, dirigirse al cielo a través de las alegrías y las penas de la vida.

TOM HOOPES, autor de The Rosary of Saint John Paul II [El Rosario de San Juan Pablo II], es escritor residente en el Benedictine College de Kansas, donde imparte clases. Antiguo reportero en el área de Washington, D.C., fue secretario de prensa del Presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y pasó 10 años como editor del periódico «National Catholic Register» y de la revista «Faith & Family». Su trabajo aparece con frecuencia en el «Register», «Aleteia» y «Catholic Digest». Vive en Atchison, Kansas, con su esposa, April, y tiene nueve hijos.

Fuente: https://setonshrine.org/

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