Desde un punto de vista vicenciano: ¡Venid a las aguas!
Desde el punto de vista humano, el agua es inseparable de la vida. Cuando se envían sondas al espacio para explorar diferentes planetas o cuando los telescopios escanean objetos celestes, buscan los signos reveladores del agua para identificar la vida en cualquier forma que podamos reconocer. Nuestro planeta está cubierto de agua en un 71%; los recién nacidos están compuestos en un 78% de agua; un adulto, en un 60%. La fotosíntesis requiere agua, y este fluido ayuda a mantener temperaturas habitables en nuestro planeta. Los océanos ayudan a generar oxígeno y absorben dióxido de carbono. Pensar en los múltiples usos y beneficios del agua debería suscitar una profunda gratitud por este don ordinario/extraordinario.
Nuestra Biblia presenta las aguas primigenias en el primer capítulo del Génesis (1,2) y termina con el agua vivificadora que mana del trono de Dios en el último capítulo del Apocalipsis (22,1). Entre ambos textos, el lugar que ocupa el agua en la historia de la comunidad humana fluye constantemente. Quizás algunas de las más conocidas fluyen de Moisés, que divide el Mar Rojo para proporcionar liberación a su pueblo y luego golpea la roca para proporcionar agua a una comunidad del Éxodo sedienta. El Señor había hablado a Moisés:
«Estaré delante de ti en la roca de Horeb. Golpea la roca, y brotará de ella agua para que beba el pueblo». (Ex 17,6)
Jesús conocía la importancia del agua para la vida humana. Podemos imaginar su sed en el desierto, o después de una larga caminata. Revela esta necesidad a la mujer del pozo cuando pide un poco de agua («Dame de beber», Jn 4,7), y la expresa literalmente desde la cruz («Tengo sed», Jn 19,28). Jesús convierte el agua en vino (Jn 2,1-11); controla la tormenta desatada (Mc 4,35-41); y camina sobre las aguas (Mc 6,45-52). El agua representa el cuidado sencillo que podemos tener los unos por los otros y que conduce a la vida eterna (Mt 10, 42; 25,35). Sí, Jesús incluso lava los pies con agua en señal de servicio (Jn 13,1-17).
El Señor identifica el agua consigo mismo y con el don del Espíritu. En el pozo, le dice a la samaritana (Jn 4,10-26):
El que beba del agua que yo daré, no tendrá sed jamás;
el agua que yo daré se convertirá en él
en un manantial de agua que salta hasta la vida eterna.
Habla de manera similar en el Templo durante la Fiesta de los Tabernáculos:
El último y más grande día de la fiesta, Jesús se levantó y exclamó: «El que tenga sed,.
venga a mí y beba. El que crea en mí, como dice la Escritura:
‘Ríos de agua viva brotarán de su interior'». (Jn 7, 37-38)
No podemos exagerar el valor y el don del agua. La reconocemos como el símbolo fundacional de nuestro Bautismo.
Durante este próximo curso académico, la Cátedra Vicenciana de Justicia Social 2023-2024 llamará la atención sobre el tema del agua en el tratamiento de la ecología y la justicia social. En nuestros días, difícilmente se puede hablar de esos elementos juntos sin tener en cuenta el documento Laudato Si’ del Papa Francisco. En relación con el agua, dice con valentía:
El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. (30)
Nuestro mundo, nuestra fe, nuestras necesidades personales nos impulsan una y otra vez a agradecer este don de Dios y a salvaguardarlo para el bien de los demás. Escuchamos la invitación de Jesús que brota de Isaías:
«¡Oh, todos los sedientos,
venid a las aguas!»
(Is 55,1)
Hablar del agua es hablar del corazón, el origen y término de la creación, de la vida en todas sus manifestaciones. Si no hay agua no hay vida, no hay género humano, no hay fauna ni flora, todo es caos, es desierto, es muerte. Estamos en un momento de la humanidad y del ciclo de la tierra que el agua es un tesoro, una mina, es una perla preciosa, es el último asidero porque abundan las regiones donde hay mucha sequía, los suelos triturados, los pozos secos, hay que recorrer grandes distancias para conseguir un poco de agua que apenas alcanza para beber. Duele mucho darse cuenta que muchos niños, muchas comunidades luchan por el derecho al agua y sus voces no son escuchadas, al contrario los depredadores en su afán de explotar la tierra y sus recursos incendian los bosques, los pulmones que dan respiro y acaban con la vida que allí se abriga. Jesús sigue clamando «Dame de beber», «Tengo sed», ante tanta inequidad, injusticia que arrebata la vida de los empobrecidos, de los traspasados, de los descartados que también lloran, gritan por un vaso de agua porque se está en el punto de desgarramiento que hay que beber las mismas lágrimas y lavarse con ellas la cara y el alma.